September 2018 1 16 Report
Me corrigen las comas y puntos y comas. Gracias.

Por suerte el sonido de la tierra nativa fluye transparente y puro y desde su emoción estamos
los habitantes de este suelo plantados con conciencia de destino. Motivemos la copla en nuestros hijos hasta lograr que amen nuestra poesía y nuestros acordes sin descuidar un ápice las áreas de su formación integral; incluyendo el total desarrollo de su sensibilidad y capacidad creadora; compartiendo sus vivencias, su paisaje; enriqueciendo su sentimiento; buscando las cadencias candorosas del primer alborear.

Cantemos con ellos siguiendo los pasos de Linares; viviendo su frescura, su sencillez y dejemos que se grabe para siempre el clima musical de la niñez; y así, gozando de la euforia de nuestros ritmos sonoros, entrerrianos; crezcan alegres, sanos de amor por su pago y plenos de vitalidad en beneficio de un destino mejor. Cantemos niños, cantemos. / Cantemos todos con bríos / jubilosos de esperanza / como el canto de Entre Ríos…

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¿Me corrigen este texto poético. Comas, puntos y comas y algún otro error que encuentren?. Gracias. En el filo de las islas se ha degollado la tarde. Las sombras van devorando los detalles, pero sobre la línea de los lejanos alisos y sauces que retienen aún las claridades, resisten retacitos de luz. Los niños miran, cantan, juegan y tejen anhelos y quimeras; los viejos observan el cielo y las nubes, averiguan en ellas el tiempo que hará mañana. Poco a poco, la costa se va poblando de estremecimientos. Se insinúa la sinfonía del ocaso con un adagio a cargo de las guitarras invisibles del pajonal; luego la melodía se afirma en la flauta chillona de los grillos que dialogan con el rumor de los montes. Los ceibos se desangran por unir su canto al concierto ribereño. Hay angustia en la ribera. El río, viejo cantor, el que andaba y andaba… ha detenido un poco sus pasos. Se va la tarde con el silencio triste de los espineleros, con el rumor de una canción de cuna montielera, con el canto tristón de los crespines. Los sonidos del ocaso recorren todos los matices, desde el crescendo de los sauzales hasta el canto monótono y fresco del río al pasar. Toda la tierra respira un largo y poderoso aliento de tristeza. Las manos de los pescadores están cansadas y olorosas; vuelven con los remos y las redes en el hombro y con la tristeza en el alma. En el cielo han visto un reventón de estrellas, parece que colgaran en ese azulado todas las espuelas de aquellos gauchos que conoció en la estancia de su tío Manuel allá en “El Yeso” y que llenaron de luz su vida. El crepúsculo que se acerca a pasos agigantados engendrará pesares y calmará fatigas. Un último “caserito” pasa en tajante vuelo, como un cacharro con alas. Lo demás, ya es pura sombra, buena y azul. Ya no se escucha ni un rumor. Todos los sonidos de la noche han ido desapareciendo. Duermen los grillos, calla el pajonal, se silencia el río. El viento mismo es algo ausente. El aire, inmóvil. Sobre los montes costeros vagan, como mortajas, extraños tonos morados, lilas. Ya lo saben el hombre y el paisaje… ha partido el trovador… se ha callado su guitarra estrellera…
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¿Me corrigen este texto poético). Comas, puntos y comas y algún otro error que encuentren?. Gracias. En el filo de las islas se ha degollado la tarde. Las sombras van devorando los detalles, pero sobre la línea de los lejanos alisos y sauces que retienen aún las claridades, resisten retacitos de luz. Los niños miran, cantan, juegan y tejen anhelos y quimeras; los viejos observan el cielo y las nubes, averiguan en ellas el tiempo que hará mañana. Poco a poco, la costa se va poblando de estremecimientos. Se insinúa la sinfonía del ocaso con un adagio a cargo de las guitarras invisibles del pajonal; luego la melodía se afirma en la flauta chillona de los grillos que dialogan con el rumor de los montes. Los ceibos se desangran por unir su canto al concierto ribereño. Hay angustia en la ribera. El río, viejo cantor, el que andaba y andaba… ha detenido un poco sus pasos. Se va la tarde con el silencio triste de los espineleros, con el rumor de una canción de cuna montielera, con el canto tristón de los crespines. Los sonidos del ocaso recorren todos los matices, desde el crescendo de los sauzales hasta el canto monótono y fresco del río al pasar. Toda la tierra respira un largo y poderoso aliento de tristeza. Las manos de los pescadores están cansadas y olorosas; vuelven con los remos y las redes en el hombro y con la tristeza en el alma. En el cielo han visto un reventón de estrellas, parece que colgaran en ese azulado todas las espuelas de aquellos gauchos que conoció en la estancia de su tío Manuel allá en “El Yeso” y que llenaron de luz su vida. El crepúsculo que se acerca a pasos agigantados engendrará pesares y calmará fatigas. Un último “caserito” pasa en tajante vuelo, como un cacharro con alas. Lo demás, ya es pura sombra, buena y azul. Ya no se escucha ni un rumor. Todos los sonidos de la noche han ido desapareciendo. Duermen los grillos, calla el pajonal, se silencia el río. El viento mismo es algo ausente. El aire, inmóvil. Sobre los montes costeros vagan, como mortajas, extraños tonos morados, lilas. Ya lo saben el hombre y el paisaje… ha partido el trovador… se ha callado su guitarra estrellera…
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