que juegos practicaban los grandes observadores de los ciclos y fenómenos celestes
Todos aquellos que han vivido una catástrofe natural importante, cuentan con una experiencia vital que no suele olvidarse. Esto sucede aun en los casos en que la existencia de sistemas preventivos, frecuentes en países desarrollados, minimiza los efectos del desastre, tanto en lo humano como en lo material. En los países en vías de desarrollo, tal y como hemos visto en los devastadores tifones de Bangladesh en las últimas tres décadas con cientos de miles de muertos o en el terremoto de Nicaragua de 1972 que produjo unos 10.000 muertos, los efectos humanos son muy severos y los daños materiales imprimen su huella durante décadas. Se trata de las típicas experiencias que se cuentan a las generaciones más jóvenes, tanto más cuanto más raro es el hecho.
Los pueblos de la Antigüedad estaban ante las fuerzas de la Naturaleza desatadas en una situación aun más dramática que los de los países en vías de desarrollo actuales, ya que no existían medios de comunicación social, sistemas de alerta, organizaciones de Protección Civil o ayuda internacional. Es razonable suponer por tanto que la huella de los grandes desastres debió ser en ellos más duradera, y su recuerdo, en sociedades con historia transmitida oralmente y desconocedoras de la sobreinformación mediática que caracteriza la sociedad actual, probablemente brillaría con una fuerza especial y duraría muchas generaciones, distorsionándose en la transmisión de una a otra al carecer de escritura o no ser ésta accesible a la abrumadora mayoría del pueblo. De esta forma, un hecho histórico, podría acabar transformado en un mito, exagerado con el concurso de la imaginación , con las fuerzas de la Naturaleza antropomorfizadas, y transformado conforme a la lógica del pensamiento mítico-mágico, poética y analógica, más cercana a la lógica del sueño que a la de la vigilia, que hizo p.e. del cultivo de la tierra un acto sexual en múltiples culturas y civilizaciones (Eliade, 1951). Según Einstein, “Siempre conduce a error utilizar conceptos antropomórficos para referirse a realidades ajenas a la vida humana” (Hoffmann, 1987). Esta, sin embargo, ha sido la actitud fundamental de la mayor parte de las religiones y la actitud generalizada hasta hace muy poco, explicable en sociedades precientíficas, entre la mayor parte de la población.
Explicación:
que juegos practicaban los grandes observadores de los ciclos y fenómenos celestes
Todos aquellos que han vivido una catástrofe natural importante, cuentan con una experiencia vital que no suele olvidarse. Esto sucede aun en los casos en que la existencia de sistemas preventivos, frecuentes en países desarrollados, minimiza los efectos del desastre, tanto en lo humano como en lo material. En los países en vías de desarrollo, tal y como hemos visto en los devastadores tifones de Bangladesh en las últimas tres décadas con cientos de miles de muertos o en el terremoto de Nicaragua de 1972 que produjo unos 10.000 muertos, los efectos humanos son muy severos y los daños materiales imprimen su huella durante décadas. Se trata de las típicas experiencias que se cuentan a las generaciones más jóvenes, tanto más cuanto más raro es el hecho.
Los pueblos de la Antigüedad estaban ante las fuerzas de la Naturaleza desatadas en una situación aun más dramática que los de los países en vías de desarrollo actuales, ya que no existían medios de comunicación social, sistemas de alerta, organizaciones de Protección Civil o ayuda internacional. Es razonable suponer por tanto que la huella de los grandes desastres debió ser en ellos más duradera, y su recuerdo, en sociedades con historia transmitida oralmente y desconocedoras de la sobreinformación mediática que caracteriza la sociedad actual, probablemente brillaría con una fuerza especial y duraría muchas generaciones, distorsionándose en la transmisión de una a otra al carecer de escritura o no ser ésta accesible a la abrumadora mayoría del pueblo. De esta forma, un hecho histórico, podría acabar transformado en un mito, exagerado con el concurso de la imaginación , con las fuerzas de la Naturaleza antropomorfizadas, y transformado conforme a la lógica del pensamiento mítico-mágico, poética y analógica, más cercana a la lógica del sueño que a la de la vigilia, que hizo p.e. del cultivo de la tierra un acto sexual en múltiples culturas y civilizaciones (Eliade, 1951). Según Einstein, “Siempre conduce a error utilizar conceptos antropomórficos para referirse a realidades ajenas a la vida humana” (Hoffmann, 1987). Esta, sin embargo, ha sido la actitud fundamental de la mayor parte de las religiones y la actitud generalizada hasta hace muy poco, explicable en sociedades precientíficas, entre la mayor parte de la población.