El arte que hemos dado en llamar “arte abstracto” triunfó ampliamente a partir de la segunda mitad de siglo pasado. ¿Cómo pudo ser, si en principio parece un arte difícil, que no fue apreciado por el gran público (por decir algo) hasta que se impuso en el mercado como arte hegemónico?
Pues porque a los Estados Unidos les convino oponerlo como “arte de la libertad” frente al arte de la figuración con el que pretendían adoctrinar hitlerianos y estalinistas. Corrían los tiempos de la llamada “guerra fría” entre la URSS y Estados Unidos cuando en el XXV aniversario del MOMA (Museo de Arte Moderno de Nueva York), en octubre de 1954, el general Eisenhower pronunció su importante discurso Freedom in the Arts. En el que decía: “Siempre que los artistas tengan libertad para poder sentir con la máxima intensidad personal, siempre que nuestros artistas sean libres para crear con sinceridad y convicción, se producirá una saludable polémica y el progreso del arte... ¡Qué diferente es en la tiranía! Cuando a los artistas se les convierte en esclavos y herramientas del Estado, cuando los artistas se convierten en principales propagandistas de una causa, el progreso se detiene y la creación y el genio se destruyen”.
Surge pues en Estados Unidos, a la vez que la mirada hacia Oriente de la “beat generation”, una nueva forma de pintar: el “expresionismo abstracto” que practica una nueva generación de artistas que trabajan y viven en Nueva York allá por los años cuarenta, como Jackson Pollock o Mark Rothko.
Aquella tendencia, ya muy específicamente norteamericana, se impuso y marcó la substitución de París por Nueva York como nuevo epicentro del arte, o del mercado del arte, en el mundo. Después de la Segunda Guerra Mundial, Europa y lo europeo quedaron desplazados y los Estados Unidos se convirtieron en el centro decisorio del mundo no sólo económico y político sino también cultural.
Decía un artículo de Eva Cockroft en la revista norteamericana Artforum de junio de 1974, citado por Frances Stonor Saunders en su libro La CIA y la guerra fría cultural: “Las relaciones entre la política cultural de la guerra fría y el éxito del expresionismo abstracto no son algo casual... Fueron conscientemente creadas en aquella época por parte de algunas de las figuras más influyentes que controlaban las políticas de los museos y que abogaban por una táctica utilizada en la guerra fría para seducir a los intelectuales europeos”.
El expresionismo abstracto se impone como un arte optimista y rompedor, valiente, al mismo tiempo que la Europa cultural cae en depresión y el arte refleja el ambiente de duda y de interrogación sobre el sentido de la existencia que dará lugar al existencialismo, una corriente que tiene tanto de nihilismo, en un mundo en el que, ya sin grandes causas por las que luchar, el mejor agarradero vital consiste en comprometerse con la propia verdad.
El arte que hemos dado en llamar “arte abstracto” triunfó ampliamente a partir de la segunda mitad de siglo pasado. ¿Cómo pudo ser, si en principio parece un arte difícil, que no fue apreciado por el gran público (por decir algo) hasta que se impuso en el mercado como arte hegemónico?
Pues porque a los Estados Unidos les convino oponerlo como “arte de la libertad” frente al arte de la figuración con el que pretendían adoctrinar hitlerianos y estalinistas. Corrían los tiempos de la llamada “guerra fría” entre la URSS y Estados Unidos cuando en el XXV aniversario del MOMA (Museo de Arte Moderno de Nueva York), en octubre de 1954, el general Eisenhower pronunció su importante discurso Freedom in the Arts. En el que decía: “Siempre que los artistas tengan libertad para poder sentir con la máxima intensidad personal, siempre que nuestros artistas sean libres para crear con sinceridad y convicción, se producirá una saludable polémica y el progreso del arte... ¡Qué diferente es en la tiranía! Cuando a los artistas se les convierte en esclavos y herramientas del Estado, cuando los artistas se convierten en principales propagandistas de una causa, el progreso se detiene y la creación y el genio se destruyen”.
Surge pues en Estados Unidos, a la vez que la mirada hacia Oriente de la “beat generation”, una nueva forma de pintar: el “expresionismo abstracto” que practica una nueva generación de artistas que trabajan y viven en Nueva York allá por los años cuarenta, como Jackson Pollock o Mark Rothko.
Aquella tendencia, ya muy específicamente norteamericana, se impuso y marcó la substitución de París por Nueva York como nuevo epicentro del arte, o del mercado del arte, en el mundo. Después de la Segunda Guerra Mundial, Europa y lo europeo quedaron desplazados y los Estados Unidos se convirtieron en el centro decisorio del mundo no sólo económico y político sino también cultural.
Decía un artículo de Eva Cockroft en la revista norteamericana Artforum de junio de 1974, citado por Frances Stonor Saunders en su libro La CIA y la guerra fría cultural: “Las relaciones entre la política cultural de la guerra fría y el éxito del expresionismo abstracto no son algo casual... Fueron conscientemente creadas en aquella época por parte de algunas de las figuras más influyentes que controlaban las políticas de los museos y que abogaban por una táctica utilizada en la guerra fría para seducir a los intelectuales europeos”.
El expresionismo abstracto se impone como un arte optimista y rompedor, valiente, al mismo tiempo que la Europa cultural cae en depresión y el arte refleja el ambiente de duda y de interrogación sobre el sentido de la existencia que dará lugar al existencialismo, una corriente que tiene tanto de nihilismo, en un mundo en el que, ya sin grandes causas por las que luchar, el mejor agarradero vital consiste en comprometerse con la propia verdad.
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