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La historia de la ciencia en la Argentina describe la suerte de los investigadores e instituciones científicas de ese país, expuestos muchas veces a las inclemencias de su economía y de su política, pero capaces, pese a todo, de producir obras perdurables y útiles al saber y a la tecnología. Las épocas de los gobiernos de Bernardino Rivadavia y de Domingo Faustino Sarmiento, o la de la Generación de 1880, o los años de 1956 a 1966 fueron los momentos de su mayor esplendor. Muchos científicos que contribuyeron a la ciencia en la Argentina alcanzaron renombre internacional, entre ellos tres Premios Nobel, y a su vez varios investigadores extranjeros de fama mundial se radicaron en el país a lo largo de su historia. Todos ellos fueron capaces de impulsar la creación en el país de instituciones conocidas mundialmente por sus logros. Los gobiernos sin amplitud de ideas y las crisis económicas fueron los principales conspiradores para que científicos bien formados en la Argentina se vieran obligados a emigrar a países con un horizonte más promisorio y mayor libertad de expresión. Mario Bunge, físico, filósofo y epistemólogo argentino radicado en Canadá, que recibió entre otras distinciones el Premio Príncipe de Asturias (1982), escribió lo siguiente en 2001, refiriéndose a la política científica de su país en las últimas décadas y a las enseñanzas que le dejaron Enrique Gaviola, primer astrofísico argentino de renombre internacional, y Bernardo Houssay, primer Premio Nobel en ciencias de la Argentina: La contribución de Houssay y Gaviola al diseño de una política científica fue decisiva para todos los investigadores de mi generación. Todos comprendimos que a) no hay desarrollo nacional sin desarrollo científico y b) éste requiere inversión no solo en instalaciones, sino también, y sobre todo, en estudiantes e investigadores de tiempo completo (lujo que en Argentina estuvo casi siempre reservado a personas con recursos propios). Sin embargo, a la vuelta de los años he comprendido que esos principios, aunque necesarios, son insuficientes: que no puede haber política científica realista en un vacío económico, político y cultural. He llegado a la convicción de que, para ser factible, una política científica (y con mayor razón científico–técnica) debe inscribirse en un amplio proyecto nacional de desarrollo integral. Mario Bunge[1] A pesar de todo, la ciencia continúa siendo algo de lo cual el país puede considerarse orgulloso: según la revista Nature[2] es uno de los 19 países que lideran proyectos y aumentaron sus presupuestos del área en el 2006, y sigue siendo un líder regional, respaldado por su tradición científica. Su capacidad actual es relevante en la biomedicina, la nanotecnología, la energía nuclear, las ciencias agrarias, el desarrollo de satélites, la biotecnología y la informática.