Me he convertido en un animal domesticado. Un animal que mide su vida en soles y lunas que percibe desde la ventana o el tejado. Un animal que rumia sus recuerdos de día y sale de noche a explorar las formas nocturnas entre oscuros y estrechos muros. ¡Ah! La noche, ese espacio en donde todo pierde su nombre y solo es identificable por palpaciones. Ese espacio en donde las manos recobran el habla y tienen el derecho a otorgar la existencia a las cosas. Y de repente, por enésima vez anuncian por altavoz: ¡Cuidado!, está prohibido tocar.
No recuerdo cuándo fue domingo por última vez. Sé que los instrumentos de medida del tiempo comenzaron a perder valor hace algunos soles. Antes, los ojos observaban detenidamente los anuncios publicitarios, las piernas corrían hacia las tiendas y ponían sus manos sobre los prototipos tocados antes por cientos de manos cuando nuevos objetos de medida del tiempo salían a la venta. Los ricos fabricantes sonreían en las publicidades prometiendo objetos mejorados para olvidar o acelerar el paso del tiempo. Objetos con una mejor resolución o con más colores o con más parámetros modificables con comandos táctiles o vocales. Hoy, los cuerpos ya no pueden tocar los prototipos de exhibición y los fabricantes no pueden hacer que otros cuerpos fabriquen sus objetos. Medir el tiempo no es necesario. Tocar está prohibido.
No recuerdo cuándo fue la última vez que toqué algo, algo que no estuviera dentro del perímetro permitido. Dentro del área autorizada. Dentro de la zona desinfectada. Todo cuerpo extranjero a mi área debe ser identificado y limpiado según el protocolo establecido y con las soluciones químicas recomendadas ricas en cloro y sodio. Todo cuerpo que salga de mi área debe informar la razón de su salida y su hora de vuelta al perímetro de seguridad. No sé por qué sigo soñando en las noches con que éramos cuerpos libres en el pasado. Libres de juntar sus pieles y caminar largas distancias expuestos al sol o a la lluvia. Libres de reír a carcajadas en presencia de otros cuerpos mientras nos embriagamos con bebidas alcoholizadas. Libres de bailar, de besar, de abrazar, de saludar. Libres de tocar. Esos sueños como vagos recuerdos de algo que realmente existió. Me despierto, me duele la cabeza, respiro mal, tengo fiebre.
Tengo vagos recuerdos de cómo comenzó todo esto. Sé que llegaron historias de lejanos países de oriente en donde las orgías y los besos estaban permitidos. Besos y amores entre las más extrañas criaturas. Sé que los encuentros prohibidos y fortuitos florecieron y dieron frutos invisibles que provocaban la locura en quienes los tocaban. Sé que muchos cuerpos tocaron esos frutos viajeros. Esos frutos que se dejaban llevar por las nubes y el viento y que decidían de vez en cuando vivir en los bolsillos y en los dedos de los cuerpos aventureros. Por eso está prohibido tocar. Sé que esos frutos tenían efectos nefastos en quienes habían visto ya muchas lunas sobre los templos y soles en los desiertos.
Sé que cuando esas historias llegaron a oídos occidentales inmediatamente la corporación al mando desplegó un plan de acción anti-frutal de confinamiento de los cuerpos y el cubrimiento de las bocas y las manos.
Los objetivos eran enunciados cada luna en la máquina del olvido del tiempo de la siguiente manera: Con este plan de acción se espera reducir equis por ciento el contacto interespecies y reducir los niveles de encuentros fortuitos entre animales extraños y conocidos a niveles de seguridad necesarios. Se espera también bajar los índices de locura en los amantes de la primavera. El objetivo final y principal es aumentar el sentimiento de seguridad en las zonas menos modestas de la población. “¡Es un plan infalible!”, decía abiertamente la corporación al mando. “Pero solo infalible para aquellos cuerpos que pueden pedir a domicilio manjares para alimentarse, pero no para aquellos que deben cocinarlos y venderlos”, se decía secretamente entre los integrantes de esa misma corporación. La verdad es que no anticiparon la llegada de una invasión frutal sobre la población corporal y estaban tan asustados como cualquier cuerpo confinado en la oscuridad, sin poder besar, ni tocar. De esta manera, frente a lo aleatorio de lo orgánico, cualquier plan daba igual, siempre y cuando el objetivo principal siguiera siendo el mismo: ignorar los verdaderos problemas.
El escudo protector contra la Pandemia en el Rey virus.
Había una vez un rey muy apestoso llamado Virus, que vivía escondido en cualquier lugar del mundo. Este rey tenía muchas ganas de agrandar su reino, entonces subió a un avión y al bajar en cada ciudad comenzó a apestar a la gente de todo el planeta. Así cuando llegaba el Rey Virus muchas personas comenzaban a enfermarse de gripe, por suerte los doctores cuidaban con dedicación a los enfermos. Cuando alguien se enfermaba le pedían que se quedara en su casa, rodeado de mucho amor y con toda la familia, hasta que se sintiera mejor. Era la mejor forma de no contagiar a las demás personas. Un día para poner vencer el Rey Virus, decidieron cerrar las escuelas, colegios y parques. Los niños se pusieron muy tristes por que querían ver a sus amigos, querían jugar y ir aprender a la escuela. Por suerte surgió una idea súperpoderosa para ayudar a los doctores que era un escudo protector que se activa con cuatro simples pasos,
el número 1 es: lavarse las manos con agua y jabón, el número
Corona
El llanto del pangolín; por Viviana Jiménez
Me he convertido en un animal domesticado. Un animal que mide su vida en soles y lunas que percibe desde la ventana o el tejado. Un animal que rumia sus recuerdos de día y sale de noche a explorar las formas nocturnas entre oscuros y estrechos muros. ¡Ah! La noche, ese espacio en donde todo pierde su nombre y solo es identificable por palpaciones. Ese espacio en donde las manos recobran el habla y tienen el derecho a otorgar la existencia a las cosas. Y de repente, por enésima vez anuncian por altavoz: ¡Cuidado!, está prohibido tocar.
