El ser del Hombre —podríamos llamarlo su esencia, a pesar de correr el riesgo de insertarnos en una tradición aristotélica poco apropiada para darle la forma que deseo a mis palabras— surge del ejercicio de su propia existencia.
Las personas actúan saliendo fuera de sí para relacionarse con todo ‘lo otro’ —el prójimo y sus mundos— que, a su vez, constituye el Mundo de cada una de aquellas; y es en ese salir en donde se despliegan las posibilidades frente a las cuales deciden la acción. Es en ese proceso de tener posibilidades enfrente, de elegir, decidir y actuar, cuando se va determinando la forma de ser de cada una.
Y actúan siempre en un doble horizonte: el temporal y el espacial.
Temporal, porque es a partir de la experiencia, entendida como la permanente presencia del pasado en el presente, que se ‘leen’ las posibilidades desplegadas enfrente, se eligen y se toman decisiones; también, teniendo en cuenta el futuro deseado; y todo esto en cada momento, en cada instante de conjunción del pasado y del futuro que es ese volátil presente, siempre llegando a y partiendo de nuestras vidas.
Espacial, porque actuamos en un lugar, en un sitio, dentro de un contexto, en el centro de nuestro territorio que surge en su estar ahí y de nuestra forma de captarlo, modificarlo, crearlo y recrearlo.
El otro y los otros, el tiempo y los tiempos, el espacio y los espacios, se constituyen, enlazados, imbricados e interdependientes, en lo que podríamos llamar el Mundo —éste también con mayúscula— en el cual se existe, al convertir la acción —presente— en historia —pasado— y en potencialidad —futuro—, fijando así en cada momento el ser específico y dinámico de cada persona: lo que podría llamarse su esencia; también su identidad.
Respuesta:
1. El hombre y su mundo
El ser del Hombre —podríamos llamarlo su esencia, a pesar de correr el riesgo de insertarnos en una tradición aristotélica poco apropiada para darle la forma que deseo a mis palabras— surge del ejercicio de su propia existencia.
Las personas actúan saliendo fuera de sí para relacionarse con todo ‘lo otro’ —el prójimo y sus mundos— que, a su vez, constituye el Mundo de cada una de aquellas; y es en ese salir en donde se despliegan las posibilidades frente a las cuales deciden la acción. Es en ese proceso de tener posibilidades enfrente, de elegir, decidir y actuar, cuando se va determinando la forma de ser de cada una.
Y actúan siempre en un doble horizonte: el temporal y el espacial.
Temporal, porque es a partir de la experiencia, entendida como la permanente presencia del pasado en el presente, que se ‘leen’ las posibilidades desplegadas enfrente, se eligen y se toman decisiones; también, teniendo en cuenta el futuro deseado; y todo esto en cada momento, en cada instante de conjunción del pasado y del futuro que es ese volátil presente, siempre llegando a y partiendo de nuestras vidas.
Espacial, porque actuamos en un lugar, en un sitio, dentro de un contexto, en el centro de nuestro territorio que surge en su estar ahí y de nuestra forma de captarlo, modificarlo, crearlo y recrearlo.
El otro y los otros, el tiempo y los tiempos, el espacio y los espacios, se constituyen, enlazados, imbricados e interdependientes, en lo que podríamos llamar el Mundo —éste también con mayúscula— en el cual se existe, al convertir la acción —presente— en historia —pasado— y en potencialidad —futuro—, fijando así en cada momento el ser específico y dinámico de cada persona: lo que podría llamarse su esencia; también su identidad.