laurmoreno
Se desaparece pero aki en este texto te voy a esplicar masUna luna después del nacimiento de Yuruparý, la gente decidió entregarle las insignias de cacique, pero no estaba la itá-tuixáua, la piedra del jefe, por lo cual tenían que ir a la Sierra del Gancho de la Luna a recobrarla. Pero las mujeres dividieron la tribu en dos bandos: unas decían que todos debían ir por la piedra, otras que debería ir solo los hombres. Discutieron por una luna hasta que se dieron cuenta de la desaparición de Yuruparý.
Las mujeres culparon a los viejos y los amenazaron con darles "el suplicio de los peces", una tortura consistente en atar el cuerpo dentro del agua, dejando la cabeza afuera, herirlos para que los peces, atraídos por el gusto de la sangre, vinieran a devorarlos. Incluso llegaron a atar a los hombres para que no escaparan.
Durante la noche, se escuchó el llanto de Yuruparý proveniente del árbol del Pihycan. Cuando llegaron a él, todo quedó en silencio. La segunda noche se repitió el llanto y buscaron entre las ramas del Pihycan pero no encontraron nada. La tercera noche cercaron el árbol pero empezaron a escuchar el llanto entre ellos, sin poder descubrir su origen. El llanto era tan aterrador que decidieron no volver a buscar a Yuruparý.
A pesar de que el llanto no cesaba, todos se olvidaron de Yuruparý menos Seucý, quien retirada en la cima de una montaña lloraba la ausencia de su hijo hasta quedar dormida en las madrugadas. Pasaron tres noches así. Una mañana, cuando se despertó se dio cuenta que la leche de sus senos no estaba. Intentó quedarse despierta para ver quién se estaba amamantando, pero el sueño la vencía y al día siguiente amanecía sin leche.
Pasaron dos años y el llanto fue remplazado por risas, cantos y gritos de un niño jugando con seres desconocidos. Yuruparý crecía fuerte, aunque invisible, a la vez que Seucy envejecía rápidamente desconsolada sin saber nada de su hijo
Las mujeres culparon a los viejos y los amenazaron con darles "el suplicio de los peces", una tortura consistente en atar el cuerpo dentro del agua, dejando la cabeza afuera, herirlos para que los peces, atraídos por el gusto de la sangre, vinieran a devorarlos. Incluso llegaron a atar a los hombres para que no escaparan.
Durante la noche, se escuchó el llanto de Yuruparý proveniente del árbol del Pihycan. Cuando llegaron a él, todo quedó en silencio. La segunda noche se repitió el llanto y buscaron entre las ramas del Pihycan pero no encontraron nada. La tercera noche cercaron el árbol pero empezaron a escuchar el llanto entre ellos, sin poder descubrir su origen. El llanto era tan aterrador que decidieron no volver a buscar a Yuruparý.
A pesar de que el llanto no cesaba, todos se olvidaron de Yuruparý menos Seucý, quien retirada en la cima de una montaña lloraba la ausencia de su hijo hasta quedar dormida en las madrugadas. Pasaron tres noches así. Una mañana, cuando se despertó se dio cuenta que la leche de sus senos no estaba. Intentó quedarse despierta para ver quién se estaba amamantando, pero el sueño la vencía y al día siguiente amanecía sin leche.
Pasaron dos años y el llanto fue remplazado por risas, cantos y gritos de un niño jugando con seres desconocidos. Yuruparý crecía fuerte, aunque invisible, a la vez que Seucy envejecía rápidamente desconsolada sin saber nada de su hijo