Necesito un cuento que trate de la solidaridad pliz
rg24947
Hace frio Un cuento sobre la solidaridad. Hace frío
El invierno es un viejito que tiene una barba blanca, llena de escarcha que le cuelga hasta el suelo. Donde camina deja un rastro de hielo que va tapando todo.
A veces trae más frío que de costumbre, como cuando sucedió esta historia: Hacía tanto, pero tanto frío, que los árboles parecían arbolitos de Navidad adornados con algodón. En uno de esos árboles vivían los Ardilla con sus cinco hijitos.
Papá y mamá habían juntado muchas ramitas suaves, plumas y hojas para armar un nido calientito para sus bebés, que nacerían en invierno.
Además, habían guardado tanta comida que podían pasar la temporada de frío como a ellos les gustaba: durmiendo abrazaditos hasta que llegara la primavera.
Un día, la nieve caía en suaves copos que parecían maripositas blancas danzando a la vez que se amontonaban sobre las ramas de los árboles y sobre el piso, y todo el bosque parecía un gran cucurucho de helado de crema en medio del silencio y la paz. ¡Brrrmmm!
Y entonces, un horrible ruido despertó a los que hibernaban: ¡una máquina inmensa avanzaba destrozando las plantas, volteando los árboles y dejando sin casa y sin abrigo a los animalitos que despertaban aterrados y corrían hacia cualquier lado, tratando de salvar a sus hijitos!
Papá Ardilla abrió la puerta de su nido y vio el terror de sus vecinos. No quería que sus hijitos se asustaran, así que volvió a cerrar y se puso a roncar.
Sus ronquidos eran más fuertes que el tronar de la máquina y sus bebés no despertaron. Mamá Ardilla le preguntó, preocupada:
-¿Qué pasa afuera?
- No te preocupes y sigue durmiendo, que nuestro árbol es el más grande y fuerte del bosque y no nos va a pasar nada- le contestó.
Pero Mamá Ardilla no podía quedarse tranquila sabiendo que sus vecinos tenían dificultades. Insistió:
- Debemos ayudar a nuestros amigos: tenemos espacio y comida para compartir con los que más lo necesiten. ¿Para qué vamos a guardar tanto, mientras ellos pierden a sus familias por no tener nada?
Papá Ardilla dejó de roncar; miró a sus hijitos durmiendo calientitos y a Mamá Ardilla. Se paró en su cama de hojas y le dio un beso grande en la nariz a la dulce Mamá Ardilla y ¡corrió a ayudar a sus vecinos!.
En un ratito, el inmenso roble del bosque estaba lleno de animalitos que se refugiaron felices en él. El calor de todos hizo que se derritiera la nieve acumulada sobre las ramas y se llenara de flores. ¡Parecía que había llegado la primavera en medio del invierno!.
Los pajaritos cantaron felices: ahora tenían dónde guardar a sus pichoncitos, protegidos de la nieve y del frío. Así, gracias a la ayuda de los Ardilla se salvaron todas las familias de sus vecinos y vivieron contentos.
Durmieron todos abrazaditos hasta que llegara en serio la primavera, el aire estuviera calientito, y hubiera comida y agua en abundancia.
Candelaria100
Rimo y Romi Rimo y Romi eran dos ratoncitos a los que les encantaba el queso. Les gustaba tanto el queso que eran capaces de cualquier cosa por conseguirlo.
Rimo y Romi vivían en un pequeño agujerito de una vieja casa. Allí vivía una ancianita a la que también le encantaba el queso. Cuando tenían hambre, salían de su agujerito y se iban a la cocina de aquella vieja casa.
- ¡Qué hambre! ¡Vayamos a comer un poco de queso de la ancianita! -decían los ratoncitos.
Así que los dos ratoncitos asomaban la cabeza por el agujerito y, si la ancianita estaba dormida, salían corriendo hacia la cocina para comer queso.
