Conocimiento, saber, solidaridad, maestría y, sobre todo, secreto, estuvieron en el origen de todas las asociaciones artesanales que en la Baja Edad Media europea (siglos XI-XV, aproximadamente) se convirtieron en gremios para monopolizar la producción y comercio de sus creaciones en el Viejo Continente.
Explicación:
Al llegar a Nueva España, los maestros de los gremios intentaron reservarse el derecho de ejercer el monopolio de su oficio. Lo lograron en cierta medida, al conseguir que se reconocieran algunas de sus ordenanzas en las leyes del virreinato que negaban a los indios, mestizos, mulatos, a todos los pardos y a las mujeres, la posibilidad de examinarse para obtener el título de maestro que otorgaba la posibilidad de pertenencia legal al gremio y establecer un taller reconocido. El linaje del gremio se defendía y sustentaba en un santo patrono y en la hermandad de los compañeros cofrades, que obtenían prestigio con sus propiedades, las cuales incluían un templo y un gran espacio para exponer las preciosidades salidas de sus manos.
El gremio les permitía gozar de la protección que les daba el trabajar en un oficio regulado y aunque no siempre seguían al pie de la letra las ordenanzas, sí separaban dentro del taller a los asalariados y esclavos que no eran españoles, a quienes no se les enseñaba y se trataba de mantener alejados de los secretos del oficio, lo cual no siempre daba resultado, pues el obrero asalariado, mestizo, negro o mulato que tenía aptitudes naturales, observaba y aprendía a pesar de que en el taller se le destinaba a las labores más burdas o de limpieza.
Además, los mismos maestros burlaban frecuentemente las prohibiciones y, de manera clandestina, comenzaron a enseñar su oficio a sus operarios, indios o negros más hábiles para explotar la pericia de aquellos cuya única falta era no haber nacido como hijos de españoles. Esto creó una clase de artesanos que poco a poco se liberaron del control de sus maestros.
A pesar de que los gremios en Nueva España duraron casi trescientos años, nunca tuvieron el control que pretendían. Por ejemplo, los bordadores españoles lograron que, en 1546, sus ordenanzas fueran aprobadas; sin embargo, era muy difícil lograr que nadie más bordara o comercializara bordados, pues no se podía atar las manos o detener la creatividad de los excluidos.
En los pueblos de indios, el trabajo artesanal era parte de la vida cotidiana y el tiempo se dividía entre la producción de alimentos y la de artesanías, cuyos productos finales llevaban a los mercados. Por ejemplo, en la región de lo que hoy es Michoacán los purépechas lograron habilidades poco comunes en el trabajo artesanal. Allí, Vasco de Quiroga, aprovechando esas virtudes, multiplicó las labores e impulsó la formación de pueblos especializados en productos de gran belleza, como la cerámica policroma.
Tampoco faltaban los comerciantes que recorrían los pueblos de las regiones donde se ubicaban los artesanos más diestros, para comprar sus piezas y revenderlas donde la vigilancia fuera menor. A pesar de las leyes que los gremios pretendían imponer, en el mercado había compradores para todos y tanto en el taller gremial como en el familiar se enseñaban los saberes ancestrales con herramientas al alcance de todos. Eso generó que la cantidad de artesanos libres fuera cada vez mayor.
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Conocimiento, saber, solidaridad, maestría y, sobre todo, secreto, estuvieron en el origen de todas las asociaciones artesanales que en la Baja Edad Media europea (siglos XI-XV, aproximadamente) se convirtieron en gremios para monopolizar la producción y comercio de sus creaciones en el Viejo Continente.
Explicación:
Al llegar a Nueva España, los maestros de los gremios intentaron reservarse el derecho de ejercer el monopolio de su oficio. Lo lograron en cierta medida, al conseguir que se reconocieran algunas de sus ordenanzas en las leyes del virreinato que negaban a los indios, mestizos, mulatos, a todos los pardos y a las mujeres, la posibilidad de examinarse para obtener el título de maestro que otorgaba la posibilidad de pertenencia legal al gremio y establecer un taller reconocido. El linaje del gremio se defendía y sustentaba en un santo patrono y en la hermandad de los compañeros cofrades, que obtenían prestigio con sus propiedades, las cuales incluían un templo y un gran espacio para exponer las preciosidades salidas de sus manos.
El gremio les permitía gozar de la protección que les daba el trabajar en un oficio regulado y aunque no siempre seguían al pie de la letra las ordenanzas, sí separaban dentro del taller a los asalariados y esclavos que no eran españoles, a quienes no se les enseñaba y se trataba de mantener alejados de los secretos del oficio, lo cual no siempre daba resultado, pues el obrero asalariado, mestizo, negro o mulato que tenía aptitudes naturales, observaba y aprendía a pesar de que en el taller se le destinaba a las labores más burdas o de limpieza.
Además, los mismos maestros burlaban frecuentemente las prohibiciones y, de manera clandestina, comenzaron a enseñar su oficio a sus operarios, indios o negros más hábiles para explotar la pericia de aquellos cuya única falta era no haber nacido como hijos de españoles. Esto creó una clase de artesanos que poco a poco se liberaron del control de sus maestros.
A pesar de que los gremios en Nueva España duraron casi trescientos años, nunca tuvieron el control que pretendían. Por ejemplo, los bordadores españoles lograron que, en 1546, sus ordenanzas fueran aprobadas; sin embargo, era muy difícil lograr que nadie más bordara o comercializara bordados, pues no se podía atar las manos o detener la creatividad de los excluidos.
En los pueblos de indios, el trabajo artesanal era parte de la vida cotidiana y el tiempo se dividía entre la producción de alimentos y la de artesanías, cuyos productos finales llevaban a los mercados. Por ejemplo, en la región de lo que hoy es Michoacán los purépechas lograron habilidades poco comunes en el trabajo artesanal. Allí, Vasco de Quiroga, aprovechando esas virtudes, multiplicó las labores e impulsó la formación de pueblos especializados en productos de gran belleza, como la cerámica policroma.
Tampoco faltaban los comerciantes que recorrían los pueblos de las regiones donde se ubicaban los artesanos más diestros, para comprar sus piezas y revenderlas donde la vigilancia fuera menor. A pesar de las leyes que los gremios pretendían imponer, en el mercado había compradores para todos y tanto en el taller gremial como en el familiar se enseñaban los saberes ancestrales con herramientas al alcance de todos. Eso generó que la cantidad de artesanos libres fuera cada vez mayor.