«Las tres dictaduras dinámicas –la Unión Soviética de Stalin, la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler– eran en la práctica unas formas muy distintas de régimen, aunque tuvieran numerosos rasgos estructurales en común. El régimen de Stalin se destaca de los otros dos, que comparten más características similares (y algunos «préstamos» tomados por la Alemania nazi de la Italia fascista), aunque también mostraran diferencias fundamentales. Todas pretendían tener un «derecho total» sobre sus ciudadanos. Semejante pretensión no logró realizarse en la práctica y se llevó a cabo con más fragilidad en la Italia fascista, paradójicamente el único de los tres regímenes que declaró explícitamente que estaba construyendo un «estado totalitario». Sin embargo, ese «derecho total» tuvo indudablemente unas consecuencias tremendas para el comportamiento de los ciudadanos de unas sociedades tan duramente orquestadas y controladas como aquéllas. El «espacio político» y las formas de actividad social organizada, comparados incluso con los de otras dictaduras de la época, y no digamos con las democracias liberales, dejaron de existir fuera de lo que estaba permitido y gestionado por el propio régimen. En cada uno de ellos se llevaron a cabo incesantemente intentos de moldear las actitudes y los comportamientos con arreglo a sus dogmas ideológicos exclusivos. La identificación con el régimen era sustentada y reforzada mediante el hincapié hecho en el «enemigo interior», los «extraños» cuya propia existencia determinó la creación de una comunidad de «normales», de los que «pertenecían» a ella.
La penetración de los valores del régimen en la sociedad fue menor en Italia, y mayor con toda probabilidad en Alemania. El éxito del adoctrinamiento fue variable, aunque donde parece que fue mayor en los tres regímenes fue entre los jóvenes. En cada caso, el régimen tuvo un éxito considerable a la hora de movilizar a grandes cantidades de idealistas y de ganarse un amplísimo apoyo popular. Resulta imposible cuantificar ese apoyo, teniendo en cuenta la represión de cualquier tipo de oposición en la que se basaban los tres regímenes y la falta de libertad de expresión. Por los indicadores imprecisos de los que disponemos, la Alemania nazi fue la que tuvo un mayor nivel de apoyo popular, Italia se quedaría un poco a la zaga, mientras que en la Unión Soviética era donde la población estaba más coaccionada, lo que sugiere que era donde el apoyo era menos auténtico. Cada uno de los tres recurrió a la mano dura y a la represión terrorista. Para los que sufrieron el terror de la policía estatal, las diferencias ideológicas o estructurales entre los tres regímenes eran cuestión de la más absoluta indiferencia. Aun así, eran importantes.
«Las tres dictaduras dinámicas –la Unión Soviética de Stalin, la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler– eran en la práctica unas formas muy distintas de régimen, aunque tuvieran numerosos rasgos estructurales en común. El régimen de Stalin se destaca de los otros dos, que comparten más características similares (y algunos «préstamos» tomados por la Alemania nazi de la Italia fascista), aunque también mostraran diferencias fundamentales. Todas pretendían tener un «derecho total» sobre sus ciudadanos. Semejante pretensión no logró realizarse en la práctica y se llevó a cabo con más fragilidad en la Italia fascista, paradójicamente el único de los tres regímenes que declaró explícitamente que estaba construyendo un «estado totalitario». Sin embargo, ese «derecho total» tuvo indudablemente unas consecuencias tremendas para el comportamiento de los ciudadanos de unas sociedades tan duramente orquestadas y controladas como aquéllas. El «espacio político» y las formas de actividad social organizada, comparados incluso con los de otras dictaduras de la época, y no digamos con las democracias liberales, dejaron de existir fuera de lo que estaba permitido y gestionado por el propio régimen. En cada uno de ellos se llevaron a cabo incesantemente intentos de moldear las actitudes y los comportamientos con arreglo a sus dogmas ideológicos exclusivos. La identificación con el régimen era sustentada y reforzada mediante el hincapié hecho en el «enemigo interior», los «extraños» cuya propia existencia determinó la creación de una comunidad de «normales», de los que «pertenecían» a ella.
La penetración de los valores del régimen en la sociedad fue menor en Italia, y mayor con toda probabilidad en Alemania. El éxito del adoctrinamiento fue variable, aunque donde parece que fue mayor en los tres regímenes fue entre los jóvenes. En cada caso, el régimen tuvo un éxito considerable a la hora de movilizar a grandes cantidades de idealistas y de ganarse un amplísimo apoyo popular. Resulta imposible cuantificar ese apoyo, teniendo en cuenta la represión de cualquier tipo de oposición en la que se basaban los tres regímenes y la falta de libertad de expresión. Por los indicadores imprecisos de los que disponemos, la Alemania nazi fue la que tuvo un mayor nivel de apoyo popular, Italia se quedaría un poco a la zaga, mientras que en la Unión Soviética era donde la población estaba más coaccionada, lo que sugiere que era donde el apoyo era menos auténtico. Cada uno de los tres recurrió a la mano dura y a la represión terrorista. Para los que sufrieron el terror de la policía estatal, las diferencias ideológicas o estructurales entre los tres regímenes eran cuestión de la más absoluta indiferencia. Aun así, eran importantes.