Pero un día algo ocurrió. Siempre había queso y pan en la cocina, pero aquel día no había nada. Entonces, Rimo y Romi tuvieron que volver a su agujerito muertos de hambre.
Al día siguiente, los ratoncitos volvieron a la cocina a buscar queso, pero, una vez más, no encontraron nada.
- ¡Qué raro! ¡La ancianita siempre tiene un montón de queso y, de repente, no hay nada! -pensaron.
Pasaron los días y los ratoncitos no encontraban comida en la cocina nunca.
- ¡Esto es muy raro! ¡La ancianita lleva un montón de días sin salir de casa y aquí no hay nada de comer! –pensaron los ratoncitos mientras miraban a aquella mujer desde su agujerito.
Pero por fin se dieron cuenta de lo que pasaba. Aquella ancianita era tan mayor que ya no tenía fuerzas para ir a hacer la compra y siempre estaba triste en su sillón.
- Romi, tenemos que hacer algo. Nosotros siempre nos hemos comido su queso. ¿Por qué no intentamos traerle un poco de queso a ella para que coma un poco? -dijo Rimo.
- ¡Qué gran idea! -contestó Rimo.
Ese mismo día los dos ratoncillos salieron de casa y tuvieron que andar horas y horas hasta encontrar un gran queso para llevarlo a casa de la ancianita. Cuando por fin lo encontraron, intentaron llevarlo, pero ellos eran tan chiquititos que no tenían fuerza para transportarlo. Por suerte, encontraron una carretilla con ruedas que les sirvió para transportar ese gran queso y, por fin, lo llevaron hasta la casa.
Una vez en casa, Rimo y Romi cortaron el queso tres trocitos: uno para cada uno de ellos y otro para la ancianita. Con mucho cuidado, lo pusieron en la mesita de al lado del sillón donde ella estaba sentada.
La ancianita no podía creerlo y comió aquel queso muy feliz. Desde entonces los ratoncitos se encargan de cuidar a la ancianita y nunca, nunca, nunca más faltó el queso en aquella casa .
Un cuento sobre la solidaridad. Hace frío
El invierno es un viejito que tiene una barba blanca, llena de escarcha que le cuelga hasta el suelo. Donde camina deja un rastro de hielo que va tapando todo.
A veces trae más frío que de costumbre, como cuando sucedió esta historia: Hacía tanto, pero tanto frío, que los árboles parecían arbolitos de Navidad adornados con algodón. En uno de esos árboles vivían los Ardilla con sus cinco hijitos.
Papá y mamá habían juntado muchas ramitas suaves, plumas y hojas para armar un nido calientito para sus bebés, que nacerían en invierno.
Además, habían guardado tanta comida que podían pasar la temporada de frío como a ellos les gustaba: durmiendo abrazaditos hasta que llegara la primavera.
Un día, la nieve caía en suaves copos que parecían maripositas blancas danzando a la vez que se amontonaban sobre las ramas de los árboles y sobre el piso, y todo el bosque parecía un gran cucurucho de helado de crema en medio del silencio y la paz. ¡Brrrmmm!
Y entonces, un horrible ruido despertó a los que hibernaban: ¡una máquina inmensa avanzaba destrozando las plantas, volteando los árboles y dejando sin casa y sin abrigo a los animalitos que despertaban aterrados y corrían hacia cualquier lado, tratando de salvar a sus hijitos!
Papá Ardilla abrió la puerta de su nido y vio el terror de sus vecinos. No quería que sus hijitos se asustaran, así que volvió a cerrar y se puso a roncar.
Sus ronquidos eran más fuertes que el tronar de la máquina y sus bebés no despertaron. Mamá Ardilla le preguntó, preocupada:
-¿Qué pasa afuera?
- No te preocupes y sigue durmiendo, que nuestro árbol es el más grande y fuerte del bosque y no nos va a pasar nada- le contestó.
