Para el bioquímico y premio Nobel Christian De Duve, uno de los pensadores más creativos a la hora de unificar biología y cosmología, el origen de la vida no es accidental, sino el resultado de las leyes más básicas de la naturaleza: “la vida y la mente no emergen como resultado de accidentes aleatorios, sino como una manifestación natural de la materia”. Y no sólo eso. Para De Duve la consciencia es una expresión del Cosmos tan fundamental como la propia vida. Por su parte, el físico y matemático del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, Freeman Dyson, eleva a ley natural la tendencia de la conciencia a ejercer una control cada vez mayor sobre la materia inanimada y, siguiendo la estela de Barrow y Tipler, cree que desempeñará un papel clave en el destino final del Cosmos. Sin embargo, no todos piensan que nuestro universo favorece la aparición de vida.
Para el físico teórico Lee Smolin todo lo que nos rodea es producto de un proceso evolutivo funcionando a la mayor escala posible. Según Smolin, nuevos universos-bebés nacen en el interior de los agujeros negros gracias a los Big Bangs que suceden naturalmente en el otro lado. Ahora bien, las constantes y leyes de la física varían sutilmente de un universo-bebé a otro siguiendo un proceso de selección natural que favorece la “reproducción” de universos que generan más universos-bebés. Esto es, estrellas que acaban sus vidas como agujeros negros. Luego la vida no es más que un subproducto del verdadero objetivo de las leyes naturales: producir universos con agujeros negros. Accidentalmente, el valor de las constantes universales que implican la existencia de muchos agujeros negros coincide justamente con el valor que deben tener para que nuestro universo rebose vida.
Pero quien más ha reflexionado sobre este asunto es un curioso personaje que ha sido actuario judicial y senador por Oregón, James N. Gardner, cuyas ideas sobre complejidad son publicadas en diversas revistas científicas. Su idea central es la Hipótesis del Biocosmos Egoísta, una versión a escala cósmica de la teoría del gen egoísta de Richard Dawkins. Para Gardner nuestro universo, tan bien diseñado para albergar la vida, no es otra cosa que el resultado de la evolución de una larga serie de universos anteriores, donde cada uno ha sido cada vez más “amigable” para la vida. Estamos ante una versión evolutiva del principio antrópico fuerte. Si así fuera, debería existir una especie de código genético cósmico que evolucionaría siguiendo la selección natural.
Para el bioquímico y premio Nobel Christian De Duve, uno de los pensadores más creativos a la hora de unificar biología y cosmología, el origen de la vida no es accidental, sino el resultado de las leyes más básicas de la naturaleza: “la vida y la mente no emergen como resultado de accidentes aleatorios, sino como una manifestación natural de la materia”. Y no sólo eso. Para De Duve la consciencia es una expresión del Cosmos tan fundamental como la propia vida. Por su parte, el físico y matemático del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, Freeman Dyson, eleva a ley natural la tendencia de la conciencia a ejercer una control cada vez mayor sobre la materia inanimada y, siguiendo la estela de Barrow y Tipler, cree que desempeñará un papel clave en el destino final del Cosmos. Sin embargo, no todos piensan que nuestro universo favorece la aparición de vida.
Para el físico teórico Lee Smolin todo lo que nos rodea es producto de un proceso evolutivo funcionando a la mayor escala posible. Según Smolin, nuevos universos-bebés nacen en el interior de los agujeros negros gracias a los Big Bangs que suceden naturalmente en el otro lado. Ahora bien, las constantes y leyes de la física varían sutilmente de un universo-bebé a otro siguiendo un proceso de selección natural que favorece la “reproducción” de universos que generan más universos-bebés. Esto es, estrellas que acaban sus vidas como agujeros negros. Luego la vida no es más que un subproducto del verdadero objetivo de las leyes naturales: producir universos con agujeros negros. Accidentalmente, el valor de las constantes universales que implican la existencia de muchos agujeros negros coincide justamente con el valor que deben tener para que nuestro universo rebose vida.
Pero quien más ha reflexionado sobre este asunto es un curioso personaje que ha sido actuario judicial y senador por Oregón, James N. Gardner, cuyas ideas sobre complejidad son publicadas en diversas revistas científicas. Su idea central es la Hipótesis del Biocosmos Egoísta, una versión a escala cósmica de la teoría del gen egoísta de Richard Dawkins. Para Gardner nuestro universo, tan bien diseñado para albergar la vida, no es otra cosa que el resultado de la evolución de una larga serie de universos anteriores, donde cada uno ha sido cada vez más “amigable” para la vida. Estamos ante una versión evolutiva del principio antrópico fuerte. Si así fuera, debería existir una especie de código genético cósmico que evolucionaría siguiendo la selección natural.