A principios del siglo XX la esclavitud prácticamente había dejado de existir. En unos pocos países continuaba siendo legal, mientras que la gran mayoría ya la había abolido durante el siglo anterior. Como en la actualidad, existían distintas formas y grados de relaciones de servidumbre, pero la esclavitud tradicional, al margen de unos pequeños reductos, parecía que era ya definitivamente un capítulo de la historia pasada.
No obstante, de forma inesperada en distintos lugares y momentos emergió una nueva forma de trabajo esclavo, vinculada a las grandes convulsiones sociales de carácter bélico o revolucionario que se produjeron. De forma paradójica, esto sucedió a veces en el seno de sociedades extraordinariamente cultas, como en el caso de Alemania.
Tras su llegada al poder, el régimen nazi organizó un metódico sistema de campos de trabajo forzado, alimentados primero con la represión interna y luego con las deportaciones procedentes de los países invadidos (no nos ocuparemos ahora de los campos estrictamente de exterminio, ya que a pesar de su estrecha relación con los campos de trabajo su objetivo era ya de entrada obviamente otro; en el complejo de Auschwitz, integrado por distintos campos, los había de los dos tipos).
A principios del siglo XX la esclavitud prácticamente había dejado de existir. En unos pocos países continuaba siendo legal, mientras que la gran mayoría ya la había abolido durante el siglo anterior. Como en la actualidad, existían distintas formas y grados de relaciones de servidumbre, pero la esclavitud tradicional, al margen de unos pequeños reductos, parecía que era ya definitivamente un capítulo de la historia pasada.
No obstante, de forma inesperada en distintos lugares y momentos emergió una nueva forma de trabajo esclavo, vinculada a las grandes convulsiones sociales de carácter bélico o revolucionario que se produjeron. De forma paradójica, esto sucedió a veces en el seno de sociedades extraordinariamente cultas, como en el caso de Alemania.
Tras su llegada al poder, el régimen nazi organizó un metódico sistema de campos de trabajo forzado, alimentados primero con la represión interna y luego con las deportaciones procedentes de los países invadidos (no nos ocuparemos ahora de los campos estrictamente de exterminio, ya que a pesar de su estrecha relación con los campos de trabajo su objetivo era ya de entrada obviamente otro; en el complejo de Auschwitz, integrado por distintos campos, los había de los dos tipos).