Entre los caracteres económicos y sociales del mundo europeo del Antiguo Régimen y los del siglo XIX pueden observarse cambios importantes. Europa pasa de ser un mundo rural a ser un mundo industrial urbano; los europeos pasan del taller artesano a la fábrica, del trabajo manual a la mecanización.
Esta profunda transformación de la economía, y de los sistemas de trabajo y, a consecuencia de ello, es lo que se conoce como Revolución Industrial.
Pero las transformaciones económicas y sociales no se produjeron repentinamente ni en todos los países al mismo tiempo. Por ello, el proceso de industrialización se suele dividir en dos etapas:
La primera revolución Industrial, que se inicia en Inglaterra en el siglo XVIII y repercute ligeramente en algunos países de Europa occidental.
La segunda Revolución Industrial comienza su desarrollo paralelamente a las revoluciones políticas y, a lo largo del siglo XIX se extiende por toda Europa y por algunas zonas de otros continentes, en especial por estados Unidos.
El desarrollo de las matemáticas y de las ciencias físico-naturales permitió, tras el trabajo de laboratorio, su aplicación a principios prácticos, o sea a la técnica, que es la ciencia aplicada a la economía. Gracias a ello se crearon numerosos tipos de máquinas, que se convirtieron en el instrumento básico del desarrollo de la Revolución Industrial. De esas máquinas, una de las primeras y más importante fue la máquina de vapor:
La máquina de vapor fue la aplicación de una serie de estudios sobre la presión atmosférica. A finales del siglo XVIII ya se sabía que un émbolo colocado dentro de un cilindro se mueve si en uno de los extremos del cilindro se ha practicado el vacío. James Watt, considerado el inventor de la máquina de vapor, conocía estas experiencias y se planteó y supo resolver las dificultades prácticas, lo que le permitió patentar su invento hacia 1765. Watt había conseguido una máquina cuyo funcionamiento es sencillo: El vapor producido por el calentamiento del agua sube por un cilindro, La expansión del vapor acciona un pistón, que pone en movimiento una biela que hace girar la rueda.
Demografía
Entre los años 1700 y 1800, la población europea pasó de unos 115 a unos 190 millones de habitantes. Comparando este crecimiento con el de los siglos anteriores se aprecia que se estaba produciendo un cambio radical en la demografía.
Los datos permiten afirmar que esta transformación se produjo sobre todo a partir de mediados del siglo XVIII. Estos datos son cada vez más seguros y fiables, porque en esta época se realizaron ya verdaderos censos. Se trata de recuentos de la población referidos a individuos, tal y como se hace hoy día, y no a familias como se había hecho hasta entonces.
El crecimiento continuado de la población hizo que al finalizar el siglo XIX, en 1900, Europa alcanzara ya los 400 millones de habitantes: en esos cien años el aumento de la población fue más del doble.
Este crecimiento demográfico fue muy importante para la Revolución Industrial, porque significaba mano de obra abundante para la industria y un mayor consumo de toda clase de productos.
La gran transformación demográfica de esta época de debe fundamentalmente, a un descenso continuado y progresivo de la mortalidad.
En Europa, en el siglo XVIII la mortalidad pasa de un 38-40 por mil, a principios de siglo, a un 25 por mil a finales. Esta tendencia se mantiene a lo largo del siglo del siglo XIX, de manera que hacia 1900 la tasa de mortalidad europea había descendido por debajo del 20 por mil.
Este descenso continuado de la mortalidad se advierte sobre todo en las tasas de mortalidad infantil, aunque el dato que llama más la atención es la desaparición de las terribles epidemias que, en los siglos anteriores, asolaban a la población europea.
Sin embargo para que la población aumente es preciso, además, que la natalidad se mantenga elevada. Y, efectivamente, a lo largo del siglo XVIII la natalidad de los países europeos se mantienen entre un 36 y un 40 por mil, aunque en 1900 ya desciende hasta situarse por debajo del 30 por mil.
La combinación de una mortalidad en descenso y una natalidad elevada provocaron el alto crecimiento vegetativo, cuya consecuencia fue no sólo en aumento de la población en todos los países europeos, sino también una fuerte emigración desde Europa a otros continentes, sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX.
La emigración europea hacia otros continentes: El desarrollo demográfico de los países europeos origina un excedente de población, que busca solución a sus problemas (hambre y paro) con la emigración hacia “los países
La Revolución industrial.