Pero Mamá Ardilla no podía quedarse tranquila sabiendo que sus vecinos tenían dificultades. Insistió:
- Debemos ayudar a nuestros amigos: tenemos espacio y comida para compartir con los que más lo necesiten. ¿Para qué vamos a guardar tanto, mientras ellos pierden a sus familias por no tener nada?
Papá Ardilla dejó de roncar; miró a sus hijitos durmiendo calientitos y a Mamá Ardilla. Se paró en su cama de hojas y le dio un beso grande en la nariz a la dulce Mamá Ardilla y ¡corrió a ayudar a sus vecinos!.
En un ratito, el inmenso roble del bosque estaba lleno de animalitos que se refugiaron felices en él. El calor de todos hizo que se derritiera la nieve acumulada sobre las ramas y se llenara de flores. ¡Parecía que había llegado la primavera en medio del invierno!.
Los pajaritos cantaron felices: ahora tenían dónde guardar a sus pichoncitos, protegidos de la nieve y del frío. Así, gracias a la ayuda de los Ardilla se salvaron todas las familias de sus vecinos y vivieron contentos.
Durmieron todos abrazaditos hasta que llegara en serio la primavera, el aire estuviera calientito, y hubiera comida y agua en abundancia.
FIN
Cuento de Teresa del Valle Drube, Argentina.
Rimo y Romi eran dos ratoncitos a los que les encantaba el queso. Les gustaba tanto el queso que eran capaces de cualquier cosa por conseguirlo.
Rimo y Romi vivían en un pequeño agujerito de una vieja casa. Allí vivía una ancianita a la que también le encantaba el queso. Cuando tenían hambre, salían de su agujerito y se iban a la cocina de aquella vieja casa.
- ¡Qué hambre! ¡Vayamos a comer un poco de queso de la ancianita! -decían los ratoncitos.
Así que los dos ratoncitos asomaban la cabeza por el agujerito y, si la ancianita estaba dormida, salían corriendo hacia la cocina para comer queso.
Pero un día algo ocurrió. Siempre había queso y pan en la cocina, pero aquel día no había nada. Entonces, Rimo y Romi tuvieron que volver a su agujerito muertos de hambre.
Al día siguiente, los ratoncitos volvieron a la cocina a buscar queso, pero, una vez más, no encontraron nada.
- ¡Qué raro! ¡La ancianita siempre tiene un montón de queso y, de repente, no hay nada! -pensaron.
Pasaron los días y los ratoncitos no encontraban comida en la cocina nunca.
- ¡Esto es muy raro! ¡La ancianita lleva un montón de días sin salir de casa y aquí no hay nada de comer! –pensaron los ratoncitos mientras miraban a aquella mujer desde su agujerito.
Pero por fin se dieron cuenta de lo que pasaba. Aquella ancianita era tan mayor que ya no tenía fuerzas para ir a hacer la compra y siempre estaba triste en su sillón.
- Romi, tenemos que hacer algo. Nosotros siempre nos hemos comido su queso. ¿Por qué no intentamos traerle un poco de queso a ella para que coma un poco? -dijo Rimo.
- ¡Qué gran idea! -contestó Rimo.
Ese mismo día los dos ratoncillos salieron de casa y tuvieron que andar horas y horas hasta encontrar un gran queso para llevarlo a casa de la ancianita.
Cuando por fin lo encontraron, intentaron llevarlo, pero ellos eran tan chiquititos que no tenían fuerza para transportarlo. Por suerte, encontraron una carretilla con ruedas que les sirvió para transportar ese gran queso y, por fin, lo llevaron hasta la casa.
Una vez en casa, Rimo y Romi cortaron el queso tres trocitos: uno para cada uno de ellos y otro para la ancianita. Con mucho cuidado, lo pusieron en la mesita de al lado del sillón donde ella estaba sentada.
La ancianita no podía creerlo y comió aquel queso muy feliz. Desde entonces los ratoncitos se encargan de cuidar a la ancianita y nunca, nunca, nunca más faltó el queso en aquella casa .