Érase una vez una mujer llamada María que vivía en una gran ciudad latinoamericana y que un domingo decidió preparar una barbacoa para sus amigos. Así que fue al supermercado y compró una trapeadora y una esponja marca Muchacha Blanca; blanqueador Criada Latina Morena para los manteles; harina Pequeño Niño Blanco, fluido para el mechero Esclavo Europeo (le encantaba la foto del hombre blanco de pelo largo y fibroso vestido con pieles de animales) y carbón.
Cuando llegó a casa lo preparó todo y se sentó a esperar a sus amigos viendo su show de televisión favorito. Se moría de risa con el personaje Oficial de Policía Gringo, interpretado por un hombre con la cara pintada de un blanco cegador. No sabía bailar, nadie podía entender lo que decía, gritaba mientras buscaba comida y metía gente en la cárcel cuando no se lo daban. ¡Era muy gracioso! Cuando estaba terminando llegaron los primeros invitados con un plato del restaurante Col del Hombre Blanco y vino. María les dio las gracias y disfrutó de una gran noche. Fin
Desafortunadamente, días como este son posibles para los afrodescendientes y las personas indígenas de las Américas, donde en cualquier supermercado se encuentran marcas como estas: esponjas, cepillos y trapeadores La Mulata (Colombia); carbón El Negrito (Perú); harina Blancaflor (Argentina), con el dibujo de una cocinera negra; o blanqueador Límpido (Colombia), con la imagen de una mujer negra con un pañuelo blanco en la cabeza. Existen restaurantes como Menestras del Negro (Ecuador) y Manos Morenas (Perú). En televisión hay personajes como Soldado Micolta (Colombia), Paisana Jacinta y el Negro Mama (Perú) o Memín Pinguin (México), y si sigues los deportes puedes ver un partido de los Pieles Rojas de Washington DC o los Indios de Cleveland (EE.UU.).
La diferencia entre don Limpio y el tío Ben
“¿No aguanta una broma? No he oído a los blancos quejarse de Don Limpio”, puedes estar pensando. Bueno, sólo el nombre ya prueba que no es el mismo caso que los anteriores. Durante el periodo americano de esclavitud y las posteriores leyes de segregación de Jim Crow en Estados Unidos y las políticas de blanqueamiento en América Latina, a africanos y afrodescendientes se les negó toda forma de respeto social, incluido el uso de títulos. Por esa razón no existe el arroz Señor Johnson o el sirope Señora Edwards, sino las marcas Uncle Ben y Aunt Jemima.
Un problema mayor es que estas imágenes están entre las pocas que existen de afrodescendientes y pueblos indígenas en un medio en el que la piel blanca y el pelo liso europeo son la norma. Incluso en un país como el Perú, donde la mayoría de la población tiene piel oscura y pelo negro grueso. El resultado es la reproducción de la discriminación y el refuerzo de la relegación de las personas de piel oscura a roles de servidumbre.
En el libro Racismo en los medios populares: De Aunt Jemima al Frito Bandito, los autores dejan claro que la publicidad, la televisión y los medios impresos tienen un papel en “la normalización del racismo… confirman las nociones preconcebidas sobre el mundo racializado que nos rodea”. No hay ejemplo más claro que los resultados de un estudio del BID realizado en agencias de head hunters en Lima, que muestra cómo las empresas tienen claras preferencias por los candidatos blancos sobre los asiáticos y mestizos (en ese orden) y descartan a afrodescendientes e indígenas para trabajos profesionales.
De hecho, los anuncios de empleo siguen pidiendo “buena apariencia” o más directamente que los solicitantes no tengan la piel oscura, uniendo piel blanca con mayor clase social. Si queremos cambiar el cuento y reducir las desigualdades en las Américas, necesitamos deshacernos de la imaginería racista y exigir que las compañías y los medios reflejen la sociedad a la que sirven.
Respuesta:
Érase una vez una mujer llamada María que vivía en una gran ciudad latinoamericana y que un domingo decidió preparar una barbacoa para sus amigos. Así que fue al supermercado y compró una trapeadora y una esponja marca Muchacha Blanca; blanqueador Criada Latina Morena para los manteles; harina Pequeño Niño Blanco, fluido para el mechero Esclavo Europeo (le encantaba la foto del hombre blanco de pelo largo y fibroso vestido con pieles de animales) y carbón.
Cuando llegó a casa lo preparó todo y se sentó a esperar a sus amigos viendo su show de televisión favorito. Se moría de risa con el personaje Oficial de Policía Gringo, interpretado por un hombre con la cara pintada de un blanco cegador. No sabía bailar, nadie podía entender lo que decía, gritaba mientras buscaba comida y metía gente en la cárcel cuando no se lo daban. ¡Era muy gracioso! Cuando estaba terminando llegaron los primeros invitados con un plato del restaurante Col del Hombre Blanco y vino. María les dio las gracias y disfrutó de una gran noche. Fin
Desafortunadamente, días como este son posibles para los afrodescendientes y las personas indígenas de las Américas, donde en cualquier supermercado se encuentran marcas como estas: esponjas, cepillos y trapeadores La Mulata (Colombia); carbón El Negrito (Perú); harina Blancaflor (Argentina), con el dibujo de una cocinera negra; o blanqueador Límpido (Colombia), con la imagen de una mujer negra con un pañuelo blanco en la cabeza. Existen restaurantes como Menestras del Negro (Ecuador) y Manos Morenas (Perú). En televisión hay personajes como Soldado Micolta (Colombia), Paisana Jacinta y el Negro Mama (Perú) o Memín Pinguin (México), y si sigues los deportes puedes ver un partido de los Pieles Rojas de Washington DC o los Indios de Cleveland (EE.UU.).
La diferencia entre don Limpio y el tío Ben
“¿No aguanta una broma? No he oído a los blancos quejarse de Don Limpio”, puedes estar pensando. Bueno, sólo el nombre ya prueba que no es el mismo caso que los anteriores. Durante el periodo americano de esclavitud y las posteriores leyes de segregación de Jim Crow en Estados Unidos y las políticas de blanqueamiento en América Latina, a africanos y afrodescendientes se les negó toda forma de respeto social, incluido el uso de títulos. Por esa razón no existe el arroz Señor Johnson o el sirope Señora Edwards, sino las marcas Uncle Ben y Aunt Jemima.
Un problema mayor es que estas imágenes están entre las pocas que existen de afrodescendientes y pueblos indígenas en un medio en el que la piel blanca y el pelo liso europeo son la norma. Incluso en un país como el Perú, donde la mayoría de la población tiene piel oscura y pelo negro grueso. El resultado es la reproducción de la discriminación y el refuerzo de la relegación de las personas de piel oscura a roles de servidumbre.
En el libro Racismo en los medios populares: De Aunt Jemima al Frito Bandito, los autores dejan claro que la publicidad, la televisión y los medios impresos tienen un papel en “la normalización del racismo… confirman las nociones preconcebidas sobre el mundo racializado que nos rodea”. No hay ejemplo más claro que los resultados de un estudio del BID realizado en agencias de head hunters en Lima, que muestra cómo las empresas tienen claras preferencias por los candidatos blancos sobre los asiáticos y mestizos (en ese orden) y descartan a afrodescendientes e indígenas para trabajos profesionales.
De hecho, los anuncios de empleo siguen pidiendo “buena apariencia” o más directamente que los solicitantes no tengan la piel oscura, uniendo piel blanca con mayor clase social. Si queremos cambiar el cuento y reducir las desigualdades en las Américas, necesitamos deshacernos de la imaginería racista y exigir que las compañías y los medios reflejen la sociedad a la que sirven.
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