En enero de 1531 Francisco partió desde Panamá al frente de 180 hombres y 30 caballos. Diego de Almagro, su socio manchego, quedó atrás a la espera de reclutar más voluntarios. Los fuertes vientos obligaron a Pizarro a desembarcar mucho más al norte de lo previsto. El clima tropical provocó entre los españoles fiebres y enfermedades hasta entonces desconocidas, entre ellas una epidemia de verrugas causada por la picadura de una mosca venenosa que redujo a los huesos a los expedicionarios. El resto de efectivos se unieron con el transcurso de las semanas, hasta que en julio de 1532 todos juntos fundaron el primer asentamiento español fortificado en Perú, San Miguel.
Entre las nuevas incorporaciones de soldados se hallaba Hernando de Soto, hábil jinete, cuyas cualidades militares iban a ser fundamentales en la guerra que Pizarro estaba a punto de librar en el corazón del Imperio inca. El escenario había cambiado radicalmente respecto a un viaje previo de exploración. Allí donde esperaba dar con un imperio próspero y unos indios amables, los conquistadores encontraron destrucción y un rastro de muertos que apuntaba en dirección al Inca. El Imperio inca hundía sus orígenes en el siglo XII, cuando los pueblos de cultura quechua extendieron su dominio sobre una región de Sudamérica que alcanzó cinco mil kilómetros, del sur de la actual Colombia al centro de Chile. No conocían la rueda ni la escritura ni el hierro, lo que no les impedía contar con ciudades de un esplendor desconocido en el mundo precolombino.
¿Eran enviados del dios creador, el Contiti Viracocha, que en su día se marchó hacia el océano del que venían aquellos barbudos? ¿O más bien eran simples saqueadores?
Cuando los españoles alcanzaron Cuzco, comprobaron que la ciudad y sus calles estaban trazadas y empedradas. Sin embargo, en aquellas fechas el Imperio vivía un periodo de gran inestabilidad a consecuencia del conflicto sucesorio que enfrentaba a los hermanos Atahualpa y Huáscar. La guerra la ganaba el primero, apoyado por el estamento militar, como pudieron adivinar los españoles en su avance desde San Miguel al interior de los Andes. En la fértil provincia de Caxas, Hernando de Soto describió un horizonte de cadáveres del bando sacerdotal colgados en altos cerros. Los testimonios recogidos por el sanguinario Atahualpa sobre los extranjeros le dejaron desconcertado. ¿Eran enviados del dios creador, el Contiti Viracocha, que en su día se marchó hacia el océano del que venían aquellos barbudos? ¿O más bien eran simples saqueadores? Las últimas noticias de que los supuestos dioses necesitaban comer y beber parece que le hacían inclinarse cada vez más por la segunda opción.
En cuanto a la mentalidad, los españoles que pasaron al América, estaban influidos por las ideas medievales y renacentistas. De credo católico, creían a pie firme que Dios los había destinado a conquistar y evangelizar a los habitantes de las tierras descubiertas en ultramar.
Explicación:
La llegada de los españoles al Tahuantinsuyo coincidió con la lucha interna que Huascar y Atahualpa, ambos hijos de Huayna Capac, sostenían por el control del imperio incaico. Esta lucha que por mucho tiempo fue descrita como una guerra fratricida que demostraba la decadencia del imperio, al parecer no fue sino la repetición de las guerras rituales tras la muerte de un inca. La sucesión no existía dentro del Tahuantinsuyo, la elección del Inca se realizaba entre los jóvenes más aptos y que mejores condiciones reunían para el mando.
Una vez elegido a los posibles candidatos, debían ellos contar con el apoyo de las panacas cuzqueñas, es decir los grupos familiares descendientes de los antiguos incas. Estas panacas se encontraban divididas en Hanan y Hurin, las dos parcialidades en que estaba dividida la organización andina y a la que pertenecían las dinastías incaicas. Esta dualidad organizaba la vida en los Andes, lo Hanan tenía ascendencia sobre lo Hurin; en el caso de esta guerra ritual, durante su desarrollo el representante del bando Hanan era identificado y se le apoyaba pues debía ganar para mantener el orden natural de las cosas.
