A través de los siglos, la moda ha evolucionado según el pensamiento y las costumbres de la época. La religión, la participación política y los roles de la mujer en la sociedad influenciaron los cambios en la indumentaria femenina. En un estudio realizado por Cristina Burneo Salazar, ex académica de la Universidad San Francisco de Quito, se encontró que el vestuario de la mujer burguesa quite del siglo XIX tenía relación con el sistema político que comenzaba a imperar y el rol femenino. Así, las distintas prendas guardan un significado y un fin. El corsé, por ejemplo, “está hecho para modelar la silueta. Al resaltar el busto y las caderas se genera una imagen de fertilidad”. Así, las mujeres que lo utilizaban mostraban que ellas serían quienes den a luz a los nuevos ciudadanos de la nación, indica. En 1830 tras el nacimiento de la República del Ecuador, el traje femenino usado en la ciudad de Quito, durante el siglo XIX, muestra la influencia europea en el país. La diseñadora Isabel Poma hizo una investigación en ese campo y, además, encontró que las mujeres burguesas quiteñas de esa época incorporaron en su vestuario características nacionales, como la adopción del colorido especial del entorno local. Con respecto a los rituales, etiquetas y comportamientos, Burneo señala que muchos de ellos fueron impuestos por “religiosos que escriben tratados de cómo debe vestir la mujer para no ser escandalosa. La modestia es el código que domina todas las obligaciones de las mujeres”. En esa época, el papel de las mujeres en la sociedad se limitaba al espacio del hogar. Ellas se dedican a criar a los hijos y cuidar de las tareas domésticas. Por esta razón el vestuario debía reflejar prudencia y recato. Hacia finales del siglo XIX, “el traje de la aristocracia quiteña consistía en un vestido muy recargado, cerrado completamente, de mangas largas que llegaban sobre las muñecas con encajes y ribetes”, señala Poma. El escote era muy cerrado y terminaba en un cuello pequeño con un vuelo que sobresalía por delante. Se utilizaban enaguas. Estas prendas cumplían con la función de absorber todos los olores y aceites del cuerpo de la mujer. Sobre ellas iban varias capas más de telas y ropajes. “Esos cuerpos llegan a cargar cuarenta libras sobre sí”, asegura Burneo. Los cuerpos femeninos son enjaulados y de esta forma, controlados y reprimidos. Con la entrada del siglo XX, la situación cambia nuevamente. Con una mayor participación política de las mujeres así como su incorporación en el mercado laboral, la moda se ajusta nuevamente a estas necesidades. Una corriente de pensamiento más liberal influenciada por conflictos sociales logra cambiar los modelos tradicionales de vestir. Después de la Primera Guerra Mundial surgió la necesidad de que las mujeres estén más cómodas para realizar sus actividades. Con una economía que debía resurgir, Coco Chanel introdujo materiales más simples y baratos e incorporó prendas tradicionalmente masculinas como los pantalones. Creó entonces los trajes de punto, tejidos finos que otorgaban más y mejor flexibilidad para la nueva mujer.
Este contenido ha sido publicado originalmente por Diario EL COMERCIO en la siguiente dirección:
A través de los siglos, la moda ha evolucionado según el pensamiento y las costumbres de la época. La religión, la participación política y los roles de la mujer en la sociedad influenciaron los cambios en la indumentaria femenina. En un estudio realizado por Cristina Burneo Salazar, ex académica de la Universidad San Francisco de Quito, se encontró que el vestuario de la mujer burguesa quite del siglo XIX tenía relación con el sistema político que comenzaba a imperar y el rol femenino. Así, las distintas prendas guardan un significado y un fin. El corsé, por ejemplo, “está hecho para modelar la silueta. Al resaltar el busto y las caderas se genera una imagen de fertilidad”. Así, las mujeres que lo utilizaban mostraban que ellas serían quienes den a luz a los nuevos ciudadanos de la nación, indica. En 1830 tras el nacimiento de la República del Ecuador, el traje femenino usado en la ciudad de Quito, durante el siglo XIX, muestra la influencia europea en el país. La diseñadora Isabel Poma hizo una investigación en ese campo y, además, encontró que las mujeres burguesas quiteñas de esa época incorporaron en su vestuario características nacionales, como la adopción del colorido especial del entorno local. Con respecto a los rituales, etiquetas y comportamientos, Burneo señala que muchos de ellos fueron impuestos por “religiosos que escriben tratados de cómo debe vestir la mujer para no ser escandalosa. La modestia es el código que domina todas las obligaciones de las mujeres”. En esa época, el papel de las mujeres en la sociedad se limitaba al espacio del hogar. Ellas se dedican a criar a los hijos y cuidar de las tareas domésticas. Por esta razón el vestuario debía reflejar prudencia y recato. Hacia finales del siglo XIX, “el traje de la aristocracia quiteña consistía en un vestido muy recargado, cerrado completamente, de mangas largas que llegaban sobre las muñecas con encajes y ribetes”, señala Poma. El escote era muy cerrado y terminaba en un cuello pequeño con un vuelo que sobresalía por delante. Se utilizaban enaguas. Estas prendas cumplían con la función de absorber todos los olores y aceites del cuerpo de la mujer. Sobre ellas iban varias capas más de telas y ropajes. “Esos cuerpos llegan a cargar cuarenta libras sobre sí”, asegura Burneo. Los cuerpos femeninos son enjaulados y de esta forma, controlados y reprimidos. Con la entrada del siglo XX, la situación cambia nuevamente. Con una mayor participación política de las mujeres así como su incorporación en el mercado laboral, la moda se ajusta nuevamente a estas necesidades. Una corriente de pensamiento más liberal influenciada por conflictos sociales logra cambiar los modelos tradicionales de vestir. Después de la Primera Guerra Mundial surgió la necesidad de que las mujeres estén más cómodas para realizar sus actividades. Con una economía que debía resurgir, Coco Chanel introdujo materiales más simples y baratos e incorporó prendas tradicionalmente masculinas como los pantalones. Creó entonces los trajes de punto, tejidos finos que otorgaban más y mejor flexibilidad para la nueva mujer.
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