La acción colectiva, en sus diversas modalidades, ha adquirido un protagonismo central en América Latina, a punto tal que ha llegado a producir varias rupturas institucionales. El artículo analiza los repertorios y actores, explica la diversificación de los grupos que participan en este tipo de movilizaciones, en particular las clases medias, y sugiere la hipótesis de una \"normalización de la protesta\". En general, considera que los movimientos sociales suponen un esfuerzo por ampliar la capacidad de inclusión de la democracia, en el convencimiento de que esas experiencias contribuyen a fortalecer la ciudadanía.
En América Latina, la primera década del siglo XXI estuvo marcada por grandes movilizaciones sociales: hemos reconocido en «indígenas», «piqueteros», «desocupados»,«pingüinos» o «cocaleros» a actores con presencia, organización y capacidad de movilización. Del mismo modo, cuando hablamos de «cortes de ruta», «caceroladas» o «marchas por la dignidad», nos remitimos a repertorios de acción colectiva propios de la región.
Un par de décadas antes, reconocíamos en las Madres de Plaza de Mayo, el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST), las asociaciones de familiares de detenidos desaparecidos, los comedores populares, las tomas de terreno, los comités de vaso de leche, los movimientos de mujeres y los grupos ecologistas, entre tantas otras movilizaciones, lo que José Nun llamó la «rebelión del coro», una cierta rebeldía de la vida cotidiana que habla sin que se espere y se sale así del lugar asignado al coro3.
Respuesta:
La acción colectiva, en sus diversas modalidades, ha adquirido un protagonismo central en América Latina, a punto tal que ha llegado a producir varias rupturas institucionales. El artículo analiza los repertorios y actores, explica la diversificación de los grupos que participan en este tipo de movilizaciones, en particular las clases medias, y sugiere la hipótesis de una \"normalización de la protesta\". En general, considera que los movimientos sociales suponen un esfuerzo por ampliar la capacidad de inclusión de la democracia, en el convencimiento de que esas experiencias contribuyen a fortalecer la ciudadanía.
En América Latina, la primera década del siglo XXI estuvo marcada por grandes movilizaciones sociales: hemos reconocido en «indígenas», «piqueteros», «desocupados»,«pingüinos» o «cocaleros» a actores con presencia, organización y capacidad de movilización. Del mismo modo, cuando hablamos de «cortes de ruta», «caceroladas» o «marchas por la dignidad», nos remitimos a repertorios de acción colectiva propios de la región.
Un par de décadas antes, reconocíamos en las Madres de Plaza de Mayo, el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST), las asociaciones de familiares de detenidos desaparecidos, los comedores populares, las tomas de terreno, los comités de vaso de leche, los movimientos de mujeres y los grupos ecologistas, entre tantas otras movilizaciones, lo que José Nun llamó la «rebelión del coro», una cierta rebeldía de la vida cotidiana que habla sin que se espere y se sale así del lugar asignado al coro3.
Explicación: espero haberte ayudado