Respuesta:
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En enero de 1531 Francisco partió desde Panamá al frente de 180 hombres y 30 caballos. Diego de Almagro, su socio manchego, quedó atrás a la espera de reclutar más voluntarios. Los fuertes vientos obligaron a Pizarro a desembarcar mucho más al norte de lo previsto. El clima tropical provocó entre los españoles fiebres y enfermedades hasta entonces desconocidas, entre ellas una epidemia de verrugas causada por la picadura de una mosca venenosa que redujo a los huesos a los expedicionarios. El resto de efectivos se unieron con el transcurso de las semanas, hasta que en julio de 1532 todos juntos fundaron el primer asentamiento español fortificado en Perú, San Miguel.
Entre las nuevas incorporaciones de soldados se hallaba Hernando de Soto, hábil jinete, cuyas cualidades militares iban a ser fundamentales en la guerra que Pizarro estaba a punto de librar en el corazón del Imperio inca. El escenario había cambiado radicalmente respecto a un viaje previo de exploración. Allí donde esperaba dar con un imperio próspero y unos indios amables, los conquistadores encontraron destrucción y un rastro de muertos que apuntaba en dirección al Inca. El Imperio inca hundía sus orígenes en el siglo XII, cuando los pueblos de cultura quechua extendieron su dominio sobre una región de Sudamérica que alcanzó cinco mil kilómetros, del sur de la actual Colombia al centro de Chile. No conocían la rueda ni la escritura ni el hierro, lo que no les impedía contar con ciudades de un esplendor desconocido en el mundo precolombino.
¿Eran enviados del dios creador, el Contiti Viracocha, que en su día se marchó hacia el océano del que venían aquellos barbudos? ¿O más bien eran simples saqueadores?
Cuando los españoles alcanzaron Cuzco, comprobaron que la ciudad y sus calles estaban trazadas y empedradas. Sin embargo, en aquellas fechas el Imperio vivía un periodo de gran inestabilidad a consecuencia del conflicto sucesorio que enfrentaba a los hermanos Atahualpa y Huáscar. La guerra la ganaba el primero, apoyado por el estamento militar, como pudieron adivinar los españoles en su avance desde San Miguel al interior de los Andes. En la fértil provincia de Caxas, Hernando de Soto describió un horizonte de cadáveres del bando sacerdotal colgados en altos cerros. Los testimonios recogidos por el sanguinario Atahualpa sobre los extranjeros le dejaron desconcertado. ¿Eran enviados del dios creador, el Contiti Viracocha, que en su día se marchó hacia el océano del que venían aquellos barbudos? ¿O más bien eran simples saqueadores? Las últimas noticias de que los supuestos dioses necesitaban comer y beber parece que le hacían inclinarse cada vez más por la segunda opción.
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En cuanto a la mentalidad, los españoles que pasaron al América, estaban influidos por las ideas medievales y renacentistas. De credo católico, creían a pie firme que Dios los había destinado a conquistar y evangelizar a los habitantes de las tierras descubiertas en ultramar.
Explicación:
La llegada de los españoles al Tahuantinsuyo coincidió con la lucha interna que Huascar y Atahualpa, ambos hijos de Huayna Capac, sostenían por el control del imperio incaico. Esta lucha que por mucho tiempo fue descrita como una guerra fratricida que demostraba la decadencia del imperio, al parecer no fue sino la repetición de las guerras rituales tras la muerte de un inca. La sucesión no existía dentro del Tahuantinsuyo, la elección del Inca se realizaba entre los jóvenes más aptos y que mejores condiciones reunían para el mando.
Una vez elegido a los posibles candidatos, debían ellos contar con el apoyo de las panacas cuzqueñas, es decir los grupos familiares descendientes de los antiguos incas. Estas panacas se encontraban divididas en Hanan y Hurin, las dos parcialidades en que estaba dividida la organización andina y a la que pertenecían las dinastías incaicas. Esta dualidad organizaba la vida en los Andes, lo Hanan tenía ascendencia sobre lo Hurin; en el caso de esta guerra ritual, durante su desarrollo el representante del bando Hanan era identificado y se le apoyaba pues debía ganar para mantener el orden natural de las cosas.