TANDIL.- Bien lo describió Germán Sopeña en su libro "La libertad es un tren": "El ferrocarril es la historia de la Argentina. En sus comienzos, como motor de progreso; en los últimos 40 años, como reflejo fiel de la decadencia y la confusión de ideas en el país. (...) No es exagerado concluir que la historia de la Argentina moderna fue, antes que nada, la historia del ferrocarril".
Como en tantas otras partes del país, la historia de María Ignacia-Vela, ese pedazo de la provincia de Buenos Aires que se encuentra a 50 kilómetros del centro de Tandil, se escribió con letras sobre vías y durmientes como renglones. En sus comienzos, fue motor de progreso; hoy, el recuerdo edificado de una época de esplendor y un crecimiento que no llegó a ser.
El origen de esta población, que cuenta ahora con unos 2000 habitantes estables, se remite a los últimos años del siglo XIX, cuando sobre esos ricos campos de pastura y roca el Ferrocarril del Sud decidió instalar una estación. Todo fue en 1885, dos años después de que el tren llegara a Tandil y mientras continuaba su prolongación hacia Bahía Blanca. El lugar elegido pertenecía a terrenos de los hermanos Felpe y Pedro Vela, que donaron el solar para esa construcción y para el tendido de vías.
El primer tren llegó el 5 de marzo de ese año y trajo consigo el progreso. Sin embargo, sólo se llamaba Vela la estación ferroviaria, ya que el nombre del pueblo que surgió después, María Ignacia, corresponde al de la madre del estanciero local Vicente Casares, que diseñó un loteo sobre terrenos linderos a los de los hermanos. De esta manera, y en un hecho poco corriente en el país, la estación de trenes tiene un nombre y la localidad que surgió a su vera, otro. Aún hoy, todos en Tandil, por respeto a ambas denominaciones hablan de María Ignacia-Vela, aunque coloquial-mente se utilice más el segundo nombre.
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TANDIL.- Bien lo describió Germán Sopeña en su libro "La libertad es un tren": "El ferrocarril es la historia de la Argentina. En sus comienzos, como motor de progreso; en los últimos 40 años, como reflejo fiel de la decadencia y la confusión de ideas en el país. (...) No es exagerado concluir que la historia de la Argentina moderna fue, antes que nada, la historia del ferrocarril".
Como en tantas otras partes del país, la historia de María Ignacia-Vela, ese pedazo de la provincia de Buenos Aires que se encuentra a 50 kilómetros del centro de Tandil, se escribió con letras sobre vías y durmientes como renglones. En sus comienzos, fue motor de progreso; hoy, el recuerdo edificado de una época de esplendor y un crecimiento que no llegó a ser.
El origen de esta población, que cuenta ahora con unos 2000 habitantes estables, se remite a los últimos años del siglo XIX, cuando sobre esos ricos campos de pastura y roca el Ferrocarril del Sud decidió instalar una estación. Todo fue en 1885, dos años después de que el tren llegara a Tandil y mientras continuaba su prolongación hacia Bahía Blanca. El lugar elegido pertenecía a terrenos de los hermanos Felpe y Pedro Vela, que donaron el solar para esa construcción y para el tendido de vías.
El primer tren llegó el 5 de marzo de ese año y trajo consigo el progreso. Sin embargo, sólo se llamaba Vela la estación ferroviaria, ya que el nombre del pueblo que surgió después, María Ignacia, corresponde al de la madre del estanciero local Vicente Casares, que diseñó un loteo sobre terrenos linderos a los de los hermanos. De esta manera, y en un hecho poco corriente en el país, la estación de trenes tiene un nombre y la localidad que surgió a su vera, otro. Aún hoy, todos en Tandil, por respeto a ambas denominaciones hablan de María Ignacia-Vela, aunque coloquial-mente se utilice más el segundo nombre.
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