Miré, y vi un caballo bayo. El que lo montaba tenía por nombre Muerte y el Hades lo seguía: y le fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad y con las fieras de la tierra.»
Apocalipsis 6,7-8
El corpus mitológico, quizá más que ninguna otra cosa, constituye un fiel reflejo de la psique humana oculto tras una cortina de palabras; disfrazado por una letanía de experiencias e historias prodigiosas que lejos de ser simples fábulas, esconden una ingente cantidad de información simbólica. Si los personajes principales de estas historias son dioses, monstruos, magos o simples mortales, carece de relevancia. A los protagonistas de estos cuentos legendarios los consumían las mismas cuestiones, los mismos deseos y los mismos miedos. Los antiguos nos hablan a través de ellos como profetas de un tiempo lejano, sobre el significado de la vida y de la muerte, los límites de la ley, las normas sociales y el origen del mundo. Además, estos textos les permitían explorar libremente lo indigno, lo sádico, lo inmoral, el poder, la vergüenza, la preocupación por el futuro o incluso, la corrupción del alma y su salvación.
Y la Biblia está plagada de las mismas referencias mitológicas, al igual que otros textos sagrados. Sus reflexiones nunca fueron nuevas ni pretendían serlo. Quizá tampoco podían, pues los anhelos y temores más profundos de los seres humanos se han mantenido invariables a lo largo de miles de años.
Pero hay en especial tres horrores primitivos que, por encima de cualquier otro razonamiento o sentimiento, han influido de una manera poco común en el devenir de nuestras vidas. Tres características permanentes de nuestra existencia que, como parásitos, amenazaban con destruirnos y al mismo tiempo, nos daban fuerzas para seguir adelante y fijarnos nuevos límites como especie.
En el occidente cristiano, se los conocía con el nombre de Jinetes del Apocalipsis. Sin embargo, su esencia era mucho más antigua y universal. Pese a ser bautizados con distintos nombres, encarnaban la misma realidad demoledora, una realidad que aún está presente en el siglo XXI.
El caballo negro: El Hambre
En algunos lugares las hambrunas eran solo estacionales o intermitentes, pero en otros podían prolongarse de forma indefinida, ya fuera debido a fuertes nevadas, a territorios hostiles o a disputas entre tribus. Esos momentos de necesidad extrema empujaron a la población a recurrir al canibalismo como medio para saciar el hambre. En ciertas zonas, sobre todo entre los nativos de Papúa Nueva Guinea, las tribus canacas de Nueva Caledonia, o entre los Shuar del Amazonas, esa actividad ocasional se convirtió en costumbre y se normalizó llegando a formar parte de su cultura.
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Los hijos de Pindorama | Canibalismo en Brasil (1557)
En diversas ocasiones los sucesos fueron trasformados en historias, pues eran considerados actos atroces más propios de animales que de humanos. Así nacieron unas criaturas humanoides terribles presentes en la mitología de algonquinos o la de los amerindios. Si una persona se alimentaba de carne humana, sufría una metamorfosis y se convertía en un espectro denominado wendigo. En el Oriente Próximo existía una figura similar: el ghoul, un demonio necrófago de origen árabe. A estos los acompañaban en Europa los mitos sobre los hombres lobo, los vampiros o el rougarou, en Francia.
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Miré, y vi un caballo bayo. El que lo montaba tenía por nombre Muerte y el Hades lo seguía: y le fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad y con las fieras de la tierra.»
Apocalipsis 6,7-8
El corpus mitológico, quizá más que ninguna otra cosa, constituye un fiel reflejo de la psique humana oculto tras una cortina de palabras; disfrazado por una letanía de experiencias e historias prodigiosas que lejos de ser simples fábulas, esconden una ingente cantidad de información simbólica. Si los personajes principales de estas historias son dioses, monstruos, magos o simples mortales, carece de relevancia. A los protagonistas de estos cuentos legendarios los consumían las mismas cuestiones, los mismos deseos y los mismos miedos. Los antiguos nos hablan a través de ellos como profetas de un tiempo lejano, sobre el significado de la vida y de la muerte, los límites de la ley, las normas sociales y el origen del mundo. Además, estos textos les permitían explorar libremente lo indigno, lo sádico, lo inmoral, el poder, la vergüenza, la preocupación por el futuro o incluso, la corrupción del alma y su salvación.
Y la Biblia está plagada de las mismas referencias mitológicas, al igual que otros textos sagrados. Sus reflexiones nunca fueron nuevas ni pretendían serlo. Quizá tampoco podían, pues los anhelos y temores más profundos de los seres humanos se han mantenido invariables a lo largo de miles de años.
Pero hay en especial tres horrores primitivos que, por encima de cualquier otro razonamiento o sentimiento, han influido de una manera poco común en el devenir de nuestras vidas. Tres características permanentes de nuestra existencia que, como parásitos, amenazaban con destruirnos y al mismo tiempo, nos daban fuerzas para seguir adelante y fijarnos nuevos límites como especie.
En el occidente cristiano, se los conocía con el nombre de Jinetes del Apocalipsis. Sin embargo, su esencia era mucho más antigua y universal. Pese a ser bautizados con distintos nombres, encarnaban la misma realidad demoledora, una realidad que aún está presente en el siglo XXI.
El caballo negro: El Hambre
En algunos lugares las hambrunas eran solo estacionales o intermitentes, pero en otros podían prolongarse de forma indefinida, ya fuera debido a fuertes nevadas, a territorios hostiles o a disputas entre tribus. Esos momentos de necesidad extrema empujaron a la población a recurrir al canibalismo como medio para saciar el hambre. En ciertas zonas, sobre todo entre los nativos de Papúa Nueva Guinea, las tribus canacas de Nueva Caledonia, o entre los Shuar del Amazonas, esa actividad ocasional se convirtió en costumbre y se normalizó llegando a formar parte de su cultura.
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Los hijos de Pindorama | Canibalismo en Brasil (1557)
En diversas ocasiones los sucesos fueron trasformados en historias, pues eran considerados actos atroces más propios de animales que de humanos. Así nacieron unas criaturas humanoides terribles presentes en la mitología de algonquinos o la de los amerindios. Si una persona se alimentaba de carne humana, sufría una metamorfosis y se convertía en un espectro denominado wendigo. En el Oriente Próximo existía una figura similar: el ghoul, un demonio necrófago de origen árabe. A estos los acompañaban en Europa los mitos sobre los hombres lobo, los vampiros o el rougarou, en Francia.