Las burbujas de la cerveza bailando en el vaso distraían la atención de Roberto, así que poco interés le puso a la plática de su familia política. Tenía frente a él esa bebida que no había probado antes y le provocaba curiosidad.
Todos charlaban muy animados y se refrescaban las cuerdas con un sorbo para continuar con lo suyo. Sin embargo, Roberto ni siquiera había tocado el vaso.
—Si no te gusta podemos ofrecerte otra cosa —dijo el abuelo amablemente al muchacho.
—Oh, no hay problema señor, esto me va bien —respondió el joven con una sonrisa nerviosa.
—Entonces será mejor que la tomes antes de que se caliente…sabe mucho mejor fría.
El abuelo volvió a la plática común y Roberto a contemplar su vaso; por supuesto que quería probarla, pero no conocía su tolerancia al alcohol, le angustiaba mucho terminar haciendo un mal papel ante la familia de su novia, pero al mismo tiempo, no quiso parecer blando al no beber alcohol como los demás lo hacían.
Con el primer trago las burbujas hicieron cosquillas es su boca y se apagaron enseguida con la frescura de la bebida, al principio fue un poco amargo, pero trago tras trago, le supo mucho mejor. Los anfitriones no permitieron jamás que viera el fondo del vaso y los estragos no se hicieron esperar.
Escuchaba a todos a lo lejos, no podía entender con claridad una palabra, la vista se le nublaba y se sentía navegando en altamar, a bordo de un barco meciéndose de aquí para allá. Lo único que tenía claro, era el bello rostro de su novia, esos grandes ojos azules que no le quitaban la mirada de encima, y la sonrisa traviesa que lo invitaba a la locura.
Ella reía más de lo normal, hizo un par de gestos que el muchacho reconoció de inmediato; un código secreto establecido entre ambos para darse sus escapadas y pasar tiempo a solas. La joven se puso de pie, en su primer intento volvió a la silla contra su voluntad, en el segundo algo tambaleante pudo lograrlo, señal de que también bebió demasiado.
Se encontraron en un rincón apartado de la casa, quisieron unir sus labios, pero les fue difícil encontrarlos, ninguno de los dos estaba en sus cinco sentidos. La situación les pareció tan cómica, que reían sin parar al mismo tiempo que intentaban darse un romántico beso.
Minutos más tarde, la familia echó de menos al par de enamorados, los buscaron por toda la casa… para encontrarlos tirados en un armario, dormidos y con sus labios unidos.
—Nada bueno puede salir de esto —dijo el abuelo.
—¡Que esperanzas que algo así se viera en mis tiempos —agregó la abuela en señal de apoyo al comentario de su marido.
Despertaron al par de tórtolos, terminado ella con un regaño y la prohibición de tal relación. El muchacho volvió a su casa avergonzado, sin la confianza de su nueva familia y con una resaca que no olvidaría jamás, tan solo por unos tragos de alcohol.
te dejo un par de historias, espero que te sirvan
HISTORIA Nº 1
Simple como el alcohol
Las burbujas de la cerveza bailando en el vaso distraían la atención de Roberto, así que poco interés le puso a la plática de su familia política. Tenía frente a él esa bebida que no había probado antes y le provocaba curiosidad.
Todos charlaban muy animados y se refrescaban las cuerdas con un sorbo para continuar con lo suyo. Sin embargo, Roberto ni siquiera había tocado el vaso.
—Si no te gusta podemos ofrecerte otra cosa —dijo el abuelo amablemente al muchacho.
—Oh, no hay problema señor, esto me va bien —respondió el joven con una sonrisa nerviosa.
—Entonces será mejor que la tomes antes de que se caliente…sabe mucho mejor fría.
El abuelo volvió a la plática común y Roberto a contemplar su vaso; por supuesto que quería probarla, pero no conocía su tolerancia al alcohol, le angustiaba mucho terminar haciendo un mal papel ante la familia de su novia, pero al mismo tiempo, no quiso parecer blando al no beber alcohol como los demás lo hacían.
Con el primer trago las burbujas hicieron cosquillas es su boca y se apagaron enseguida con la frescura de la bebida, al principio fue un poco amargo, pero trago tras trago, le supo mucho mejor. Los anfitriones no permitieron jamás que viera el fondo del vaso y los estragos no se hicieron esperar.
Escuchaba a todos a lo lejos, no podía entender con claridad una palabra, la vista se le nublaba y se sentía navegando en altamar, a bordo de un barco meciéndose de aquí para allá. Lo único que tenía claro, era el bello rostro de su novia, esos grandes ojos azules que no le quitaban la mirada de encima, y la sonrisa traviesa que lo invitaba a la locura.
Ella reía más de lo normal, hizo un par de gestos que el muchacho reconoció de inmediato; un código secreto establecido entre ambos para darse sus escapadas y pasar tiempo a solas. La joven se puso de pie, en su primer intento volvió a la silla contra su voluntad, en el segundo algo tambaleante pudo lograrlo, señal de que también bebió demasiado.
Se encontraron en un rincón apartado de la casa, quisieron unir sus labios, pero les fue difícil encontrarlos, ninguno de los dos estaba en sus cinco sentidos. La situación les pareció tan cómica, que reían sin parar al mismo tiempo que intentaban darse un romántico beso.
Minutos más tarde, la familia echó de menos al par de enamorados, los buscaron por toda la casa… para encontrarlos tirados en un armario, dormidos y con sus labios unidos.
—Nada bueno puede salir de esto —dijo el abuelo.
—¡Que esperanzas que algo así se viera en mis tiempos —agregó la abuela en señal de apoyo al comentario de su marido.
Despertaron al par de tórtolos, terminado ella con un regaño y la prohibición de tal relación. El muchacho volvió a su casa avergonzado, sin la confianza de su nueva familia y con una resaca que no olvidaría jamás, tan solo por unos tragos de alcohol.