Sus ramas tejen túneles en lo profundo del bosque. El follaje forma una coraza casi impenetrable al sol. La luz que logra colarse dibuja destellos al chocar contra el agua cristalina. En el corazón de los manglares de Palmar domina la quietud. Las aves ni siquiera apresuran el vuelo al percibir a extraños. “Casi hasta se las puede tocar”, dice Marcelo González. Un brazo de mar se interna en esta comuna de la parroquia Colonche, en el norte de Santa Elena. Aquí se atesora el manglar más extenso de la provincia, con 49 hectáreas que resistieron a la devastación. En 1970, una capa verdusca cubría casi todo el borde costero hasta llegar a las laderas de la cordillera Chongón-Colonche. En ese año los reportes hablaban de 230 hectáreas de mangles; en el 2005 una evaluación apenas identificó 33. “Antiguamente, todo dependía del manglar. Las familias venían y recolectaban camarones, peces y conchas michullas. Pero a partir de los 80, el ecosistema cambió a causa de las camaroneras”, cuenta González, quien dirige a un grupo de jóvenes guías nativos. Las huellas de la deforestación son visibles desde el cerro del santuario, la parte más alta de Palmar. Pese al daño, el denso ramaje sobresale en medio de un paisaje desértico. En la entrada a la comuna resalta una tolita, un montículo sagrado de los Manteño-Huancavilcas. Bajo esa tierra se ocultan restos de cerámicas y figurinas precolombinas. El actual asentamiento se formó en 1880, cuando llegaron pobladores de Colonche y Manglaralto, pero nadie se ubicó junto al estuario porque antiguamente estaba plagado por lagartos. Hoy, Palmar acoge a casi 12 000 habitantes y los lagartos y otras especies desaparecieron de la zona. En el 2010, los jóvenes de la comuna decidieron recuperar las raíces de su entorno. “Desde niños venimos al manglar -recuerda Erika González- era mucho más tupido y nuestros padres nos contaban sus leyendas de lagartos y sirenas”. Para rescatar esas vivencias se agruparon en la Fundación Neojuventud, enfocada en un programa ambiental. Wilfrido Tomalá cuenta que se han reunido con los pescadores para evitar que arrojen desechos al manglar, donde abundan las semillas de hojitas, lisas, robalitos y otros peces que luego recogerán en alta mar. Han reforestado 14 hectáreas, devolviendo al bosque aquello que las antiguas camaroneras artesanales le arrebataron. Dos años después formaron la operadora Sumpa Adventure Travel, para mostrar este tesoro a los turistas en recorridos en kayak. La ruta de 7 kilómetros empieza en Los Tambores, una roca enorme junto al cerro, a la salida al mar. Aquí surca el tranquilo río Grande, que nace en la cordillera. Poco a poco, las lanchas pesqueras quedan atrás -en Palmar hay cerca de 300-, y la reserva se abre a los visitantes. Silenciosamente, Christopher, Braulio y Bryan sumergen los remos de sus kayaks en el agua hasta tomar la serena corriente del río Miñay. Esta es una de las zonas más puras, donde las garzas reales parecen guiar a los navegantes y las fragatas reposan confiadas sobre las ramas, con alas extendidas. Aquí se refugia una colonia de 300 individuos. El mangle rojo predomina y es uno de los más añosos. Con sus raíces centenarias en el aire, forma una barrera natural junto al agua. Es el que abre paso al mangle negro, que cimentado en tierra firme alcanza hasta 12 metros de altura. También abraza al remanente de mangle blanco y amarillo. Trabajo El 80% de la población de Palmar se dedica a la pesca de pelágicos pequeños. Clima Hasta 28°C alcanza la temperatura en estos días en la comuna. Las lluvias han sido escasas en este año. Población 12 000 comuneros viven esta zona peninsular. Antes era llamada Estero de Balsa. Etnia Sus ancestros fueron parte de los pueblos Manteño-Huancavilca. Cerca se asentó el señorío Conlonchie.
