Aunque no alcance la altura de la narrativa y de la poesía, el teatro hispanoamericano comienza su renovación en los años veinte. A partir de entonces la dramaturgia suramericana evoluciona al compás del resto del mundo: pasa por una fase de compromiso político-social, la representación experimenta grandes cambios y en los últimos años se va afianzando la creación colectiva.
La aparición del teatro moderno
A partir de los años veinte el teatro rompe con el realismo costumbrista y con el naturalismo para instaurar nuevas tendencias (teatro poético, psicológico, metafísico, social). Aunque se trata de un fenómeno general, se hace más evidente en tres países:
ARGENTINA
Samuel Eichelbaum (1894-1967) ahonda en los conflictos de conciencia de sus personajes en La mala sed (1920), Cuando tengas un hijo (1929) o Pájaro de barro(1940).
Roberto Arlt (1900-1942), también sobresaliente narrador (ver t87), despliega su anarquismo utópico en 300 millones (1932), El fabricante de fantasmas (1936) o La fiesta del hierro (1940).
El principal dramaturgo de la época es Conrado Nalé-Roxlo (1898-1971), de lenguaje poético y temática fantástica e irreal: La cola de la sirena (1941) trata de un hombre enamorado de una sirena; El pacto de Cristina (1945) repropone nuevamente el tema de Fausto; Judith y las rosas (1956) es una versión cómica del motivo bíblico.
CHILE
Armando Moock (1894-1942) desarrolla su prolífica producción en Argentina. Su tema principal es el enfrentamiento hombre-sociedad en hastiados ambientes burgueses: Pueblecito (1918) plantea el conflicto campo-ciudad; La serpiente (1920) trata de un escritor destruido por una mujer fatal; Rigoberto (1935) es la tragicomedia de la imposible búsqueda de la felicidad.
MÉXICO
Rodolfo Usigli (1905-1979) fue teórico del teatro y escribió piezas de indagación psicológica, como El gesticulador (1937), sobre la revolución mexicana.
Otros tres dramaturgos son también poetas (ver t85):
Xavier Villaurrutia (1903-1950) combina en sus piezas la revisión de los mitos, la reflexión sobre la muerte y el neosicologismo. La mujer legítima (1943) y Juego peligroso (1949) revelan el influjo de Freud en sus tramas de amor y celos; Invitación a la muerte (1943), su obra maestra, es una adaptación moderna de Hamlet.
El análisis de la sociedad corre a cargo de Celestino Gorostiza (1904-1967) en El color de nuestra piel (1952), sobre el racismo, y de Salvador Novo (1904-1974) con La culta dama (1951), acerca de la clase alta, y A ocho columnas (1956), sobre la corrupción de la prensa.
El teatro más reciente
Con la creación de los grupos universitarios e independientes, la renovación se extiende a los aspectos materiales del espectáculo teatral (vestuario, luces, escenografía, actores). Desde el punto de vista temático dominarán la crítica social y la denuncia política.
El argentino Osvaldo Dragún (1929) es el dramaturgo más importante de esta etapa, asociado al prestigioso grupo de los años cincuenta Fray Mocho. Cercano al teatro épico brechtiano, alcanzó la fama con Historias para ser contadas (1957).
El colombiano Enrique Buenaventura (1925) es director del TAC y dramaturgo de orientación política en La denuncia (1973), que describe la represión contra unos huelguistas. Pieza de carácter popular es A la diestra de Dios Padre (1960).
El cubano José Triana (1932) ofrece una visión crítica de la sociedad cubana prerrevolucionaria, como en La noche de los asesinos (1965), sobre unas niñas que juegan a representar (teatro dentro del teatro) el asesinato de sus padres.
La importante figura del chileno Jorge Díaz (1930) pasa, en su amplia producción, de la vanguardia al teatro social. Se centra en la crítica de la burguesía y el tema de la soledad, con un lenguaje irónico y humor negro, como en El cepillo de dientes (1961), Mata a tu prójimo como a ti mismo (1976) o Toda esta larga noche (1981).
En Perú destacan Enrique Solari Swayne (1915), autor de Collacocha (1956), sobre la lucha del hombre contra la naturaleza, y Sebastián Salazar Bondy (1924-1964).
El puertorriqueño René Marqués (1919-1979) refleja la problemática de su pueblo en La carreta (1952), sobre la emigración.
