Era un pájaro bellísimo, de color tan rojo que parecía una llamarada volando por el aire. Si se paraba en un alero, el dueño de la morada inmediatamente salía gritando:
-¡Auxilio! ¡Hay fuego en el techo de mi casa!...
Y al punto le arrojaban chorros de agua, con lo cual aquella llama viva se lanzaba otra vez al cielo.
Si se paraba sobre un granero, los ratones se llevaban el susto más grande de su vida.
-¡Sálvese quien pueda! ¡Ha caído una brasa en el granero! ¡Pronto comenzará el incendio!...
Y escapaban despavoridos.
Una vez se lo vio bajar hasta el borde del río, tocar el agua y levantarse de nuevo. Entonces se lo creyó una brasa encantada, pues tocaba el agua y no se apagaba, además de tener la virtud de volar.
Pero aquel pájaro maravilloso no creía ni remotamente estar hecho de fuego y más bien él soñaba con parecerse a una flor, que él conceptuaba como la encarnación de la belleza.
-Yo soy la flor del aire. Mi tallo es tan largo como el hilo de un volador y me permite ir adonde quiero -decía alegremente.
Pero los demás pájaros no creían en su tallo imaginario, además de que sus formas no tenían nada de común con la flor.
-¿Dónde se ha visto una flor con pico? -decían.
-¿Y una flor que cante?...
El pájaro encendido escapaba entonces de tantos incrédulos y se daba a vagar, ardiendo, por los aires.
Un día se dijo:
"Me posaré sobre un árbol seco y lo alegraré con mis colores. Él sí creerá que soy una flor." Y se sentó sobre un ceibo partido por un rayo.
Allí, rojo y vistoso, parecía una extraordinaria flor encarnada. Abrió las dos alas radiantes y las elevó a los cielos semejando entonces una flor bipétala.
Su identidad era perfecta, pero le faltaba una cosa: el perfume. Se dejó caer entonces sobre unas flores silvestres que crecían al pie del árbol y aleteó sobre ellas un largo rato. Cuando se consideró suficientemente perfumado, voló de nuevo a la punta del ceibo y adoptó la posición anterior, mejorándola todavía, pues se paró sobre una sola patita, que semejaba muy bien el tallo de una flor.
Estuvo así muchas horas seguidas y empezó a sentir hambre. En esto se presentó una mariposa, dispuesta a libar la miel de la supuesta flor. El pájaro se la tragó en un santiamén y volvió a quedar inmóvil.
-¿Qué flor tan extraña es ésa, que se traga a nuestra hermana? -dijeron las demás mariposas, asombradas.
-Vamos a averiguar lo que pasa.
Una tras otra volaron hacia el pájaro y corrieron la misma suerte.
Todos los insectos se alarmaron ante aquella flor carnicera que se alimentaba de mariposas, pero el pájaro estaba radiante. Y después de saciar su apetito cogió a una mariposa azul y se la colocó al cuello de collar. Luego se puso a cantar alegremente, olvidándose de su oficio de flor.
-¡Pero qué raro! ¡Es una flor musical! -dijo una avispa.
-No es ella la que canta. Tiene un grillo en el corazón -contestó la libélula.
-Eso es absurdo -dijo la langosta.
-¡Y qué perfume tan exquisito!... -siguió diciendo la libélula.
-¡Y qué color!... ¡Si parece un lucero!...
-Bueno, esta flor se parece a muchas cosas. Iremos a examinarla... -dijeron las avispas desconfiadas.
Volaron sobre "la flor" y la rodearon.
-Libaremos su miel, que debe ser deliciosa...
Pero, apenas se acercó la primera avispa, el pájaro levantó el pico y ésta retrocedió asombrada.
-¡Vengan todas! ¡No es una flor, sino un pájaro disfrazado!...
-¡Hay que matarlo a flechazos! ¡Es un peligroso impostor!
Y las avispas desenvainaron sus espadas y se lanzaron sobre el ave. En ese momento el ceibo se estremeció, como volviendo de otra vida, y habló así:
-¡Hermanas avispas, no sacrifiquen a esa flor bellísima!...
Las atacantes pararon el asalto y se miraron unas a otras, llenas de sorpresa.
-¡El árbol muerto ha revivido! -exclamaron a coro.
-¡Y esa flor extraordinaria fue quien hizo el milagro de resucitarme! -confesó el ceibo viejo.
-¡Pero si no es una flor sino un pájaro disfrazado!...
-Aunque así sea. Él me revivió con una mentira piadosa. Al sentirlo en mis ramas creía que era una flor mía y me dije jubiloso: "Aún puedo florecer". Entonces la vida comenzó a circular otra vez por mis gajos muertos. Y aquí me tienen nuevamente, cubierto de flores...
Y en efecto, el ceibo repentinamente se había llenado de grandes flores rojas, tan grandes como el pájaro.
-¡Te perdonamos todo por haber resucitado una vida con sólo una hermosa mentira! -dijeron entonces las avispas, guardando sus aguijones, y se dedicaron a libar la miel de las nuevas flores del ceibo.
