Imaginemos, para empezar, un gobierno que podemos designar con la letra 'C', para no ofender a nadie: la 'c' de Chávez, por ejemplo. En el país gobernado por 'C', la movilización popular alimenta y promueve los intereses de los más humildes. Los partidarios más avispados del régimen admiten que los medios y/o los fines utilizados por 'C' no siempre son los mejores, pero creen firmemente que el movimiento, cuando está arraigado en el pueblo, es capaz de generar por sí mismo las energías necesarias para corregir sus errores. Añaden que el movimiento necesita un liderazgo fuerte, creativo, combativo, capaz de polarizar la voluntad de la multitud. Identificadas con la palabra de quien lidera el movimiento, las masas descubren y hacen valer sus reivindicaciones.
Cabe imaginar, en tercer lugar, un gobierno 'S' -de Sarkozy, sin ir más lejos- que observa con naturalidad el despegue de la carrera político-empresarial del hijo de la primera mujer del presidente, cuyo mérito principal consiste en haber llegado, al parecer con éxito, al tercer año de la licenciatura en Derecho. Se supone que está en el orden normal de las cosas que los hijos participen del poder y la influencia de sus padres. No hay duda de que nadie les regala nada: todo el mundo entiende que el hijo del presidente tiene muchas de las 'cualidades' que son más necesarias, en el sistema político 'S', para dedicarse a la vida pública. La fuerza magnética del poder irradia desde pueblo y se transmite a los representantes, una vez que ha sido convenientemente amplificada por los medios de comunicación.
No es fácil saber qué es lo que tienen en común las distintas modalidades de populismo. Las hay de derechas o de izquierdas, más demagógicas y menos, más y menos propensas a alentar aventuras institucionales de tipo plebiscitario. Su fuerza está en su capacidad para evocar e interpelar a un interlocutor imaginario, el 'pueblo': Yes, we can. Para conservar su fuerza, los líderes populistas no dudan en transformar las ideas en eslóganes, que pronto se quedan atrás y son sustituidos por discursos centrados en aquellas cosas que les garanticen una atención inmediata del público. Cosas o problemas que se transforman en banderas.
En los lugares más alejados, y en sociedades que han alcanzado los más diferentes niveles de desarrollo democrático, existe hoy un terreno abonado para la formación de liderazgos populistas. El desafío para quienes siguen confiando en las virtudes del método democrático está en conquistar el apoyo de los electores sin recurrir a los modos de hacer política de sus adversarios. En éste como en otros casos, el fin no justifica los medios. La disputa por ocupar el espacio electoral más sensible a las derivas populistas no justifica el recurso a los métodos -a los argumentos y a los lenguajes- de los que se sirven los adversarios de la democracia. El demócrata que caiga en esta tentación está perdido: en su terreno, los populistas siempre le van a ganar la partida.
A este tipo de populismo se le denomina clásico para diferenciarlo del segundo fenómeno populista presente en la historia de América Latina definido como neopopulismo, el cual se presenta en el continente desde principios del siglo XX.
El término populismo se emplea generalmente en el ámbito de la política. Se dice que un gobierno o un partido es populista cuando su estrategia política se basa en propuestas que resultan atractivas para el pueblo, pero tienen un componente manipulador y demagógico.
Respuesta:
Imaginemos, para empezar, un gobierno que podemos designar con la letra 'C', para no ofender a nadie: la 'c' de Chávez, por ejemplo. En el país gobernado por 'C', la movilización popular alimenta y promueve los intereses de los más humildes. Los partidarios más avispados del régimen admiten que los medios y/o los fines utilizados por 'C' no siempre son los mejores, pero creen firmemente que el movimiento, cuando está arraigado en el pueblo, es capaz de generar por sí mismo las energías necesarias para corregir sus errores. Añaden que el movimiento necesita un liderazgo fuerte, creativo, combativo, capaz de polarizar la voluntad de la multitud. Identificadas con la palabra de quien lidera el movimiento, las masas descubren y hacen valer sus reivindicaciones.
Cabe imaginar, en tercer lugar, un gobierno 'S' -de Sarkozy, sin ir más lejos- que observa con naturalidad el despegue de la carrera político-empresarial del hijo de la primera mujer del presidente, cuyo mérito principal consiste en haber llegado, al parecer con éxito, al tercer año de la licenciatura en Derecho. Se supone que está en el orden normal de las cosas que los hijos participen del poder y la influencia de sus padres. No hay duda de que nadie les regala nada: todo el mundo entiende que el hijo del presidente tiene muchas de las 'cualidades' que son más necesarias, en el sistema político 'S', para dedicarse a la vida pública. La fuerza magnética del poder irradia desde pueblo y se transmite a los representantes, una vez que ha sido convenientemente amplificada por los medios de comunicación.
No es fácil saber qué es lo que tienen en común las distintas modalidades de populismo. Las hay de derechas o de izquierdas, más demagógicas y menos, más y menos propensas a alentar aventuras institucionales de tipo plebiscitario. Su fuerza está en su capacidad para evocar e interpelar a un interlocutor imaginario, el 'pueblo': Yes, we can. Para conservar su fuerza, los líderes populistas no dudan en transformar las ideas en eslóganes, que pronto se quedan atrás y son sustituidos por discursos centrados en aquellas cosas que les garanticen una atención inmediata del público. Cosas o problemas que se transforman en banderas.
En los lugares más alejados, y en sociedades que han alcanzado los más diferentes niveles de desarrollo democrático, existe hoy un terreno abonado para la formación de liderazgos populistas. El desafío para quienes siguen confiando en las virtudes del método democrático está en conquistar el apoyo de los electores sin recurrir a los modos de hacer política de sus adversarios. En éste como en otros casos, el fin no justifica los medios. La disputa por ocupar el espacio electoral más sensible a las derivas populistas no justifica el recurso a los métodos -a los argumentos y a los lenguajes- de los que se sirven los adversarios de la democracia. El demócrata que caiga en esta tentación está perdido: en su terreno, los populistas siempre le van a ganar la partida.
Explicación:
espero te sirva
Hola¡¡¡¡
Populismo latinoamericano:
A este tipo de populismo se le denomina clásico para diferenciarlo del segundo fenómeno populista presente en la historia de América Latina definido como neopopulismo, el cual se presenta en el continente desde principios del siglo XX.
El término populismo se emplea generalmente en el ámbito de la política. Se dice que un gobierno o un partido es populista cuando su estrategia política se basa en propuestas que resultan atractivas para el pueblo, pero tienen un componente manipulador y demagógico.