El teatro del venezolano José Ignacio Cabrujas (1937) se caracteriza por su riqueza de lenguaje y su desmitificación de la historia en En nombre del rey (1963) o El día que me quieras (197
Aunque no alcance la altura de la narrativa y de la poesía, el teatro hispanoamericano comienza su renovación en los años veinte. A partir de entonces la dramaturgia suramericana evoluciona al compás del resto del mundo: pasa por una fase de compromiso político-social, la representación experimenta grandes cambios y en los últimos años se va afianzando la creación colectiva.
La aparición del teatro moderno
A partir de los años veinte el teatro rompe con el realismo costumbrista y con el naturalismo para instaurar nuevas tendencias (teatro poético, psicológico, metafísico, social). Aunque se trata de un fenómeno general, se hace más evidente en tres países:
ARGENTINA
Samuel Eichelbaum (1894-1967) ahonda en los conflictos de conciencia de sus personajes en La mala sed (1920), Cuando tengas un hijo (1929) o Pájaro de barro(1940).
Roberto Arlt (1900-1942), también sobresaliente narrador (ver t87), despliega su anarquismo utópico en 300 millones (1932), El fabricante de fantasmas (1936) o La fiesta del hierro (1940).
El principal dramaturgo de la época es Conrado Nalé-Roxlo (1898-1971), de lenguaje poético y temática fantástica e irreal: La cola de la sirena (1941) trata de un hombre enamorado de una sirena; El pacto de Cristina (1945) repropone nuevamente el tema de Fausto; Judith y las rosas (1956) es una versión cómica del motivo bíblico.
CHILE
Armando Moock (1894-1942) desarrolla su prolífica producción en Argentina. Su tema principal es el enfrentamiento hombre-sociedad en hastiados ambientes burgueses: Pueblecito (1918) plantea el conflicto campo-ciudad; La serpiente (1920) trata de un escritor destruido por una mujer fatal; Rigoberto (1935) es la tragicomedia de la imposible búsqueda de la felicidad.
MÉXICO
Rodolfo Usigli (1905-1979) fue teórico del teatro y escribió piezas de indagación psicológica, como El gesticulador (1937), sobre la revolución mexicana.
Otros tres dramaturgos son también poetas (ver t85):
Xavier Villaurrutia (1903-1950) combina en sus piezas la revisión de los mitos, la reflexión sobre la muerte y el neosicologismo. La mujer legítima (1943) y Juego peligroso (1949) revelan el influjo de Freud en sus tramas de amor y celos; Invitación a la muerte (1943), su obra maestra, es una adaptación moderna de Hamlet.
El análisis de la sociedad corre a cargo de Celestino Gorostiza (1904-1967) en El color de nuestra piel (1952), sobre el racismo, y de Salvador Novo (1904-1974) con La culta dama (1951), acerca de la clase alta, y A ocho columnas (1956), sobre la corrupción de la prensa.
El teatro más reciente
Con la creación de los grupos universitarios e independientes, la renovación se extiende a los aspectos materiales del espectáculo teatral (vestuario, luces, escenografía, actores). Desde el punto de vista temático dominarán la crítica social y la denuncia política.
El argentino Osvaldo Dragún (1929) es el dramaturgo más importante de esta etapa, asociado al prestigioso grupo de los años cincuenta Fray Mocho. Cercano al teatro épico brechtiano, alcanzó la fama con Historias para ser contadas (1957).
El colombiano Enrique Buenaventura (1925) es director del TAC y dramaturgo de orientación política en La denuncia (1973), que describe la represión contra unos huelguistas. Pieza de carácter popular es A la diestra de Dios Padre (1960).
El cubano José Triana (1932) ofrece una visión crítica de la sociedad cubana prerrevolucionaria, como en La noche de los asesinos (1965), sobre unas niñas que juegan a representar (teatro dentro del teatro) el asesinato de sus padres.
La importante figura del chileno Jorge Díaz (1930) pasa, en su amplia producción, de la vanguardia al teatro social. Se centra en la crítica de la burguesía y el tema de la soledad, con un lenguaje irónico y humor negro, como en El cepillo de dientes (1961), Mata a tu prójimo como a ti mismo (1976) o Toda esta larga noche (1981).
En Perú destacan Enrique Solari Swayne (1915), autor de Collacocha (1956), sobre la lucha del hombre contra la naturaleza, y Sebastián Salazar Bondy (1924-1964).
El puertorriqueño René Marqués (1919-1979) refleja la problemática de su pueblo en La carreta (1952), sobre la emigración.
El teatro del venezolano José Ignacio Cabrujas (1937) se caracteriza por su riqueza de lenguaje y su desmitificación de la historia en En nombre del rey (1963) o El día que me quieras (197