dibujo que rrepresente el siguiente texto porfa es para hoy =“Zoro cogió la piedra preciosa. Pensó guardarla dentro de sus bolsillos, pero cambió de idea. La alzó en su mano y como si fuera una antorcha iluminó el camino de la búsqueda. Avanzaron por extensos salones, por intrincadas escaleras, dejaron atrás un dormitorio situado en un puente que atravesaba una laguna de aguas grises, superaron balcones que se asomaban hacia abismos de ríos subterráneos, pasaron de largo por cocinas que parecían exorbitantes y solitarias plazas de mercado, bordearon alcobas matrimoniales levantadas en cúpulas donde caía la nieve, sobrepasaron cuartos ocupados por juguetes extraños y un salón de juegos en el que se veían figuras mecánicas tan altas como montañas y un cuarto de San Alejo por el que avanzaba un tren con veinticinco vagones cargados de baratijas y una sala calentada por una chimenea que consumía fácilmente un bosque entero. Por fin, llegaron a un cuarto que parecía una despensa, o a una despensa que parecía un cuarto, y encontraron al ave tente. Cuando Zoro la desató, ella bordó en el aire una exquisita maroma de alegría. —Aquí es donde vive el gordo —dijo el viejo. Y añadió—: Todo es comida. Fíjate: las paredes son de queso y los armarios de caramelo y las repisas de chocolate y duerme sobre una cama de jamones. El niño exclamó: —De esta fuente no sale agua sino naranjada. —Vámonos de aquí —dijo el viejo. Ya en la puerta, exclamó—: El gordo vive comiéndose su propia casa. —A propósito de comida, es mejor que nos llevemos esto —dijo el niño. —Es una buena idea —contestó Amadeo. Zoro cogió entonces una mesita de cerezas y la echó sobre sus hombros. —Ahora no hay ningún problema —dijo el niño. — ¿Ninguno? —contestó con sorna Amadeo. Y agregó—: Nada menos que encontrar la salida y escapar de aquí. —No te preocupes —dijo Zoro—. A esta ave tente, el abuelo le enseñó a ver con claridad en medio de la noche. Guiados por el tente y por los resplandores de la piedra preciosa, abandonaron la casa grande después de cruzar al trote por una desolada habitación matrimonial que era un desierto. En el centro, en un oasis, una cama blanca cubierta con velos temblorosos, se deshizo en polvo cuando Amadeo acarició un encaje tan tibio como la piel humana”.
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