Francisco Pizarro viendo la necesidad de planificar mejor la evangelización del vasto Tawantinsuyo hizo saber a la Corona de Castilla la necesidad de crear un obispado, teniendo como sede la ciudad del Cusco, que fue centro y capital del imperio Inca.
El 13 de enero de 1536, el Papa Paulo III erige la diócesis del Cusco, como sufragánea de Sevilla, pero no se especificaron los límites del nuevo obispado.
El 8 de enero de 1537, S.S. Paulo III preconiza al primer obispo, Fr. Vicente e Valverde, O.P., y se aclaran los límites territoriales de la diócesis y su vínculo sufragáneo a Sevilla.
La primera medida a tomar fue el bautizo de indígenas, que en el acto debían abandonar las prácticas idolátricas y todas las formas que iban contra las leyes eclesiásticas y contradecían los mandamientos católicos. Se ocupó de reglamentar el funcionamiento de las doctrinas repartiendo las provincias entre el clero secular y las órdenes religiosas, para evitar roces y conflictos.
En el segundo Concilio Limense (1567-1568) se retoma la idea de destruir las huacas y de colocar en su lugar cruces o levantar una iglesia o ermita (en caso de que la huaca haya sido un importante lugar de culto)
Francisco Pizarro viendo la necesidad de planificar mejor la evangelización del vasto Tawantinsuyo hizo saber a la Corona de Castilla la necesidad de crear un obispado, teniendo como sede la ciudad del Cusco, que fue centro y capital del imperio Inca.
El 13 de enero de 1536, el Papa Paulo III erige la diócesis del Cusco, como sufragánea de Sevilla, pero no se especificaron los límites del nuevo obispado.
El 8 de enero de 1537, S.S. Paulo III preconiza al primer obispo, Fr. Vicente e Valverde, O.P., y se aclaran los límites territoriales de la diócesis y su vínculo sufragáneo a Sevilla.
La primera medida a tomar fue el bautizo de indígenas, que en el acto debían abandonar las prácticas idolátricas y todas las formas que iban contra las leyes eclesiásticas y contradecían los mandamientos católicos. Se ocupó de reglamentar el funcionamiento de las doctrinas repartiendo las provincias entre el clero secular y las órdenes religiosas, para evitar roces y conflictos.
En el segundo Concilio Limense (1567-1568) se retoma la idea de destruir las huacas y de colocar en su lugar cruces o levantar una iglesia o ermita (en caso de que la huaca haya sido un importante lugar de culto)