No recuerdo cuándo fue domingo por última vez. Sé que los instrumentos de medida del tiempo comenzaron a perder valor hace algunos soles. Antes, los ojos observaban detenidamente los anuncios publicitarios, las piernas corrían hacia las tiendas y ponían sus manos sobre los prototipos tocados antes por cientos de manos cuando nuevos objetos de medida del tiempo salían a la venta. Los ricos fabricantes sonreían en las publicidades prometiendo objetos mejorados para olvidar o acelerar el paso del tiempo. Objetos con una mejor resolución o con más colores o con más parámetros modificables con comandos táctiles o vocales. Hoy, los cuerpos ya no pueden tocar los prototipos de exhibición y los fabricantes no pueden hacer que otros cuerpos fabriquen sus objetos. Medir el tiempo no es necesario. Tocar está prohibido.
No recuerdo cuándo fue la última vez que toqué algo, algo que no estuviera dentro del perímetro permitido. Dentro del área autorizada. Dentro de la zona desinfectada. Todo cuerpo extranjero a mi área debe ser identificado y limpiado según el protocolo establecido y con las soluciones químicas recomendadas ricas en cloro y sodio. Todo cuerpo que salga de mi área debe informar la razón de su salida y su hora de vuelta al perímetro de seguridad. No sé por qué sigo soñando en las noches con que éramos cuerpos libres en el pasado. Libres de juntar sus pieles y caminar largas distancias expuestos al sol o a la lluvia. Libres de reír a carcajadas en presencia de otros cuerpos mientras nos embriagamos con bebidas alcoholizadas. Libres de bailar, de besar, de abrazar, de saludar. Libres de tocar. Esos sueños como vagos recuerdos de algo que realmente existió. Me despierto, me duele la cabeza, respiro mal, tengo fiebre.
Tengo vagos recuerdos de cómo comenzó todo esto. Sé que llegaron historias de lejanos países de oriente en donde las orgías y los besos estaban permitidos. Besos y amores entre las más extrañas criaturas. Sé que los encuentros prohibidos y fortuitos florecieron y dieron frutos invisibles que provocaban la locura en quienes los tocaban. Sé que muchos cuerpos tocaron esos frutos viajeros. Esos frutos que se dejaban llevar por las nubes y el viento y que decidían de vez en cuando vivir en los bolsillos y en los dedos de los cuerpos aventureros. Por eso está prohibido tocar. Sé que esos frutos tenían efectos nefastos en quienes habían visto ya muchas lunas sobre los templos y soles en los desiertos.
Sé que cuando esas historias llegaron a oídos occidentales inmediatamente la corporación al mando desplegó un plan de acción anti-frutal de confinamiento de los cuerpos y el cubrimiento de las bocas y las manos.
Los objetivos eran enunciados cada luna en la máquina del olvido del tiempo de la siguiente manera: Con este plan de acción se espera reducir equis por ciento el contacto interespecies y reducir los niveles de encuentros fortuitos entre animales extraños y conocidos a niveles de seguridad necesarios. Se espera también bajar los índices de locura en los amantes de la primavera. El objetivo final y principal es aumentar el sentimiento de seguridad en las zonas menos modestas de la población. “¡Es un plan infalible!”, decía abiertamente la corporación al mando. “Pero solo infalible para aquellos cuerpos que pueden pedir a domicilio manjares para alimentarse, pero no para aquellos que deben cocinarlos y venderlos”, se decía secretamente entre los integrantes de esa misma corporación. La verdad es que no anticiparon la llegada de una invasión frutal sobre la población corporal y estaban tan asustados como cualquier cuerpo confinado en la oscuridad, sin poder besar, ni tocar. De esta manera, frente a lo aleatorio de lo orgánico, cualquier plan daba igual, siempre y cuando el objetivo principal siguiera siendo el mismo: ignorar los verdaderos problemas.
¡HOLA¡
Mi cuento sobre la Pandemia:
El escudo protector contra la Pandemia en el Rey virus.
Había una vez un rey muy apestoso llamado Virus, que vivía escondido en cualquier lugar del mundo. Este rey tenía muchas ganas de agrandar su reino, entonces subió a un avión y al bajar en cada ciudad comenzó a apestar a la gente de todo el planeta. Así cuando llegaba el Rey Virus muchas personas comenzaban a enfermarse de gripe, por suerte los doctores cuidaban con dedicación a los enfermos. Cuando alguien se enfermaba le pedían que se quedara en su casa, rodeado de mucho amor y con toda la familia, hasta que se sintiera mejor. Era la mejor forma de no contagiar a las demás personas. Un día para poner vencer el Rey Virus, decidieron cerrar las escuelas, colegios y parques. Los niños se pusieron muy tristes por que querían ver a sus amigos, querían jugar y ir aprender a la escuela. Por suerte surgió una idea súperpoderosa para ayudar a los doctores que era un escudo protector que se activa con cuatro simples pasos,
FIN
ESPERO HABERTE AYUDADO =D