Hablar de espacio y territorio implica establecer vínculos entre los procesos espaciales y los procesos sociales relacionados con el poder y la cultura (hábitat). No obstante, el espacio está en una posición de anterioridad al territorio, el cual es generado por la acción de un actor sintagmático (sujeto que significa) que territorializa el espacio. En este sentido, es en el espacio donde se despliegan las actividades humanas, como una prisión original constituida por ecosistemas naturales y todos los factores que la caracterizan, que es transformada en territorio (prisión derivada construida o producida) por las sociedades (Raffestin, 1980). Estos vínculos que se establecen en el hábitat se consolidan a través de la relación del hombre con el mundo por medio del acto de habitar, que supone un acto simbólico de la esencia del individuo que deviene en hogar e identidad.
El territorio, consolidado como hábitat, es el resultado de la apropiación y valoración del espacio transformado mediante la representación y el trabajo, inscrito en el campo del poder de las relaciones que generan el cambio. Por tanto, el hábitat es una categoría que designa al espacio apropiado y valorizado simbólica y/o instrumentalmente por los seres humanos que intentan delimitar las superficies creando mallas (noción de límite), implantando nudos (centros de poder) y trazando redes (relaciones) (Giménez, 1999). Esta apropiación y valoración del espacio obedece a representaciones múltiples que se gestan en los actos del habitar, por tanto, son múltiples actores que desde sus visiones, interpretaciones e intereses le atribuyen determinadas características, potencias, significados reflejados en la forma como definen, ordenan, sacralizan, historizan, proyectan y controlan el espacio, tal como lo refiere Sosa (2012).
Respuesta:
Hablar de espacio y territorio implica establecer vínculos entre los procesos espaciales y los procesos sociales relacionados con el poder y la cultura (hábitat). No obstante, el espacio está en una posición de anterioridad al territorio, el cual es generado por la acción de un actor sintagmático (sujeto que significa) que territorializa el espacio. En este sentido, es en el espacio donde se despliegan las actividades humanas, como una prisión original constituida por ecosistemas naturales y todos los factores que la caracterizan, que es transformada en territorio (prisión derivada construida o producida) por las sociedades (Raffestin, 1980). Estos vínculos que se establecen en el hábitat se consolidan a través de la relación del hombre con el mundo por medio del acto de habitar, que supone un acto simbólico de la esencia del individuo que deviene en hogar e identidad.
El territorio, consolidado como hábitat, es el resultado de la apropiación y valoración del espacio transformado mediante la representación y el trabajo, inscrito en el campo del poder de las relaciones que generan el cambio. Por tanto, el hábitat es una categoría que designa al espacio apropiado y valorizado simbólica y/o instrumentalmente por los seres humanos que intentan delimitar las superficies creando mallas (noción de límite), implantando nudos (centros de poder) y trazando redes (relaciones) (Giménez, 1999). Esta apropiación y valoración del espacio obedece a representaciones múltiples que se gestan en los actos del habitar, por tanto, son múltiples actores que desde sus visiones, interpretaciones e intereses le atribuyen determinadas características, potencias, significados reflejados en la forma como definen, ordenan, sacralizan, historizan, proyectan y controlan el espacio, tal como lo refiere Sosa (2012).
Explicación: