Respuesta:
políticas de la soberanía popular, de la representación política, de la alternancia en el poder, de las que se ocuparon,
desde el siglo dieciocho, los países que son hoy sociedades democráticas con economías capitalistas maduras. En
cambio, me refiero a los países que, sin tener en aquellos el "espejo" de su futuro, guardan, por lo menos, algunos
rayos refractarios del curso de la "gran historia" de los países occidentales.
La pregunta puede parecer irritante, pero la verdad es que la idea de democracia sufrió tantos desgastes, a izquierda y
a derecha, que cabe retomarla. ¿No existiría cierto pasotismo, dirán los críticos del liberalismo de orientación
izquierdista, en volver a colocar en el centro del debate político la cuestión formal de la democracia, cuando los pro-
blemas reales son los sociales y económicos? A su vez, los espíritus autoritarios de variados matices (del
conservadorismo al fascismo) podrán indagar sobre el irrealismo de los intelectuales que persisten en hablar de
democracia cuando el Estado absorbe las funciones de los parlamentos y cuando el modo técnico de vivir supone
orden (aun sin ley) y decisión (aun sin participación).
Cabe, pues, el beneficio de la duda. ¿No seremos nosotros -los que hablamos de democracia- esqueletos de dino-
saurios amontonados en algún depósito arqueológico de la historia?
La respuesta no es transparente y requiere un zigzag discursivo para ganar, quién sabe, fuerza de convencimiento.
Admitamos primero, humildemente, con la izquierda, las insuficiencias de la idea democrática como medio para las
transformaciones sociales. Hay que reconocer que las sociedades cambian, y a veces en beneficio de las mayorías, sin
que ellas sean necesariamente democráticas en el plano social y sí, con más frecuencia todavía, autoritarias y
totalitarias en el plano político. No existe pues, relación de necesidad entre "transformación social" y democracia.
Por lo tanto, no ha de ser en el piano instrumental, en nombre de la eficacia para obtener, la mejoría de las
condiciones de vida de las poblaciones carenciadas y mayoritarias que se ha de fundamentar la validez de la noción
democrática.
No obstante, aun cuando ocurran transformaciones estructurales profundas en la sociedad, la cuestión del acceso al
poder, de la autonomía de las clases y de los grupos sociales, de la regulación del ejercicio de la autoridad, entre
otras, continuará tratándose. Polonia es un ejemplo directo de esto. Y no deja de ser verdad -y cuánto- que en los paí-
ses subdesarrollados especialmente las masas carenciadas son sensibles a la lucha por la democracia y la sienten como
parte de una lucha más general por el mejoramiento de sus condiciones de vida. La vecina Nicaragua o El Salvador son
ejemplos de esto. Pero inclusive en ciertas sociedades subdesarrolladas que dan grandes saltos en la dirección del
crecimiento económico y de las transformaciones sociales, bajo regímenes militares y autoritarios, como es el caso de
Brasil, el argumento de que hay más pan y también más circo no es suficiente para contener la atracción de la idea
Por lo tanto, si los hechos muestran que el bienestar material (y hasta el mismo bienestar espiritual: más ocio, más
cultura, etcétera) puede ser alcanzado sin que exista la democratización de la sociedad y con autoritarismo político,
esos mismos hechos también muestran que, a pesar de ello, la idea democrática persiste.
En consecuencia, conviene ir paso a paso, cuidadosamente: no hay discurso "objetivista"
, en nombre de lo social,
capaz de obscurecer la importancia de la cuestión del acceso, de la participación y de la regulación del poder. Por lo
menos en las sociedades que ya probaron el condimento de las libertades garantizadas o que sufren los efectos de la
refracción de algún polo cuyo modelo civilizatorio contempla estas dimensiones.
En el reverso de la medalla, el argumento tecnocrático-dirigista, si bien fundado en cambios que efectivamente ocu-
rrieron en las sociedades contemporáneas, se detiene en el medio del camino. Es cierto que la propia tecnificación
-
rrieron en las sociedades contemporáneas, se detiene en el medio del camino. Es cierto que la propia tecnificación de
la producción y hasta de la vida cotidiana creó condicionantes nuevos para el ejercicio de la política .l
espero te ayude
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políticas de la soberanía popular, de la representación política, de la alternancia en el poder, de las que se ocuparon,
desde el siglo dieciocho, los países que son hoy sociedades democráticas con economías capitalistas maduras. En
cambio, me refiero a los países que, sin tener en aquellos el "espejo" de su futuro, guardan, por lo menos, algunos
rayos refractarios del curso de la "gran historia" de los países occidentales.