Respuesta:
Sus ramas tejen túneles en lo profundo del bosque. El follaje forma una coraza casi impenetrable al sol. La luz que logra colarse dibuja destellos al chocar contra el agua cristalina. En el corazón de los manglares de Palmar domina la quietud. Las aves ni siquiera apresuran el vuelo al percibir a extraños. “Casi hasta se las puede tocar”, dice Marcelo González. Un brazo de mar se interna en esta comuna de la parroquia Colonche, en el norte de Santa Elena. Aquí se atesora el manglar más extenso de la provincia, con 49 hectáreas que resistieron a la devastación. En 1970, una capa verdusca cubría casi todo el borde costero hasta llegar a las laderas de la cordillera Chongón-Colonche. En ese año los reportes hablaban de 230 hectáreas de mangles; en el 2005 una evaluación apenas identificó 33. “Antiguamente, todo dependía del manglar. Las familias venían y recolectaban camarones, peces y conchas michullas. Pero a partir de los 80, el ecosistema cambió a causa de las camaroneras”, cuenta González, quien dirige a un grupo de jóvenes guías nativos. Las huellas de la deforestación son visibles desde el cerro del santuario, la parte más alta de Palmar. Pese al daño, el denso ramaje sobresale en medio de un paisaje desértico. En la entrada a la comuna resalta una tolita, un montículo sagrado de los Manteño-Huancavilcas. Bajo esa tierra se ocultan restos de cerámicas y figurinas precolombinas. El actual asentamiento se formó en 1880, cuando llegaron pobladores de Colonche y Manglaralto, pero nadie se ubicó junto al estuario porque antiguamente estaba plagado por lagartos. Hoy, Palmar acoge a casi 12 000 habitantes y los lagartos y otras especies desaparecieron de la zona. En el 2010, los jóvenes de la comuna decidieron recuperar las raíces de su entorno. “Desde niños venimos al manglar -recuerda Erika González- era mucho más tupido y nuestros padres nos contaban sus leyendas de lagartos y sirenas”. Para rescatar esas vivencias se agruparon en la Fundación Neojuventud, enfocada en un programa ambiental. Wilfrido Tomalá cuenta que se han reunido con los pescadores para evitar que arrojen desechos al manglar, donde abundan las semillas de hojitas, lisas, robalitos y otros peces que luego recogerán en alta mar. Han reforestado 14 hectáreas, devolviendo al bosque aquello que las antiguas camaroneras artesanales le arrebataron. Dos años después formaron la operadora Sumpa Adventure Travel, para mostrar este tesoro a los turistas en recorridos en kayak. La ruta de 7 kilómetros empieza en Los Tambores, una roca enorme junto al cerro, a la salida al mar. Aquí surca el tranquilo río Grande, que nace en la cordillera. Poco a poco, las lanchas pesqueras quedan atrás -en Palmar hay cerca de 300-, y la reserva se abre a los visitantes. Silenciosamente, Christopher, Braulio y Bryan sumergen los remos de sus kayaks en el agua hasta tomar la serena corriente del río Miñay. Esta es una de las zonas más puras, donde las garzas reales parecen guiar a los navegantes y las fragatas reposan confiadas sobre las ramas, con alas extendidas. Aquí se refugia una colonia de 300 individuos. El mangle rojo predomina y es uno de los más añosos. Con sus raíces centenarias en el aire, forma una barrera natural junto al agua. Es el que abre paso al mangle negro, que cimentado en tierra firme alcanza hasta 12 metros de altura. También abraza al remanente de mangle blanco y amarillo. Trabajo El 80% de la población de Palmar se dedica a la pesca de pelágicos pequeños. Clima Hasta 28°C alcanza la temperatura en estos días en la comuna. Las lluvias han sido escasas en este año. Población 12 000 comuneros viven esta zona peninsular. Antes era llamada Estero de Balsa. Etnia Sus ancestros fueron parte de los pueblos Manteño-Huancavilca. Cerca se asentó el señorío Conlonchie.
Explicación: