Las sociedades humanas (actuales y pasadas) pueden ser clasificadas siguiendo diferentes criterios y obteniendo, por consiguiente, diferentes resultados. Para Fried, en The Evolution of Political Society (1967) el criterio esencial es la estructura política en torno la categoría de prestigio. Distingue, entre sociedades igualitarias, estratificadas y estatales, atendiendo a la cantidad de posiciones de prestigio existentes en cada una de ellas y el número de individuos capacitados para acceder a éstas (1). Lewellen (1983) agrupa las sociedades en sistemas centralizados y no centralizados (en los que no puede hablarse de una elite política permanente), siendo éstos esencialmente compuestos por bandas y tribus, y aquéllos por jefaturas y estados.
¿Qué sentido tiene aplicar el nombre de cazadores a unas grupos sociales en los que rara vez el consumo de carne supera el 40% del peso total de los alimentos que ingieren sus individuos? (2).
La movilidad y la imprevisibilidad de las piezas de caza, el riesgo que la actividad y el bajo rendimiento que implica, contrasta con la sedentariedad de los vegetales y la seguridad de que cada año crecen en el mismo sitio. Podría ser más descriptivo, atendiendo a su dieta, llamar a estas sociedades como sociedades de recolectores y cazadores.
Valdés (1977: 15-17) resume la conveniencia del término "cazadores" básicamente por la conciencia de los pueblos sobre sí mismos y sobre su actividad. Si bien desde el punto de vista energético la presencia vegetal es mucho más importante que la de carne, Valdés aduce a las estrategias mentales que implica la caza, donde el disparo es tan solo el acto penúltimo, precedido por la exploración del terreno y la persecución (Valdés 1977: 25) y el conocimiento de las costumbres de los animales perseguidos (Cashdan 1991: 59). Es decir, lo que Valdés propone es que la actividad y la conciencia de cazadores organizaron la estructura de las sociedades aunque no su dieta -aduce a la posibilidad de compartir la carne como motor para prolongar la dependencia (y el aprendizaje) de la prole con respecto a sus progenitores, lo que reforzaría la unión entre madres e hijos restringiendo la actividad de la mujer y dando lugar tanto a una primera fase en la formación de la unidad familiar como a una división de funciones por sexos-.
Las sociedades humanas (actuales y pasadas) pueden ser clasificadas siguiendo diferentes criterios y obteniendo, por consiguiente, diferentes resultados. Para Fried, en The Evolution of Political Society (1967) el criterio esencial es la estructura política en torno la categoría de prestigio. Distingue, entre sociedades igualitarias, estratificadas y estatales, atendiendo a la cantidad de posiciones de prestigio existentes en cada una de ellas y el número de individuos capacitados para acceder a éstas (1). Lewellen (1983) agrupa las sociedades en sistemas centralizados y no centralizados (en los que no puede hablarse de una elite política permanente), siendo éstos esencialmente compuestos por bandas y tribus, y aquéllos por jefaturas y estados.
¿Qué sentido tiene aplicar el nombre de cazadores a unas grupos sociales en los que rara vez el consumo de carne supera el 40% del peso total de los alimentos que ingieren sus individuos? (2).
La movilidad y la imprevisibilidad de las piezas de caza, el riesgo que la actividad y el bajo rendimiento que implica, contrasta con la sedentariedad de los vegetales y la seguridad de que cada año crecen en el mismo sitio. Podría ser más descriptivo, atendiendo a su dieta, llamar a estas sociedades como sociedades de recolectores y cazadores.
Valdés (1977: 15-17) resume la conveniencia del término "cazadores" básicamente por la conciencia de los pueblos sobre sí mismos y sobre su actividad. Si bien desde el punto de vista energético la presencia vegetal es mucho más importante que la de carne, Valdés aduce a las estrategias mentales que implica la caza, donde el disparo es tan solo el acto penúltimo, precedido por la exploración del terreno y la persecución (Valdés 1977: 25) y el conocimiento de las costumbres de los animales perseguidos (Cashdan 1991: 59). Es decir, lo que Valdés propone es que la actividad y la conciencia de cazadores organizaron la estructura de las sociedades aunque no su dieta -aduce a la posibilidad de compartir la carne como motor para prolongar la dependencia (y el aprendizaje) de la prole con respecto a sus progenitores, lo que reforzaría la unión entre madres e hijos restringiendo la actividad de la mujer y dando lugar tanto a una primera fase en la formación de la unidad familiar como a una división de funciones por sexos-.