Nació en Jeusse (Mosella), en 1737. Cuando Juan Martín Moyë era coadjutor en Metz, ella se había establecido con su familia en la ciudad y vivían en la calle de los Claveros.
En un ambiente obrero como aquel en el que el trabajo y la honradez de cada uno eran toda su riqueza, Margarita tenía que contribuir a la manutención de su familia y acudía todos los días a trabajar a un taller de costura y recibir un salario escaso con el que ayudaba a los suyos.
Como la mayor parte de las niñas de su tiempo, Margarita se había criado en la más absoluta ignorancia y se lamentaba de no saber leer a pesar de las enormes ganas que tenía de aprender.
Un insignificante accidente, dispuesto por la Providencia, le iba a proporcionar la ocasión de remediar su ignorancia. Poco después de su primera comunión, jugando sobre hielo un día de invierno, se cayó de mala manera y se rompió el brazo, por lo que tuvo que permanecer durante bastante tiempo en el hospital. Allí, una niña tan dócil y piadosa como ella, pronto se ganó la simpatía de las religiosas enfermeras; cuando éstas se enteraron de la gran ilusión que tenía por aprender a leer, ellas hicieron todo lo posible para que aprendiera.
Margarita, dotada de una viva inteligencia y una excelente memoria, así como de un gran tesón, en seguida adquirió las nociones suficientes para ser capaz de perfeccionarse por sí misma en la lectura, y lo hizo sin desfallecer.
Era la fría mañana del 14 de enero de 1762. El Padre Jobal, recién ordenado sacerdote, Juan Martín y Margarita partieron a Saint Hubert, aldea muy pobre, que dista de Vigy cuatro kilómetros. Al llegar, el Padre Moyë propuso al pueblo una maestra de escuela para sus hijos; la preocupación por la educación de sus hijos era tan fuerte que sobrepasa los límites que la pobreza pueda poner. Sor Margarita se llamará desde ese momento. Pronto, con la ayuda de la gente que, impresionados por su empeño y decisión, construyeron un lugar para vivir, que, al mismo tiempo, servirá de escuela para los niños. Pronto, muchas jóvenes al ver la vida de esta joven valiente, desean abrazar esta vida. Como consecuencia, el proyecto de P. Moyë se extenderá cada vez más. Y por su testimonio y vida de pobreza, sencillez, y abandono en las manos de Dios, la gente les dará el nombre de Hermanas de la Providencia. Nombre apreciado por el P. Moyë, “quien dirá mas tarde “que no en vano os llamen Hermanas de la Providencia”.
Sor Margarita permaneció en esta aldea hasta 1815, dándonos ejemplo de entrega, sacrificio y pobreza; tenía entonces setenta y ocho años, sirviendo, promoviendo y educando. A pesar de su energía y buena salud, el cansancio apareció y la esforzada trabajadora tuvo que claudicar; los servicios prestados a lo largo de 53 años indujeron a las autoridades a solicitar para ella una modesta pensión.
El gobierno civil de Metz consideró justa esta petición y Sor Margarita se quedó como huésped en casa de una mujer del pueblo. Allí permaneció hasta octubre de 1823, cuando la Hermana Teresa Mourey, entonces maestra de novicias y asistente de la Hermana Cecile Collard, la invitó a terminar sus días en el convento de Portieux, que después de la revolución se había convertido en el centro de la Congregación. Las hermanas estuvieron muy contentas de recibir a la primera hija de Juan Martín Moyë.
Nada amaba ni saboreaba tanto Sor Margarita, después de la Palabra de Dios, como los escritos del P. Moyë; se veía que su fervor aumentaba cuando escuchaba en la lectura espiritual los consejos y cartas del Padre a sus hijas.
Se apagó suavemente el 3 de junio de 1835, a la edad de 98 años.
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HinataSchiffer
sorry es lo mas corto que pude hacerlo :/
Nació en Jeusse (Mosella), en 1737. Cuando Juan Martín Moyë era coadjutor en Metz, ella se había establecido con su familia en la ciudad y vivían en la calle de los Claveros.
En un ambiente obrero como aquel en el que el trabajo y la honradez de cada uno eran toda su riqueza, Margarita tenía que contribuir a la manutención de su familia y acudía todos los días a trabajar a un taller de costura y recibir un salario escaso con el que ayudaba a los suyos.
Como la mayor parte de las niñas de su tiempo, Margarita se había criado en la más absoluta ignorancia y se lamentaba de no saber leer a pesar de las enormes ganas que tenía de aprender.
Un insignificante accidente, dispuesto por la Providencia, le iba a proporcionar la ocasión de remediar su ignorancia.
Poco después de su primera comunión, jugando sobre hielo un día de invierno, se cayó de mala manera y se rompió el brazo, por lo que tuvo que permanecer durante bastante tiempo en el hospital. Allí, una niña tan dócil y piadosa como ella, pronto se ganó la simpatía de las religiosas enfermeras; cuando éstas se enteraron de la gran ilusión que tenía por aprender a leer, ellas hicieron todo lo posible para que aprendiera.
Margarita, dotada de una viva inteligencia y una excelente memoria, así como de un gran tesón, en seguida adquirió las nociones suficientes para ser capaz de perfeccionarse por sí misma en la lectura, y lo hizo sin desfallecer.
Era la fría mañana del 14 de enero de 1762. El Padre Jobal, recién ordenado sacerdote, Juan Martín y Margarita partieron a Saint Hubert, aldea muy pobre, que dista de Vigy cuatro kilómetros. Al llegar, el Padre Moyë propuso al pueblo una maestra de escuela para sus hijos; la preocupación por la educación de sus hijos era tan fuerte que sobrepasa los límites que la pobreza pueda poner. Sor Margarita se llamará desde ese momento. Pronto, con la ayuda de la gente que, impresionados por su empeño y decisión, construyeron un lugar para vivir, que, al mismo tiempo, servirá de escuela para los niños. Pronto, muchas jóvenes al ver la vida de esta joven valiente, desean abrazar esta vida. Como consecuencia, el proyecto de P. Moyë se extenderá cada vez más. Y por su testimonio y vida de pobreza, sencillez, y abandono en las manos de Dios, la gente les dará el nombre de Hermanas de la Providencia. Nombre apreciado por el P. Moyë, “quien dirá mas tarde “que no en vano os llamen Hermanas de la Providencia”.
Sor Margarita permaneció en esta aldea hasta 1815, dándonos ejemplo de entrega, sacrificio y pobreza; tenía entonces setenta y ocho años, sirviendo, promoviendo y educando. A pesar de su energía y buena salud, el cansancio apareció y la esforzada trabajadora tuvo que claudicar; los servicios prestados a lo largo de 53 años indujeron a las autoridades a solicitar para ella una modesta pensión.
El gobierno civil de Metz consideró justa esta petición y Sor Margarita se quedó como huésped en casa de una mujer del pueblo. Allí permaneció hasta octubre de 1823, cuando la Hermana Teresa Mourey, entonces maestra de novicias y asistente de la Hermana Cecile Collard, la invitó a terminar sus días en el convento de Portieux, que después de la revolución se había convertido en el centro de la Congregación. Las hermanas estuvieron muy contentas de recibir a la primera hija de Juan Martín Moyë.
Nada amaba ni saboreaba tanto Sor Margarita, después de la Palabra de Dios, como los escritos del P. Moyë; se veía que su fervor aumentaba cuando escuchaba en la lectura espiritual los consejos y cartas del Padre a sus hijas.
Se apagó suavemente el 3 de junio de 1835, a la edad de 98 años.