EL PÁJARO DE FUEGO
Era un pájaro bellísimo, de color tan rojo que parecía una llamarada volando por el aire. Si se paraba en un alero, el dueño de la morada inmediatamente salía gritando:
-¡Auxilio! ¡Hay fuego en el techo de mi casa!...
Y al punto le arrojaban chorros de agua, con lo cual aquella llama viva se lanzaba otra vez al cielo.
Si se paraba sobre un granero, los ratones se llevaban el susto más grande de su vida.
-¡Sálvese quien pueda! ¡Ha caído una brasa en el granero! ¡Pronto comenzará el incendio!...
Y escapaban despavoridos.
Una vez se lo vio bajar hasta el borde del río, tocar el agua y levantarse de nuevo. Entonces se lo creyó una brasa encantada, pues tocaba el agua y no se apagaba, además de tener la virtud de volar.
Pero aquel pájaro maravilloso no creía ni remotamente estar hecho de fuego y más bien él soñaba con parecerse a una flor, que él conceptuaba como la encarnación de la belleza.
-Yo soy la flor del aire. Mi tallo es tan largo como el hilo de un volador y me permite ir adonde quiero -decía alegremente.
Pero los demás pájaros no creían en su tallo imaginario, además de que sus formas no tenían nada de común con la flor.
-¿Dónde se ha visto una flor con pico? -decían.
-¿Y una flor que cante?...
El pájaro encendido escapaba entonces de tantos incrédulos y se daba a vagar, ardiendo, por los aires.
Un día se dijo:
"Me posaré sobre un árbol seco y lo alegraré con mis colores. Él sí creerá que soy una flor." Y se sentó sobre un ceibo partido por un rayo.
Allí, rojo y vistoso, parecía una extraordinaria flor encarnada. Abrió las dos alas radiantes y las elevó a los cielos semejando entonces una flor bipétala.
Su identidad era perfecta, pero le faltaba una cosa: el perfume. Se dejó caer entonces sobre unas flores silvestres que crecían al pie del árbol y aleteó sobre ellas un largo rato. Cuando se consideró suficientemente perfumado, voló de nuevo a la punta del ceibo y adoptó la posición anterior, mejorándola todavía, pues se paró sobre una sola patita, que semejaba muy bien el tallo de una flor.
Estuvo así muchas horas seguidas y empezó a sentir hambre. En esto se presentó una mariposa, dispuesta a libar la miel de la supuesta flor. El pájaro se la tragó en un santiamén y volvió a quedar inmóvil.
-¿Qué flor tan extraña es ésa, que se traga a nuestra hermana? -dijeron las demás mariposas, asombradas.
-Vamos a averiguar lo que pasa.
Una tras otra volaron hacia el pájaro y corrieron la misma suerte.
Todos los insectos se alarmaron ante aquella flor carnicera que se alimentaba de mariposas, pero el pájaro estaba radiante. Y después de saciar su apetito cogió a una mariposa azul y se la colocó al cuello de collar. Luego se puso a cantar alegremente, olvidándose de su oficio de flor.
-¡Pero qué raro! ¡Es una flor musical! -dijo una avispa.
-No es ella la que canta. Tiene un grillo en el corazón -contestó la libélula.
-Eso es absurdo -dijo la langosta.
-¡Y qué perfume tan exquisito!... -siguió diciendo la libélula.
-¡Y qué color!... ¡Si parece un lucero!...
-Bueno, esta flor se parece a muchas cosas. Iremos a examinarla... -dijeron las avispas desconfiadas.
Volaron sobre "la flor" y la rodearon.
-Libaremos su miel, que debe ser deliciosa...
Pero, apenas se acercó la primera avispa, el pájaro levantó el pico y ésta retrocedió asombrada.
-¡Vengan todas! ¡No es una flor, sino un pájaro disfrazado!...
-¡Hay que matarlo a flechazos! ¡Es un peligroso impostor!
Y las avispas desenvainaron sus espadas y se lanzaron sobre el ave. En ese momento el ceibo se estremeció, como volviendo de otra vida, y habló así:
-¡Hermanas avispas, no sacrifiquen a esa flor bellísima!...
Las atacantes pararon el asalto y se miraron unas a otras, llenas de sorpresa.
-¡El árbol muerto ha revivido! -exclamaron a coro.
-¡Y esa flor extraordinaria fue quien hizo el milagro de resucitarme! -confesó el ceibo viejo.
-¡Pero si no es una flor sino un pájaro disfrazado!...
-Aunque así sea. Él me revivió con una mentira piadosa. Al sentirlo en mis ramas creía que era una flor mía y me dije jubiloso: "Aún puedo florecer". Entonces la vida comenzó a circular otra vez por mis gajos muertos. Y aquí me tienen nuevamente, cubierto de flores...
Y en efecto, el ceibo repentinamente se había llenado de grandes flores rojas, tan grandes como el pájaro.
-¡Te perdonamos todo por haber resucitado una vida con sólo una hermosa mentira! -dijeron entonces las avispas, guardando sus aguijones, y se dedicaron a libar la miel de las nuevas flores del ceibo.