Ahora que las formas de trabajo, los mecanismos de decisión y la vinculación de las personas en las iniciativas de todo tipo llaman a una mayor participación, se agudiza la necesidad de mejorar o de saber evitar errores en los modos de actuar en estas nuevas condiciones. El alcance de la cooperación como valor cultural es muy amplio y repercute en múltiples aspectos de la vida cotidiana y de la organización política y social, por lo que es un ingrediente básico de las opciones del diseño social en el manejo de las relaciones humanas. Pero no vamos a viajar por este interminable laberinto de implicaciones, sino que tal vez podamos avanzar en algo más concreto comprendiendo cómo nos comportamos en las reuniones y en los encuentros donde buscamos una participación mejor para logros más deseables de los asistentes. No cabe la menor duda que la cooperación requiere del diálogo continuado entre dos o más, pero estos modos de conversación para conseguir progresos deben reunir una serie de condiciones, muchas veces ignoradas.
La cooperación es una actitud que se fundamenta en el deseo de satisfacer mutuamente los intereses de las partes, incluso a costa de cambiar sustancialmente las propias posiciones de partida, no de los intereses. Son muchos los espacios donde se aboga por la participación como solución de los problemas, pero la participación sin más dista mucho de cooperación, en términos de actitud y compromiso en la búsqueda y ejecución de acciones conjuntas. Entre las diferentes formas de participación existen toda una gama de términos, grados y matices, pero que difieren muy profundamente en el nivel de apertura, franqueza, aportación, flexibilidad, conocimiento mutuo y en consecuencia en el logro resultante. Podemos enumerar algunas actitudes, todas ellas incluidas bajo el término genérico de participación, tan de moda en nuestros días.
Es un autentico coopericida instalado bajo la piel de los participantes, «seguimos donde estábamos». Para ellos alguien está al frente de algo, a lo que se adhieren con alguna aportación parcial, temporal y con algunos recursos. Debe quedar esto claro y también distribuir el poder de la toma de decisiones en la supuesta participación de igual a igual. Por otra parte el incumplimiento de los compromisos supone un daño grave a los demás participantes y al objeto de la colaboración que se pretende.
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Ahora que las formas de trabajo, los mecanismos de decisión y la vinculación de las personas en las iniciativas de todo tipo llaman a una mayor participación, se agudiza la necesidad de mejorar o de saber evitar errores en los modos de actuar en estas nuevas condiciones. El alcance de la cooperación como valor cultural es muy amplio y repercute en múltiples aspectos de la vida cotidiana y de la organización política y social, por lo que es un ingrediente básico de las opciones del diseño social en el manejo de las relaciones humanas. Pero no vamos a viajar por este interminable laberinto de implicaciones, sino que tal vez podamos avanzar en algo más concreto comprendiendo cómo nos comportamos en las reuniones y en los encuentros donde buscamos una participación mejor para logros más deseables de los asistentes. No cabe la menor duda que la cooperación requiere del diálogo continuado entre dos o más, pero estos modos de conversación para conseguir progresos deben reunir una serie de condiciones, muchas veces ignoradas.
La cooperación es una actitud que se fundamenta en el deseo de satisfacer mutuamente los intereses de las partes, incluso a costa de cambiar sustancialmente las propias posiciones de partida, no de los intereses. Son muchos los espacios donde se aboga por la participación como solución de los problemas, pero la participación sin más dista mucho de cooperación, en términos de actitud y compromiso en la búsqueda y ejecución de acciones conjuntas. Entre las diferentes formas de participación existen toda una gama de términos, grados y matices, pero que difieren muy profundamente en el nivel de apertura, franqueza, aportación, flexibilidad, conocimiento mutuo y en consecuencia en el logro resultante. Podemos enumerar algunas actitudes, todas ellas incluidas bajo el término genérico de participación, tan de moda en nuestros días.
Es un autentico coopericida instalado bajo la piel de los participantes, «seguimos donde estábamos». Para ellos alguien está al frente de algo, a lo que se adhieren con alguna aportación parcial, temporal y con algunos recursos. Debe quedar esto claro y también distribuir el poder de la toma de decisiones en la supuesta participación de igual a igual. Por otra parte el incumplimiento de los compromisos supone un daño grave a los demás participantes y al objeto de la colaboración que se pretende.