En África abundan todavÍa animales tan majestuosos como el león, tan bellos como el leopardo y tan gráciles como las gacelas. Sin embargo, ninguno capta la atención del fotógrafo, del cazador o del turista como el colosal elefante. ¿Cuál es la causa del magnetismo que irradia una criatura tosca y aparentemente falta de elegancia? ¿Por qué el cazador recuerda durante toda su vida los segundos en que tuvo frente a su rifle al gigante africano? ¿Por qué el fotógrafo conserva como el más preciado de sus trofeos el retrato del proboscidio en actitud de carga?
El secreto de la atracción que el elefante ejerce sobre el hombre podría radicar simplemente en su tamaño, en el hecho de que ostenta el récord de peso y de volumen entre los mamíferos de la tierra firme y el ser humano es un inveterado conquistador de récords. Pero se me antoja que el origen de nuestras relaciones es mucho más profundo, lejano, y sin duda, dramático. Cada animal fitófago, es decir, comedor de plantas, es perseguido, controlado y, a veces, exterminado por un predator específico. Las cebras son la presa favorita de los leones; las gacelas,del guepardo; los monos, del leopardo; los angulados paleárticos, del lobo; las palomas, del halcón. El único predator especializado en la caza de elefantes, el único cazador que ha venido controlando la población de proboscidios de la Tierra, que ha exterminado algunas de sus razas y ha reducido, en los últimos cincuenta años, a una décima parte la densidad del elefante africano, es el hombre. Se cree que los indios sudamericanos acabaron con los últimos mastodontes del Nuevo Continente. Algunas tribus europeas y asiáticas del Paleolítico vivieron durante milenios a expensas del mamut, gigantesco elefante peludo del Cuaternario, según se ha podido comprobar por los restos hallados en sus antiguos campamentos. Los pigmeos de las selvas tropicales africanas, los furtivos negros, los profesionales del marfil y los llamados deportistas de Europa y América siguen abatiendo elefantes a un ritmo creciente donde no están férreamente protegidos. Los proboscidios están tan bien dotados por la Naturaleza que, sin la persecución constante del hombre, durante más de medio millón de años, hubieran llegado a extenderse por todos los continentes, al menos en sus partes cubiertas de vegetación herbácea o arbustiva.
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En África abundan todavÍa animales tan majestuosos como el león, tan bellos como el leopardo y tan gráciles como las gacelas. Sin embargo, ninguno capta la atención del fotógrafo, del cazador o del turista como el colosal elefante. ¿Cuál es la causa del magnetismo que irradia una criatura tosca y aparentemente falta de elegancia? ¿Por qué el cazador recuerda durante toda su vida los segundos en que tuvo frente a su rifle al gigante africano? ¿Por qué el fotógrafo conserva como el más preciado de sus trofeos el retrato del proboscidio en actitud de carga?
El secreto de la atracción que el elefante ejerce sobre el hombre podría radicar simplemente en su tamaño, en el hecho de que ostenta el récord de peso y de volumen entre los mamíferos de la tierra firme y el ser humano es un inveterado conquistador de récords. Pero se me antoja que el origen de nuestras relaciones es mucho más profundo, lejano, y sin duda, dramático. Cada animal fitófago, es decir, comedor de plantas, es perseguido, controlado y, a veces, exterminado por un predator específico. Las cebras son la presa favorita de los leones; las gacelas,del guepardo; los monos, del leopardo; los angulados paleárticos, del lobo; las palomas, del halcón. El único predator especializado en la caza de elefantes, el único cazador que ha venido controlando la población de proboscidios de la Tierra, que ha exterminado algunas de sus razas y ha reducido, en los últimos cincuenta años, a una décima parte la densidad del elefante africano, es el hombre. Se cree que los indios sudamericanos acabaron con los últimos mastodontes del Nuevo Continente. Algunas tribus europeas y asiáticas del Paleolítico vivieron durante milenios a expensas del mamut, gigantesco elefante peludo del Cuaternario, según se ha podido comprobar por los restos hallados en sus antiguos campamentos. Los pigmeos de las selvas tropicales africanas, los furtivos negros, los profesionales del marfil y los llamados deportistas de Europa y América siguen abatiendo elefantes a un ritmo creciente donde no están férreamente protegidos. Los proboscidios están tan bien dotados por la Naturaleza que, sin la persecución constante del hombre, durante más de medio millón de años, hubieran llegado a extenderse por todos los continentes, al menos en sus partes cubiertas de vegetación herbácea o arbustiva.
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