Los criollos ecuatorianos, después de las luchas independentistas, estaban muy lejos de ser un conjunto homogéneo; de hecho, diversos grupos representaban ideas tradicionales a diferencia de otros que abanderaban posturas más modernas. “Revolucionarios en las palabras y conservadores en las acciones” (Rodríguez González 1992: 155). Es así como, para elaborar un proyecto nacional, mientras se busca la consolidación de un Estado apenas incipiente, se recurre a la religión, considerándola como un poderoso aglutinador de todas las tendencias sociales y políticas que se presentaban en ese entonces.
Si bien es cierto que en los albores de la historia republicana del Ecuador algunas ideas modernistas trataban de abrirse paso en medio de conglomerados que buscaban mantener lazos estrechos con el pasado colonial, el racismo, la influencia preponderante de la ideología religiosa eclesiástica, así como la marginación de la mujer y otros lastres propios de épocas pasadas, seguían haciéndose sentir.
Ecuador, una vez independizado de España, se presentó al mundo como un país no sólo dividido en regiones -litoral, sierra y oriente- sino también con propuestas sociales, políticas e ideológicas diferentes. De hecho, la región costeña, además de ofrecer una fuerte tendencia agrícola, expresándose a través de las grandes plantaciones de cacao y de caña de azúcar, comenzó igualmente un moderado proceso de industrialización. Cosa que no sucedió en la sierra por cuanto el latifundio y la población indígena ligada a la hacienda, marcaron profundamente el desarrollo de las sociedades que en esta región ecuatoriana se fueron conformando.
Debido a la debilidad administrativa propia de los jóvenes repúblicas recién independizadas de España, los terratenientes, apoyados por la Iglesia católica, por lo menos en la región andina, se fueron imponiendo llegando a convertirse en autoridades a nivel nacional por un largo tiempo. Los latifundistas, que habían logrado apropiarse de grandes extensiones de tierra para el cultivo y la ganadería, gracias a figuras coloniales como la encomienda y el concertaje, comenzaron a estructurar la incipiente nación ecuatoriana según sus ideologías, aspiraciones e intereses (véase Botero 2008). La hacienda serrana se convirtió en el modelo y en el lugar en donde se disponía no sólo de las actividades cotidianas para la propia hacienda, sino también desde donde se pensaban las formas de gobernar la República.
Los criollos ecuatorianos, después de las luchas independentistas, estaban muy lejos de ser un conjunto homogéneo; de hecho, diversos grupos representaban ideas tradicionales a diferencia de otros que abanderaban posturas más modernas. “Revolucionarios en las palabras y conservadores en las acciones” (Rodríguez González 1992: 155). Es así como, para elaborar un proyecto nacional, mientras se busca la consolidación de un Estado apenas incipiente, se recurre a la religión, considerándola como un poderoso aglutinador de todas las tendencias sociales y políticas que se presentaban en ese entonces.
Si bien es cierto que en los albores de la historia republicana del Ecuador algunas ideas modernistas trataban de abrirse paso en medio de conglomerados que buscaban mantener lazos estrechos con el pasado colonial, el racismo, la influencia preponderante de la ideología religiosa eclesiástica, así como la marginación de la mujer y otros lastres propios de épocas pasadas, seguían haciéndose sentir.
Ecuador, una vez independizado de España, se presentó al mundo como un país no sólo dividido en regiones -litoral, sierra y oriente- sino también con propuestas sociales, políticas e ideológicas diferentes. De hecho, la región costeña, además de ofrecer una fuerte tendencia agrícola, expresándose a través de las grandes plantaciones de cacao y de caña de azúcar, comenzó igualmente un moderado proceso de industrialización. Cosa que no sucedió en la sierra por cuanto el latifundio y la población indígena ligada a la hacienda, marcaron profundamente el desarrollo de las sociedades que en esta región ecuatoriana se fueron conformando.
Debido a la debilidad administrativa propia de los jóvenes repúblicas recién independizadas de España, los terratenientes, apoyados por la Iglesia católica, por lo menos en la región andina, se fueron imponiendo llegando a convertirse en autoridades a nivel nacional por un largo tiempo. Los latifundistas, que habían logrado apropiarse de grandes extensiones de tierra para el cultivo y la ganadería, gracias a figuras coloniales como la encomienda y el concertaje, comenzaron a estructurar la incipiente nación ecuatoriana según sus ideologías, aspiraciones e intereses (véase Botero 2008). La hacienda serrana se convirtió en el modelo y en el lugar en donde se disponía no sólo de las actividades cotidianas para la propia hacienda, sino también desde donde se pensaban las formas de gobernar la República.