Iniciemos estos papeles con un hurto. Robémosle una palabra a la astrofísica y llamémosla big-bang. Ahora, arbitrariamente, con el objeto de entendernos, califiquemos ese fenómeno como “occidental”, palabra siempre sospechosa cuando sabemos que estamos precariamente instalados sobre una esfera que gira vertiginosamente. En todo caso, hace varios millares de años, en la llamada Mesopotamia asiática, en un entorno cultural semítico, aproximadamente entre el Tigris y el Eúfrates, donde la Biblia sitúa el Paraíso, se produjo una singular explosión cultural que puso en marcha una todavía inacabada onda expansiva: fue el confuso inicio del big-bang occidental.
De manera espontánea, y sin que nadie lo programara o advirtiera, el destino de diferentes pueblos, más o menos vecinos, comenzó a encadenarse en direcciones paralelas. A lo largo del tiempo, de mucho tiempo, sumerios, caldeos, acadios, judíos, árabes, fenicios, egipcios, griegos, etruscos, romanos, y otra buena docena de etnias y civilizaciones, fueron mezclando mitos e informaciones, hallazgos y descubrimientos, formas de hacer la guerra, teogonías y teodiceas, éticas y estéticas, comportamientos y valores, hasta constituir de forma imprecisa el núcleo fundacional de eso a lo que hoy llamamos Occidente y en el pasado denominamos Hélade, Roma o Cristiandad, porque la definición cambiaba de contorno y sucesivamente podía afincarse en expresiones culturales de diversa entidad que iban sintetizándose y subsumiéndose en un riquísimo proceso de asimilación y mezcla
Europa no es el inicio del big-bang sino una de sus etapas más significativas. Alguna vez el corazón de la onda expansiva estuvo
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Iniciemos estos papeles con un hurto. Robémosle una palabra a la astrofísica y llamémosla big-bang. Ahora, arbitrariamente, con el objeto de entendernos, califiquemos ese fenómeno como “occidental”, palabra siempre sospechosa cuando sabemos que estamos precariamente instalados sobre una esfera que gira vertiginosamente. En todo caso, hace varios millares de años, en la llamada Mesopotamia asiática, en un entorno cultural semítico, aproximadamente entre el Tigris y el Eúfrates, donde la Biblia sitúa el Paraíso, se produjo una singular explosión cultural que puso en marcha una todavía inacabada onda expansiva: fue el confuso inicio del big-bang occidental.
De manera espontánea, y sin que nadie lo programara o advirtiera, el destino de diferentes pueblos, más o menos vecinos, comenzó a encadenarse en direcciones paralelas. A lo largo del tiempo, de mucho tiempo, sumerios, caldeos, acadios, judíos, árabes, fenicios, egipcios, griegos, etruscos, romanos, y otra buena docena de etnias y civilizaciones, fueron mezclando mitos e informaciones, hallazgos y descubrimientos, formas de hacer la guerra, teogonías y teodiceas, éticas y estéticas, comportamientos y valores, hasta constituir de forma imprecisa el núcleo fundacional de eso a lo que hoy llamamos Occidente y en el pasado denominamos Hélade, Roma o Cristiandad, porque la definición cambiaba de contorno y sucesivamente podía afincarse en expresiones culturales de diversa entidad que iban sintetizándose y subsumiéndose en un riquísimo proceso de asimilación y mezcla
Europa no es el inicio del big-bang sino una de sus etapas más significativas. Alguna vez el corazón de la onda expansiva estuvo