La pregunta puede parecer irritante, pero la verdad es que la idea de democracia sufrió tantos desgastes, a izquierda y
a derecha, que cabe retomarla. ¿No existiría cierto pasotismo, dirán los críticos del liberalismo de orientación
izquierdista, en volver a colocar en el centro del debate político la cuestión formal de la democracia, cuando los pro-
blemas reales son los sociales y económicos? A su vez, los espíritus autoritarios de variados matices (del
conservadorismo al fascismo) podrán indagar sobre el irrealismo de los intelectuales que persisten en hablar de
democracia cuando el Estado absorbe las funciones de los parlamentos y cuando el modo técnico de vivir supone
orden (aun sin ley) y decisión (aun sin participación).
Cabe, pues, el beneficio de la duda. ¿No seremos nosotros -los que hablamos de democracia- esqueletos de dino-
saurios amontonados en algún depósito arqueológico de la historia?
La respuesta no es transparente y requiere un zigzag discursivo para ganar, quién sabe, fuerza de convencimiento.
Admitamos primero, humildemente, con la izquierda, las insuficiencias de la idea democrática como medio para las
transformaciones sociales. Hay que reconocer que las sociedades cambian, y a veces en beneficio de las mayorías, sin
que ellas sean necesariamente democráticas en el plano social y sí, con más frecuencia todavía, autoritarias y
totalitarias en el plano político. No existe pues, relación de necesidad entre "transformación social" y democracia.
Por lo tanto, no ha de ser en el piano instrumental, en nombre de la eficacia para obtener, la mejoría de las
condiciones de vida de las poblaciones carenciadas y mayoritarias que se ha de fundamentar la validez de la noción
democrática.
No obstante, aun cuando ocurran transformaciones estructurales profundas en la sociedad, la cuestión del acceso al
poder, de la autonomía de las clases y de los grupos sociales, de la regulación del ejercicio de la autoridad, entre
otras, continuará tratándose. Polonia es un ejemplo directo de esto. Y no deja de ser verdad -y cuánto- que en los paí-
ses subdesarrollados especialmente las masas carenciadas son sensibles a la lucha por la democracia y la sienten como
parte de una lucha más general por el mejoramiento de sus condiciones de vida. La vecina Nicaragua o El Salvador son
ejemplos de esto. Pero inclusive en ciertas sociedades subdesarrolladas que dan grandes saltos en la dirección del
crecimiento económico y de las transformaciones sociales, bajo regímenes militares y autoritarios, como es el caso de
Brasil, el argumento de que hay más pan y también más circo no es suficiente para contener la atracción de la idea
democrática.
Por lo tanto, si los hechos muestran que el bienestar material (y hasta el mismo bienestar espiritual: más ocio, más
cultura, etcétera) puede ser alcanzado sin que exista la democratización de la sociedad y con autoritarismo político,
esos mismos hechos también muestran que, a pesar de ello, la idea democrática persiste.
En consecuencia, conviene ir paso a paso, cuidadosamente: no hay discurso "objetivista"
, en nombre de lo social,
capaz de obscurecer la importancia de la cuestión del acceso, de la participación y de la regulación del poder. Por lo
menos en las sociedades que ya probaron el condimento de las libertades garantizadas o que sufren los efectos de la
refracción de algún polo cuyo modelo civilizatorio contempla estas dimensiones.
En el reverso de la medalla, el argumento tecnocrático-dirigista, si bien fundado en cambios que efectivamente ocu-
rrieron en las sociedades contemporáneas, se detiene en el medio del camino. Es cierto que la propia tecnificación
-
rrieron en las sociedades contemporáneas, se detiene en el medio del camino. Es cierto que la propia tecnificación de
la producción y hasta de la vida cotidiana creó condicionantes nuevos para el ejercicio de la política .l
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espero te ayude