El personaje principal es El Moro. Su "propia pintura" la encontramos en su autodescripción física y psicológica que realiza en el capítulo VII. Se trata de un caballo noble, trabajador, leal y valiente. Su azarosa y aciaga existencia estuvo saturada de malos tratos y duro trabajo, además de haber estado agobiado por el trauma de haberse hecho "coleador" y de la obsesión por la presunta persecución del Tuerto Garmendia.
Como personajes secundarios se destacan Morgante y Merengue, en su noble condición de caballos, y don Cesáreo, Geroncio, el Tuerto Garmendia, el señor Ávila, don Bernabé, Pepe y don Alipio, en su ruin dimensión humana. Éstos representan diferentes símbolos: Morgante y Merengue: la mansedumbre; don Cesáreo: la estafa; Geroncio: la bellaquería; el Tuerto Garmendia: el crimen; el señor Ávila: la ingratitud; el mancebo Pepe: la estultez; don Borja: la indolencia, y don Alipio: la decadencia.
Autoperfil físico y psicológico de "El Moro".
"Procedo de estirpe generosa: mi padre descendía del Guainás, orgullo de las márgenes del Cauca; y mi madre, del Tundama, gloria del valle que riega el Sogamoso.
Ya he dicho que nací moro, por lo cual en mi infancia parecía negro: raros eran los pelos blancos que anunciaban que a mí me había de suceder lo que a los individuos de la especie humana, esto es, que con los años, el pelo que me cubría había de irse emblanqueciendo. Mi alzada es la de aquellos caballos que, siendo grandes, no vienen a ser incómodos para el jinete por una excesiva altura; y lo largo de mi cuerpo guarda perfecta proporción con la altura. Soy cenceño y todas mis formas son ligeras. La cruz muy hacia atrás, la cabeza descarnada y pequeña, llenas las cuencas, los ojos vivos, las orejas pequeñas, empinadas e inquietas, la crin escasa y sedosa, el casco acopado. Dos son los defectos de mi configuración: soy un poco anquiderribado (vulgo, caído de ancas), y otro poco propenso a llevar la cabeza levantada, sin enarcar bastante el cuello. Mis brazos estriban en el suelo con firmeza, camino garbosamente, quieta la cabeza, sin levantar las manos con afectación y moviendo las piernas con soltura. Andando en manada con otras bestias, voy casi siempre delante de todas.
Nunca he sabido lo que es echar paso de dos y dos. Mi paso más natural es el gateado, en el cual parece que, de una vez, no se mueve sino una de las cuatro patas; para descansar o para hacer descansar al jinete, cuando éste merece atenciones, suelo tomar el trochado, paso en que se mueven simultáneamente el brazo y la pata opuestos, pero sin librar bruscamente el peso del cuerpo sobre los pies, como se hace cuando se trota, sino sosteniendo ligeramente el cuerpo sobre un brazo y una pata, mientras se pisa con los otros.
A veces tomo otro paso, que es el que debe tomar un caballo bien criado cuando lleva a una señora, y que aparentemente se asemeja al de dos y dos, pero en el cual no asentamos pesadamente y produciendo sacudimiento la mano y la pata de un mismo lado. Sé galopar corto, asentado y parejo, pero los jinetes entendidos cuidan de que no ejercite esta habilidad, por que el hábito de galopar es incompatible con la conservación del buen paso. Mi carrera es tan veloz como puede serlo en un caballo no adiestrado en un circo, y sé saltar con agilidad y suavemente.
De mi brío no hablaré sin exponer primero lo que es el brío, tal como yo lo comprendo y lo siento. El brío no es, como acaso lo imagina el vulgo de los hombres, ni un temor constante del castigo ni una muestra de impaciencia o de enojo contra el jinete.
Respuesta:
El personaje principal es El Moro. Su "propia pintura" la encontramos en su autodescripción física y psicológica que realiza en el capítulo VII. Se trata de un caballo noble, trabajador, leal y valiente. Su azarosa y aciaga existencia estuvo saturada de malos tratos y duro trabajo, además de haber estado agobiado por el trauma de haberse hecho "coleador" y de la obsesión por la presunta persecución del Tuerto Garmendia.
Como personajes secundarios se destacan Morgante y Merengue, en su noble condición de caballos, y don Cesáreo, Geroncio, el Tuerto Garmendia, el señor Ávila, don Bernabé, Pepe y don Alipio, en su ruin dimensión humana. Éstos representan diferentes símbolos: Morgante y Merengue: la mansedumbre; don Cesáreo: la estafa; Geroncio: la bellaquería; el Tuerto Garmendia: el crimen; el señor Ávila: la ingratitud; el mancebo Pepe: la estultez; don Borja: la indolencia, y don Alipio: la decadencia.
Autoperfil físico y psicológico de "El Moro".
"Procedo de estirpe generosa: mi padre descendía del Guainás, orgullo de las márgenes del Cauca; y mi madre, del Tundama, gloria del valle que riega el Sogamoso.
Ya he dicho que nací moro, por lo cual en mi infancia parecía negro: raros eran los pelos blancos que anunciaban que a mí me había de suceder lo que a los individuos de la especie humana, esto es, que con los años, el pelo que me cubría había de irse emblanqueciendo. Mi alzada es la de aquellos caballos que, siendo grandes, no vienen a ser incómodos para el jinete por una excesiva altura; y lo largo de mi cuerpo guarda perfecta proporción con la altura. Soy cenceño y todas mis formas son ligeras. La cruz muy hacia atrás, la cabeza descarnada y pequeña, llenas las cuencas, los ojos vivos, las orejas pequeñas, empinadas e inquietas, la crin escasa y sedosa, el casco acopado. Dos son los defectos de mi configuración: soy un poco anquiderribado (vulgo, caído de ancas), y otro poco propenso a llevar la cabeza levantada, sin enarcar bastante el cuello. Mis brazos estriban en el suelo con firmeza, camino garbosamente, quieta la cabeza, sin levantar las manos con afectación y moviendo las piernas con soltura. Andando en manada con otras bestias, voy casi siempre delante de todas.
Nunca he sabido lo que es echar paso de dos y dos. Mi paso más natural es el gateado, en el cual parece que, de una vez, no se mueve sino una de las cuatro patas; para descansar o para hacer descansar al jinete, cuando éste merece atenciones, suelo tomar el trochado, paso en que se mueven simultáneamente el brazo y la pata opuestos, pero sin librar bruscamente el peso del cuerpo sobre los pies, como se hace cuando se trota, sino sosteniendo ligeramente el cuerpo sobre un brazo y una pata, mientras se pisa con los otros.
A veces tomo otro paso, que es el que debe tomar un caballo bien criado cuando lleva a una señora, y que aparentemente se asemeja al de dos y dos, pero en el cual no asentamos pesadamente y produciendo sacudimiento la mano y la pata de un mismo lado. Sé galopar corto, asentado y parejo, pero los jinetes entendidos cuidan de que no ejercite esta habilidad, por que el hábito de galopar es incompatible con la conservación del buen paso. Mi carrera es tan veloz como puede serlo en un caballo no adiestrado en un circo, y sé saltar con agilidad y suavemente.
De mi brío no hablaré sin exponer primero lo que es el brío, tal como yo lo comprendo y lo siento. El brío no es, como acaso lo imagina el vulgo de los hombres, ni un temor constante del castigo ni una muestra de impaciencia o de enojo contra el jinete.
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