nereaycoraDarwin y la religión: una controversia larga, estéril y cansina25 marzo 2009Copépodo
En la entrada anterior de esta serie se afirmaba que posiblemente la aportación más revolucionaria de Darwin era precisamente aquella que podía salirse un poco más del ámbito científico e impactar en el pensamiento, así en general. El materialismo darwiniano hacía posible por primera vez dar una explicación a la apabullante diversidad de los organismos a través de propiedades y dinámicas intrínsecas de la materia viva sin la necesidad de que hubiese ningún ente dirigiendo la evolución. Este salto cualitativo que Darwin produce sobre anteriores hipótesis evolutivas es entendido por muchos sectores, fundamentalmente religiosos, como una afrenta y una osadía. Como veremos a continuación, a veces da la sensación de que muy poco se ha avanzado desde esta confrontación nacida hace 150 años, y que de hecho resulta muy ingenuo pensar que se puede llegar a innovar algo en ella.
El origen de las especies no fue un libro nacido de la nada. Había precedentes. Los largos años de reflexión y estudio sobre la evolución por parte de Darwin dio lugar primeramente a un boceto, un borrador que ya contenía muchas líneas argumentales y que está fechado en 1842. Dos años después, en 1844, Darwin lo amplió a un ensayo de varios capítulos que puede considerarse ya un verdadero esqueleto de lo que sería el origen de 1859, impulsado, como sabemos, por la audacia de Wallace. Pues bien, pese a las muchísimas diferencias entre los textos de 1842, 1844 y 1859, los tres concluyen con una frase prácticamente idéntica, una frase que Darwin quiso conservar desde su primerísimo boceto y que, sin duda, consideraba suficientemente importante como para cerrar su obra. Podéis leerla directamente en la página 490 de la primera edición del origen
En la entrada anterior de esta serie se afirmaba que posiblemente la aportación más revolucionaria de Darwin era precisamente aquella que podía salirse un poco más del ámbito científico e impactar en el pensamiento, así en general. El materialismo darwiniano hacía posible por primera vez dar una explicación a la apabullante diversidad de los organismos a través de propiedades y dinámicas intrínsecas de la materia viva sin la necesidad de que hubiese ningún ente dirigiendo la evolución. Este salto cualitativo que Darwin produce sobre anteriores hipótesis evolutivas es entendido por muchos sectores, fundamentalmente religiosos, como una afrenta y una osadía. Como veremos a continuación, a veces da la sensación de que muy poco se ha avanzado desde esta confrontación nacida hace 150 años, y que de hecho resulta muy ingenuo pensar que se puede llegar a innovar algo en ella.
El origen de las especies no fue un libro nacido de la nada. Había precedentes. Los largos años de reflexión y estudio sobre la evolución por parte de Darwin dio lugar primeramente a un boceto, un borrador que ya contenía muchas líneas argumentales y que está fechado en 1842. Dos años después, en 1844, Darwin lo amplió a un ensayo de varios capítulos que puede considerarse ya un verdadero esqueleto de lo que sería el origen de 1859, impulsado, como sabemos, por la audacia de Wallace. Pues bien, pese a las muchísimas diferencias entre los textos de 1842, 1844 y 1859, los tres concluyen con una frase prácticamente idéntica, una frase que Darwin quiso conservar desde su primerísimo boceto y que, sin duda, consideraba suficientemente importante como para cerrar su obra. Podéis leerla directamente en la página 490 de la primera edición del origen