Entre los caracteres económicos y sociales del mundo europeo del Antiguo Régimen y los del siglo XIX pueden observarse cambios importantes. Europa pasa de ser un mundo rural a ser un mundo industrial urbano; los europeos pasan del taller artesano a la fábrica, del trabajo manual a la mecanización.
Esta profunda transformación de la economía, y de los sistemas de trabajo y, a consecuencia de ello, es lo que se conoce como Revolución Industrial.
Pero las transformaciones económicas y sociales no se produjeron repentinamente ni en todos los países al mismo tiempo. Por ello, el proceso de industrialización se suele dividir en dos etapas:
La primera revolución Industrial, que se inicia en Inglaterra en el siglo XVIII y repercute ligeramente en algunos países de Europa occidental.
La segunda Revolución Industrial comienza su desarrollo paralelamente a las revoluciones políticas y, a lo largo del siglo XIX se extiende por toda Europa y por algunas zonas de otros continentes, en especial por estados Unidos.
El desarrollo de las matemáticas y de las ciencias físico-naturales permitió, tras el trabajo de laboratorio, su aplicación a principios prácticos, o sea a la técnica, que es la ciencia aplicada a la economía. Gracias a ello se crearon numerosos tipos de máquinas, que se convirtieron en el instrumento básico del desarrollo de la Revolución Industrial. De esas máquinas, una de las primeras y más importante fue la máquina de vapor:
La máquina de vapor fue la aplicación de una serie de estudios sobre la presión atmosférica. A finales del siglo XVIII ya se sabía que un émbolo colocado dentro de un cilindro se mueve si en uno de los extremos del cilindro se ha practicado el vacío. James Watt, considerado el inventor de la máquina de vapor, conocía estas experiencias y se planteó y supo resolver las dificultades prácticas, lo que le permitió patentar su invento hacia 1765. Watt había conseguido una máquina cuyo funcionamiento es sencillo: El vapor producido por el calentamiento del agua sube por un cilindro, La expansión del vapor acciona un pistón, que pone en movimiento una biela que hace girar la rueda.
Demografía
Entre los años 1700 y 1800, la población europea pasó de unos 115 a unos 190 millones de habitantes. Comparando este crecimiento con el de los siglos anteriores se aprecia que se estaba produciendo un cambio radical en la demografía.
Los datos permiten afirmar que esta transformación se produjo sobre todo a partir de mediados del siglo XVIII. Estos datos son cada vez más seguros y fiables, porque en esta época se realizaron ya verdaderos censos. Se trata de recuentos de la población referidos a individuos, tal y como se hace hoy día, y no a familias como se había hecho hasta entonces.
El crecimiento continuado de la población hizo que al finalizar el siglo XIX, en 1900, Europa alcanzara ya los 400 millones de habitantes: en esos cien años el aumento de la población fue más del doble.
Este crecimiento demográfico fue muy importante para la Revolución Industrial, porque significaba mano de obra abundante para la industria y un mayor consumo de toda clase de productos.
La gran transformación demográfica de esta época de debe fundamentalmente, a un descenso continuado y progresivo de la mortalidad.
En Europa, en el siglo XVIII la mortalidad pasa de un 38-40 por mil, a principios de siglo, a un 25 por mil a finales. Esta tendencia se mantiene a lo largo del siglo del siglo XIX, de manera que hacia 1900 la tasa de mortalidad europea había descendido por debajo del 20 por mil.
Este descenso continuado de la mortalidad se advierte sobre todo en las tasas de mortalidad infantil, aunque el dato que llama más la atención es la desaparición de las terribles epidemias que, en los siglos anteriores, asolaban a la población europea.
Sin embargo para que la población aumente es preciso, además, que la natalidad se mantenga elevada. Y, efectivamente, a lo largo del siglo XVIII la natalidad de los países europeos se mantienen entre un 36 y un 40 por mil, aunque en 1900 ya desciende hasta situarse por debajo del 30 por mil.
La combinación de una mortalidad en descenso y una natalidad elevada provocaron el alto crecimiento vegetativo, cuya consecuencia fue no sólo en aumento de la población en todos los países europeos, sino también una fuerte emigración desde Europa a otros continentes, sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX.
La emigración europea hacia otros continentes: El desarrollo demográfico de los países europeos origina un excedente de población, que busca solución a sus problemas (hambre y paro) con la emigración hacia “los países