uno y otro país, y afiancen la concordia, armonía y
mutua seguridad en que deben vivir, como buenos
vecinos, los dos pueblos; han nombrado a este
efecto a sus respectivos plenipotenciarios […]
quienes […] han ajustado, convenido y firmado el
siguiente Tratado de paz, amistad, límites y arreglo
definitivo entre la República mexicana y los Estados Unidos de América.
Explicación:
Como frontera natural entre ambas naciones quedó el río Grande, para los estadounidenses, o Bravo, para los mexicanos (artículo V), y el río Gila, permitiéndose la libre navegación a ambas naciones, pero no así la elaboración de obras de ingeniería, o cobro de impuestos a los navegantes: para ellos, ambos países deben estar de acuerdo. Además, según el artículo VIII, los mexicanos residentes en los territorios anexados serían libres de viajar a México en cuanto lo desearan, además de mantener sus propiedades originales, teniendo como límite para decidir ciudadanía un año a partir de las ratificaciones del Tratado. En lo relativo a las naciones indias antes establecidas en el territorio mexicano, al pasar éste a propiedad estadounidense, éstas quedarían bajo dominio del nuevo país, ateniéndose a sus leyes, métodos y control (artículo XI). Por otro lado, y también tras las debidas ratificaciones, el Gobierno mexicano fue exonerado de pagos por reclamos de ciudadanos estadounidenses, a la vez que ambos países se comprometieron al restablecimiento del orden constitucional, y los Estados Unidos al alzamiento de su bloqueo en tierra y mar (Artículo III)[3], entre otras condiciones importantes.
Las negociaciones de paz previas a la firma del Tratado Guadalupe Hidalgo habían comenzado el 22 de noviembre de 1847, cuando Pedro María Anaya —por segunda vez, presidente interino desde noviembre 12 de 1847 hasta enero 8 de 1848— nombró a los comisionados mexicanos mencionados previamente para entrar en pláticas con Nicholas Trist. El 2 de enero de 1948, un mes antes de la firma en la villa de Guadalupe, los representantes de ambos países se encontraron. El 8 de enero Manuel de la Peña y Peña sustituyó a Anaya en el poder ejecutivo. Fue a éste a quien correspondió la responsabilidad de llevar a buen término el acuerdo. El 10 de marzo, el senado estadounidense ratifico el tratado, y el 25 de mayo hizo lo mismo el Congreso de México. Finalmente, y en cumplimiento de lo estipulado, el 12 de junio se retiraron las tropas invasoras acuarteladas en la Ciudad de México bajo el mando del general Winfield Scott. Según Ramón Alcaraz et al. en Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos (México, Siglo XXI, 1980):
“La guerra concluyó, dejando en nuestros corazones un sentimiento de tristeza por los males que nos había ocasionado, y en nuestro ánimo una lección viva de que, cuando se entroniza el desorden, el aspirantismo y la anarquía, se hacen difíciles el día de la prueba, la defensa y la salvación de los pueblos.”
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Respuesta:
2 de febrero de 1848 Villa de Guadalupe Hidalgo, Ciudad de México
Explicación:
espero te sirva
Respuesta:
“Los Estados Unidos Mexicanos y los Estados
Unidos de América, animados de un sincero deseo
de poner término a las calamidades de la guerra
que desgraciadamente existe entre ambas
Repúblicas, y de establecer sobre bases sólidas
relaciones de paz y de buena amistad, que
procuren recíprocas ventajas a los ciudadanos de
uno y otro país, y afiancen la concordia, armonía y
mutua seguridad en que deben vivir, como buenos
vecinos, los dos pueblos; han nombrado a este
efecto a sus respectivos plenipotenciarios […]
quienes […] han ajustado, convenido y firmado el
siguiente Tratado de paz, amistad, límites y arreglo
definitivo entre la República mexicana y los Estados Unidos de América.
Explicación:
Como frontera natural entre ambas naciones quedó el río Grande, para los estadounidenses, o Bravo, para los mexicanos (artículo V), y el río Gila, permitiéndose la libre navegación a ambas naciones, pero no así la elaboración de obras de ingeniería, o cobro de impuestos a los navegantes: para ellos, ambos países deben estar de acuerdo. Además, según el artículo VIII, los mexicanos residentes en los territorios anexados serían libres de viajar a México en cuanto lo desearan, además de mantener sus propiedades originales, teniendo como límite para decidir ciudadanía un año a partir de las ratificaciones del Tratado. En lo relativo a las naciones indias antes establecidas en el territorio mexicano, al pasar éste a propiedad estadounidense, éstas quedarían bajo dominio del nuevo país, ateniéndose a sus leyes, métodos y control (artículo XI). Por otro lado, y también tras las debidas ratificaciones, el Gobierno mexicano fue exonerado de pagos por reclamos de ciudadanos estadounidenses, a la vez que ambos países se comprometieron al restablecimiento del orden constitucional, y los Estados Unidos al alzamiento de su bloqueo en tierra y mar (Artículo III)[3], entre otras condiciones importantes.
Las negociaciones de paz previas a la firma del Tratado Guadalupe Hidalgo habían comenzado el 22 de noviembre de 1847, cuando Pedro María Anaya —por segunda vez, presidente interino desde noviembre 12 de 1847 hasta enero 8 de 1848— nombró a los comisionados mexicanos mencionados previamente para entrar en pláticas con Nicholas Trist. El 2 de enero de 1948, un mes antes de la firma en la villa de Guadalupe, los representantes de ambos países se encontraron. El 8 de enero Manuel de la Peña y Peña sustituyó a Anaya en el poder ejecutivo. Fue a éste a quien correspondió la responsabilidad de llevar a buen término el acuerdo. El 10 de marzo, el senado estadounidense ratifico el tratado, y el 25 de mayo hizo lo mismo el Congreso de México. Finalmente, y en cumplimiento de lo estipulado, el 12 de junio se retiraron las tropas invasoras acuarteladas en la Ciudad de México bajo el mando del general Winfield Scott. Según Ramón Alcaraz et al. en Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos (México, Siglo XXI, 1980):
“La guerra concluyó, dejando en nuestros corazones un sentimiento de tristeza por los males que nos había ocasionado, y en nuestro ánimo una lección viva de que, cuando se entroniza el desorden, el aspirantismo y la anarquía, se hacen difíciles el día de la prueba, la defensa y la salvación de los pueblos.”