En su tratado de teoría del Estado -de notoria repercusión-, escrito en italiano, traducido luego al francés, inglés y castellano, Alessandro Passerin d’Entrèves evoca en la última página la “ciudad periclea” como el recuerdo de “una experiencia única”, de “una oración inmortal”, en la cual aún hoy se refleja “la imagen del Estado óptimo, de Estado fundado en la democracia y en la libertad”. En realidad, este libro, más que un tratado sobre el Estado, como hace pensar el título, es una historia ideal del contrasté entre poder y libertad a través del pensamiento político occidental. La última página es una profesión de fe. En el texto francés, más completo que el italiano, a la ciudad asumida como modelo se le atribuyen estos caracteres: “Le respect de la loi et de l’ordre, le gouvernement par consentement, L’amour de la patrie, L’orgueil de la liberté”. Quien escribía estas palabras sabía muy bien que se trataba de una idealización contenida en un discurso de circunstancia (que probablemente no había sido jamás pronunciado) y que la “verdad efectiva” era muy diferente, pero le importaba en ese contexto reafirmar el valor simbólico de tal discurso en las vicisitudes alternadas de la concepción de la historia, tan típicamente europea, interpretada como historia de la libertad.
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En su tratado de teoría del Estado -de notoria repercusión-, escrito en italiano, traducido luego al francés, inglés y castellano, Alessandro Passerin d’Entrèves evoca en la última página la “ciudad periclea” como el recuerdo de “una experiencia única”, de “una oración inmortal”, en la cual aún hoy se refleja “la imagen del Estado óptimo, de Estado fundado en la democracia y en la libertad”. En realidad, este libro, más que un tratado sobre el Estado, como hace pensar el título, es una historia ideal del contrasté entre poder y libertad a través del pensamiento político occidental. La última página es una profesión de fe. En el texto francés, más completo que el italiano, a la ciudad asumida como modelo se le atribuyen estos caracteres: “Le respect de la loi et de l’ordre, le gouvernement par consentement, L’amour de la patrie, L’orgueil de la liberté”. Quien escribía estas palabras sabía muy bien que se trataba de una idealización contenida en un discurso de circunstancia (que probablemente no había sido jamás pronunciado) y que la “verdad efectiva” era muy diferente, pero le importaba en ese contexto reafirmar el valor simbólico de tal discurso en las vicisitudes alternadas de la concepción de la historia, tan típicamente europea, interpretada como historia de la libertad.
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