En algún momento de la evolución humana surgió el lenguaje, la comunicación oral entre homínidos más o menos compleja. Quizá lo hizo de forma tardía y repentina, o bien, más que una explosión se trató de un proceso lento y gradual que la selección natural pulió con su azarosa inercia. Sin propósito, salvo el que da la competencia y el éxito reproductivo y de supervivencia, el mecanismo a veces llamado “motor de la evolución” extendió su perpetuo tamiz, favoreciendo un nuevo carácter emergente en algunos individuos —o quizá antiguo entre los primates— que proporcionó un medio más exitoso de supervivencia y reproducción en las circunstancias que debieron darse. El lenguaje se hizo entonces una muy poderosa herramienta para sus portadores.
En algún momento de la evolución humana surgió el lenguaje, la comunicación oral entre homínidos más o menos compleja. Quizá lo hizo de forma tardía y repentina, o bien, más que una explosión se trató de un proceso lento y gradual que la selección natural pulió con su azarosa inercia. Sin propósito, salvo el que da la competencia y el éxito reproductivo y de supervivencia, el mecanismo a veces llamado “motor de la evolución” extendió su perpetuo tamiz, favoreciendo un nuevo carácter emergente en algunos individuos —o quizá antiguo entre los primates— que proporcionó un medio más exitoso de supervivencia y reproducción en las circunstancias que debieron darse. El lenguaje se hizo entonces una muy poderosa herramienta para sus portadores.