En la sesión del Senado del 17 de marzo, convocada para tratar sobre la situación del Estado a raíz del asesinato de César, fueron aprobadas medidas de compromiso entre los dos bandos: los conjurados y los cesarianos. Los tiranicidas no serán castigados y a su vez, no se condenaba ni la persona ni la obra de César.
Marco Antonio, cónsul ese año junto con César, siguió al frente de la situación política; contando con la fidelidad del ejército y con la del pueblo de Roma, pudo frenar la alianza senatorial que apoyaba a los conjurados.
El testamento de César incluía el nombramiento de Cayo Octavio como primer heredero. Cayo Octavio era sobrino-nieto de César al cual adoptó en el año 45 a. C., pasándose a llamar Cayo Julio César Octaviano en virtud de la adopción. En ese momento tenía 18 años.
Octaviano supo rodearse de un selecto grupo de amigos y consejeros a los que siempre fue fiel. Así, antes de entrar en Roma y hacerse cargo de la herencia de César, tuvo en Campania el primer encuentro con Cicerón, el ideólogo y máximo representante de los republicanos tradicionales. Ambos llegaron a una colaboración temporal, ya que se necesitaban mutuamente para restar poder y protagonismo político a Marco Antonio.
Marco Antonio contaba con casi todas las bazas políticas a su favor para ser sucesor de César: era cónsul, controlaba el Tesoro del Estado, disponía de la fidelidad de las tropas legionarias y el pueblo de Roma estaba con los cesarianos. A su vez, consiguió que el Senado aprobara la concesión de honores divinos a César. Pero como detentador del programa político de César, tomaba medidas consideradas de atribución cesariana, por lo que para los republicanos, Marco Antonio se había convertido en un nuevo dictador.
Mientras tanto, Octaviano se estaba ganando el apoyo del pueblo, contaba con la protección de los republicanos, y Marco Antonio, sin pretenderlo, le había convertido de hijo de César en hijo del divino César.
Marco Antonio, como cónsul, consiguió se aprobara un cambio de provincias, con lo que Bruto y Casio debían ser enviados a las provincias de Oriente, Creta y Cirenaica, mientras que Marco Antonio quedaría con el gobierno de las Galias Cisalpina y Comata, antes atribuidas a aquellos. Pero Cicerón consiguió que el Senado revocara ésta decisión. La respuesta de Marco Antonio fue resolver la disputa por las armas.
Tras derrotar a Marco Antonio en la batalla de Módena, exigió del Senado el nombramiento de cónsul; rechazado por su juventud (tenía sólo 20 años), marchó sobre Roma y tomó el poder sin combatir, ya que las legiones enviadas contra él prefirieron apoyarle
Así, en el año 43 a. C., Octaviano se convierte en cónsul haciéndose otorgar poderes extraordinarios.
Enfrentado a las resistencia de los republicanos Bruto y Casio, fuertes en Oriente, Octavio decidió aliarse con sus antiguos enemigos Marco Antonio y Lépido (entrevista de Bolonia, 43 a. C.) y formar con ellos un triunvirato.
En la sesión del Senado del 17 de marzo, convocada para tratar sobre la situación del Estado a raíz del asesinato de César, fueron aprobadas medidas de compromiso entre los dos bandos: los conjurados y los cesarianos. Los tiranicidas no serán castigados y a su vez, no se condenaba ni la persona ni la obra de César.
Marco Antonio, cónsul ese año junto con César, siguió al frente de la situación política; contando con la fidelidad del ejército y con la del pueblo de Roma, pudo frenar la alianza senatorial que apoyaba a los conjurados.
El testamento de César incluía el nombramiento de Cayo Octavio como primer heredero. Cayo Octavio era sobrino-nieto de César al cual adoptó en el año 45 a. C., pasándose a llamar Cayo Julio César Octaviano en virtud de la adopción. En ese momento tenía 18 años.
Octaviano supo rodearse de un selecto grupo de amigos y consejeros a los que siempre fue fiel. Así, antes de entrar en Roma y hacerse cargo de la herencia de César, tuvo en Campania el primer encuentro con Cicerón, el ideólogo y máximo representante de los republicanos tradicionales. Ambos llegaron a una colaboración temporal, ya que se necesitaban mutuamente para restar poder y protagonismo político a Marco Antonio.
Marco Antonio contaba con casi todas las bazas políticas a su favor para ser sucesor de César: era cónsul, controlaba el Tesoro del Estado, disponía de la fidelidad de las tropas legionarias y el pueblo de Roma estaba con los cesarianos. A su vez, consiguió que el Senado aprobara la concesión de honores divinos a César. Pero como detentador del programa político de César, tomaba medidas consideradas de atribución cesariana, por lo que para los republicanos, Marco Antonio se había convertido en un nuevo dictador.
Mientras tanto, Octaviano se estaba ganando el apoyo del pueblo, contaba con la protección de los republicanos, y Marco Antonio, sin pretenderlo, le había convertido de hijo de César en hijo del divino César.
Marco Antonio, como cónsul, consiguió se aprobara un cambio de provincias, con lo que Bruto y Casio debían ser enviados a las provincias de Oriente, Creta y Cirenaica, mientras que Marco Antonio quedaría con el gobierno de las Galias Cisalpina y Comata, antes atribuidas a aquellos. Pero Cicerón consiguió que el Senado revocara ésta decisión. La respuesta de Marco Antonio fue resolver la disputa por las armas.
Tras derrotar a Marco Antonio en la batalla de Módena, exigió del Senado el nombramiento de cónsul; rechazado por su juventud (tenía sólo 20 años), marchó sobre Roma y tomó el poder sin combatir, ya que las legiones enviadas contra él prefirieron apoyarle
Así, en el año 43 a. C., Octaviano se convierte en cónsul haciéndose otorgar poderes extraordinarios.
Enfrentado a las resistencia de los republicanos Bruto y Casio, fuertes en Oriente, Octavio decidió aliarse con sus antiguos enemigos Marco Antonio y Lépido (entrevista de Bolonia, 43 a. C.) y formar con ellos un triunvirato.