La diferencia fue radical. En la América habitada por los colonos anglosajones, la independencia suposo la unión de diversas ex-colonias del Imperio británico; fue un proceso de construcción, no sólo de una nación, sino del imperio más poderoso que el mundo ha visto. En la América que fue Española, el proceso fue diametralmente opuesto. Se consumó por la desintregración de un Imperio, el Español, y las nuevas naciones cayeron presas del imperialismo británico (Sudamérica), mientras que otras (México y las naciones centroamericanas) cayeron bajo influencia yankee.
Las similitudes, que las hubo, fueron, sin embargo, perjudiciales. Las nuevas naciones hispanoamericanas, después de renegar de su herencia española, no sólo a nivel político-económico, sino cultural y sanguíneo, no quisieron, pese a ciertos proyectos que fracasaron, seguir con un sistema monárquico constitucional, como el que pedían las Cortes Imperiales de Cádiz, en 1812, sino que, identificando a los EE. UU. con el nuevo modelo de progreso, se le imitó la forma republicana federalista de gobierno, que, por ejemplo en México, agravó la dispersión de las regiones del país. Bajo pretexto de la soberanía de los estados federados, varios estados de la república federal mexicana se negaron a defender el país del ataque estadounidense de 1846-1848: El estado de Campeche se declaró neutral, el de Yucatán declaró su independencia. Imitar el modelo federalista yankee le costó a México la unidad polítco-administrativa que había tenido durante casi tres cientos años. En otras partes del continente la tensión fue similar, pero siempre la imitación del sistema político estadounidense, concomitante de su proceso independentista, resultó desastroso para Hispanoamérica.
La diferencia fue radical. En la América habitada por los colonos anglosajones, la independencia suposo la unión de diversas ex-colonias del Imperio británico; fue un proceso de construcción, no sólo de una nación, sino del imperio más poderoso que el mundo ha visto. En la América que fue Española, el proceso fue diametralmente opuesto. Se consumó por la desintregración de un Imperio, el Español, y las nuevas naciones cayeron presas del imperialismo británico (Sudamérica), mientras que otras (México y las naciones centroamericanas) cayeron bajo influencia yankee.
Las similitudes, que las hubo, fueron, sin embargo, perjudiciales. Las nuevas naciones hispanoamericanas, después de renegar de su herencia española, no sólo a nivel político-económico, sino cultural y sanguíneo, no quisieron, pese a ciertos proyectos que fracasaron, seguir con un sistema monárquico constitucional, como el que pedían las Cortes Imperiales de Cádiz, en 1812, sino que, identificando a los EE. UU. con el nuevo modelo de progreso, se le imitó la forma republicana federalista de gobierno, que, por ejemplo en México, agravó la dispersión de las regiones del país. Bajo pretexto de la soberanía de los estados federados, varios estados de la república federal mexicana se negaron a defender el país del ataque estadounidense de 1846-1848: El estado de Campeche se declaró neutral, el de Yucatán declaró su independencia. Imitar el modelo federalista yankee le costó a México la unidad polítco-administrativa que había tenido durante casi tres cientos años. En otras partes del continente la tensión fue similar, pero siempre la imitación del sistema político estadounidense, concomitante de su proceso independentista, resultó desastroso para Hispanoamérica.
Salud.