Seguramente estas lámparas del Mercado de la pulgas de París han hablado muchos años entre ellas, apagándose y encendiéndose en todas las habitaciones durante tanto tiempo que la luz y la oscuridad forman parte de sus vidas: iluminaron y velaron conversaciones incesantes de muy largas historias. Ahora están quietas, colgadas unas con otras, reflejándose en los espejos, esperando que alguien las compre.Por eso no me ha extrañado el título de esta obra de Michel Biehn, “La conversación de los objetos” (Aubanel), en la que un anticuario y decorador revela sus confidencias de coleccionista. Evoca este título las charlas de los objetos desconocidos con los valiosos, los raros y únicos con aquellos que el tiempo declaró ya inservibles, las blancas frases de las tazas, el murmullo de los sillones al repantingarse, el chillido en el suelo al caer una cucharilla. No conozco el contenido de este libro pero sí me atrae su título. Oigo hablar a los objetos en las habitaciones de todas las casas, en las casas de todos los pisos, en los pisos de todos los barrios del mundo. Hablan y hablan en un lenguaje distinto al de los hombres y de repente una mano cansada deja caer un objeto cansado y el cristal pone fin a su vida haciéndose añicos.Los primeros fotógrafos se interesaron por fijar los rostros de los objetos antes de que se los llevara el olvido, antes de que se extraviaran en ese Rastro que tienen todas las ciudades, cementerio vivo que de modo tan extraordinario cantó RAMÓN:“Las cosas del Rastro– dijo- desaparecen de aquí algún día (…) ¿Cómo desaparecen estas cosas?… La mayor parte de ellas no se sabe cómo desaparece, qué misterio interviene en su huida. Se sospecha si serán barridas por un viento extraño que debe pasar por aquí guiando su escoba hacia unas últimas afueras; se sospecha de las nubes como si ellas mordiesen en los objetos y se los fuesen llevando en su arrastre constante; se sospecha que el turbión de aguas azules con que inunda la noche el Rastro sea el que se las lleve; se sospecha que se fueron simplificando, alambicando en el alambique ambiente hasta desaparecer; se sospecha afiladamente que el alba las va eliminando, las va corroyendo, las va disipando…” espero quete sirva de algo
Seguramente estas lámparas del Mercado de la pulgas de París han hablado muchos años entre ellas, apagándose y encendiéndose en todas las habitaciones durante tanto tiempo que la luz y la oscuridad forman parte de sus vidas: iluminaron y velaron conversaciones incesantes de muy largas historias. Ahora están quietas, colgadas unas con otras, reflejándose en los espejos, esperando que alguien las compre.Por eso no me ha extrañado el título de esta obra de Michel Biehn, “La conversación de los objetos” (Aubanel), en la que un anticuario y decorador revela sus confidencias de coleccionista. Evoca este título las charlas de los objetos desconocidos con los valiosos, los raros y únicos con aquellos que el tiempo declaró ya inservibles, las blancas frases de las tazas, el murmullo de los sillones al repantingarse, el chillido en el suelo al caer una cucharilla. No conozco el contenido de este libro pero sí me atrae su título. Oigo hablar a los objetos en las habitaciones de todas las casas, en las casas de todos los pisos, en los pisos de todos los barrios del mundo. Hablan y hablan en un lenguaje distinto al de los hombres y de repente una mano cansada deja caer un objeto cansado y el cristal pone fin a su vida haciéndose añicos.Los primeros fotógrafos se interesaron por fijar los rostros de los objetos antes de que se los llevara el olvido, antes de que se extraviaran en ese Rastro que tienen todas las ciudades, cementerio vivo que de modo tan extraordinario cantó RAMÓN:“Las cosas del Rastro– dijo- desaparecen de aquí algún día (…) ¿Cómo desaparecen estas cosas?… La mayor parte de ellas no se sabe cómo desaparece, qué misterio interviene en su huida. Se sospecha si serán barridas por un viento extraño que debe pasar por aquí guiando su escoba hacia unas últimas afueras; se sospecha de las nubes como si ellas mordiesen en los objetos y se los fuesen llevando en su arrastre constante; se sospecha que el turbión de aguas azules con que inunda la noche el Rastro sea el que se las lleve; se sospecha que se fueron simplificando, alambicando en el alambique ambiente hasta desaparecer; se sospecha afiladamente que el alba las va eliminando, las va corroyendo, las va disipando…” espero quete sirva de algo