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Cuando Porfirio Díaz asumió la presidencia de la república en mayo de 1877, encontró al país en una grave crisis económica, es decir, en completa bancarrota. Los únicos que tenían recursos económicos eran el clero y la aristocracia, los cuales no se caracterizaban por invertir sus capitales. Ante esta situación, Díaz consideró necesario y urgente atraer el capital extranjero al país, otorgándole privilegios y concesiones, de tal manera que los capitales de Estados Unidos, Francia, España e Inglaterra fueron bienvenidos, los cuales se dedicaron a crear empresas y numerosos empleos para explotar diversos sectores productivos como el ferroviario, minero, textil y otros que favorecerían el crecimiento económico que tanto se anhelaba. Sin embargo, es necesario mencionar que este avance económico fue a costa de la intensa explotación de los recursos naturales y del pueblo trabajador.