Los primeros sistemas de la escritura a finales del IV milenio a. C. no se consideran una invención espontánea, pues se fundamentan en viejas tradiciones de sistemas simbólicos que no se pueden clasificar como escritura en sí mismas, pero que sí comparten muchas características que recuerdan a aquella. Estos sistemas se pueden describir como protoescritura y utilizaban símbolos ideográficos o mnemónicos que podían transmitir información, si bien estaban desprovistos de contenido lingüístico directo. Estos sistemas aparecieron al principio del periodo neolítico, ya en el VII milenio a. C. si no antes (Kamyana Mohyla), en pleno Paleolítico Superior. Se ha observado el uso de tales signos lineales de una posible escritura lineal paleolítica no solo en la zona astur-cántabro-aquitana o franco-cantábrica, sino también en cuevas del sur de la península, concretamente en las cuevas de la Pileta y Nerja en Málaga.1
Destacan la escritura vincha, que muestra una evolución gradual a partir de símbolos sencillos desde el VII milenio, aumentando en complejidad durante el VI milenio y culminando en las Tablas de Tartaria (Rumania) y las Tablas de Gradeshnitsa (Bulgaria), ambas del V milenio, con filas de símbolos cuidadosamente alineados que evocan la impresión de un «texto». La Tabla de Dispilio, de finales del VI milenio, es similar. Las escrituras jeroglíficas del antiguo Oriente medio (egipcia, protocuneiforme sumeria y cretense) nacen naturalmente de aquellos sistemas simbólicos, de manera que resulta difícil decir ―sobre todo porque poco se conoce acerca del significado de los símbolos― en qué momento preciso la escritura nace de la protoescritura.
Los primeros sistemas de la escritura a finales del IV milenio a. C. no se consideran una invención espontánea, pues se fundamentan en viejas tradiciones de sistemas simbólicos que no se pueden clasificar como escritura en sí mismas, pero que sí comparten muchas características que recuerdan a aquella. Estos sistemas se pueden describir como protoescritura y utilizaban símbolos ideográficos o mnemónicos que podían transmitir información, si bien estaban desprovistos de contenido lingüístico directo. Estos sistemas aparecieron al principio del periodo neolítico, ya en el VII milenio a. C. si no antes (Kamyana Mohyla), en pleno Paleolítico Superior. Se ha observado el uso de tales signos lineales de una posible escritura lineal paleolítica no solo en la zona astur-cántabro-aquitana o franco-cantábrica, sino también en cuevas del sur de la península, concretamente en las cuevas de la Pileta y Nerja en Málaga.1
Destacan la escritura vincha, que muestra una evolución gradual a partir de símbolos sencillos desde el VII milenio, aumentando en complejidad durante el VI milenio y culminando en las Tablas de Tartaria (Rumania) y las Tablas de Gradeshnitsa (Bulgaria), ambas del V milenio, con filas de símbolos cuidadosamente alineados que evocan la impresión de un «texto». La Tabla de Dispilio, de finales del VI milenio, es similar. Las escrituras jeroglíficas del antiguo Oriente medio (egipcia, protocuneiforme sumeria y cretense) nacen naturalmente de aquellos sistemas simbólicos, de manera que resulta difícil decir ―sobre todo porque poco se conoce acerca del significado de los símbolos― en qué momento preciso la escritura nace de la protoescritura.