Al igual que el resto de culturas, la egipcia posee también su propia versión de la creación del universo y el mundo en el que vivimos. De hecho, existen tres versiones conocidas en función de la ciudad que lo generó y las deidades a las que venerara. Una de ellas es la Iunu, posteriormente conocida como Heliópolis, la cual es conocida por ser la ciudad en la que surgió y prevaleció el culto al dios Ra como deidad primordial.
Dice la leyenda que en un principio solo existía un inmenso e infinito océano de nombre Nun, el cual permanecía inmóvil y totalmente dormido. Ni cielo ni tierra, ni plantas ni animales ni el hombre existían. Solo Nun, el cual contenía todos los elementos posibles. Pero un día, el mundo tomó conciencia de sí mismo y de su situación, dándose el nombre de Ra. Este sería el primer dios, el cual al principio estaba solo en medio del océano. Pero poco a poco empezó a crear: su aliento se tornaría el dios Shu, el aire, y su saliva al dios de la humedad Tefnut.
A continuación creó una isla o tierra en la que reposar, la cual denominó Egipto, y al nacer del agua decidió crear el Nilo para alimentarla. Con los elementos del gran océano Ra fue creando los distintos seres vivos.
Shu y Tefnut, en otro punto del Nun, tuvieron hijos, la deidad Geb de la Tierra, y Nut, del Cielo. Ambos hijos tuvieron relaciones y su padre Shu, celoso, decidió separarlos sosteniendo al primero bajo sus pies y la segunda sobre su cabeza. De la unión de ambos dioses nacerían las estrellas y el resto de deidades.
Acabada su creación el dios Ra mandó a uno de sus ojos a buscar a su prole, pero dicho ojo se encontraría a volver que al dios le había crecido otro nuevo. Desesperado, el ojo empezó a llorar, creando sus lágrimas a los primeros seres humanos. El dios Ra, viendo su dolor, se lo colocó en la frente: se había creado el Sol.
2. La leyenda de Sinuhé
Otra de las leyendas del pueblo egipcio lo encontramos en la leyenda de Sinuhé, en la cual se nos habla del miedo al juicio y a la sospecha y el ansia de volver al hogar.
Cuenta la leyenda que el faraón Amenemhet fue asesinado por un complot de sus servidores, estando su primogénito y más probable sucesor ausente al estar en el ejército cuando ocurrió su muerte. Ante la muerte del faraón, se enviaron mensajeros en su búsqueda.
Uno de los hombres de confianza del faraón era Sinuhé, el cual no conoció el complot que terminó con la vida de su señor hasta que oyó a uno de los mensajeros contarle las causas de la muerte a uno de los hijos del Amenemhat. Asustado y creyendo que a pesar de no tener nada que ver iba a ser acusado de cómplice, tomó la decisión de huir y marcharse del país.
Sinuhé salió del país y se adentró en el desierto, donde pasó días perdiendo sus energías hasta el punto de desmayarse. Cuando despertó se encontró rodeado de beduinos, los cuales le cuidaron. El rey de estos, Amunenshi, le ofreció quedarse con ellos tras explicar su situación. El rey le ofreció la mano de su hija, con la cual Sinuhé se casó y tuvo hijos, además de tierras. Alcanzó gran riqueza y fama, también alcanzando el rango de general e incluso protagonizando un conflicto con uno de los mejores guerreros de la zona el cual le desafió, consiguiendo vencerle gracias a su gran astucia.
Sin embargo y según iba haciéndose mayor Sinuhé añoraba cada vez más Egipto, rezando a menudo para poder volver y morir allí. En su país de origen reinaba ahora Sesostris I, hijo mayor del faraón asesinado, tras varios años de duras luchas con sus hermanos para obtener y mantener el poder. El nuevo faraón fue informado de la situación del antiguo hombre de confianza de su padre, y le mandó llamar a su presencia indicando que podía volver y que sabía de su inocencia.
Feliz y tras repartir sus bienes entre su prole, Sinuhé volvió a Egipto para ser recibido por el faraón, quien le hizo su consejero y le entregó una casa digna de un príncipe, así como una tumba entre los miembros de la familia real. Sinuhé pasó el resto de su vida a su servicio, pudiendo cumplir su deseo de fallecer en su país natal y con gran honor.
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Respuesta:
MITOS EGIPCIOS
Explicación:
1. El mito de la creación
Al igual que el resto de culturas, la egipcia posee también su propia versión de la creación del universo y el mundo en el que vivimos. De hecho, existen tres versiones conocidas en función de la ciudad que lo generó y las deidades a las que venerara. Una de ellas es la Iunu, posteriormente conocida como Heliópolis, la cual es conocida por ser la ciudad en la que surgió y prevaleció el culto al dios Ra como deidad primordial.
Dice la leyenda que en un principio solo existía un inmenso e infinito océano de nombre Nun, el cual permanecía inmóvil y totalmente dormido. Ni cielo ni tierra, ni plantas ni animales ni el hombre existían. Solo Nun, el cual contenía todos los elementos posibles. Pero un día, el mundo tomó conciencia de sí mismo y de su situación, dándose el nombre de Ra. Este sería el primer dios, el cual al principio estaba solo en medio del océano. Pero poco a poco empezó a crear: su aliento se tornaría el dios Shu, el aire, y su saliva al dios de la humedad Tefnut.
A continuación creó una isla o tierra en la que reposar, la cual denominó Egipto, y al nacer del agua decidió crear el Nilo para alimentarla. Con los elementos del gran océano Ra fue creando los distintos seres vivos.
Shu y Tefnut, en otro punto del Nun, tuvieron hijos, la deidad Geb de la Tierra, y Nut, del Cielo. Ambos hijos tuvieron relaciones y su padre Shu, celoso, decidió separarlos sosteniendo al primero bajo sus pies y la segunda sobre su cabeza. De la unión de ambos dioses nacerían las estrellas y el resto de deidades.
Acabada su creación el dios Ra mandó a uno de sus ojos a buscar a su prole, pero dicho ojo se encontraría a volver que al dios le había crecido otro nuevo. Desesperado, el ojo empezó a llorar, creando sus lágrimas a los primeros seres humanos. El dios Ra, viendo su dolor, se lo colocó en la frente: se había creado el Sol.
2. La leyenda de Sinuhé
Otra de las leyendas del pueblo egipcio lo encontramos en la leyenda de Sinuhé, en la cual se nos habla del miedo al juicio y a la sospecha y el ansia de volver al hogar.
Cuenta la leyenda que el faraón Amenemhet fue asesinado por un complot de sus servidores, estando su primogénito y más probable sucesor ausente al estar en el ejército cuando ocurrió su muerte. Ante la muerte del faraón, se enviaron mensajeros en su búsqueda.
Uno de los hombres de confianza del faraón era Sinuhé, el cual no conoció el complot que terminó con la vida de su señor hasta que oyó a uno de los mensajeros contarle las causas de la muerte a uno de los hijos del Amenemhat. Asustado y creyendo que a pesar de no tener nada que ver iba a ser acusado de cómplice, tomó la decisión de huir y marcharse del país.
Sinuhé salió del país y se adentró en el desierto, donde pasó días perdiendo sus energías hasta el punto de desmayarse. Cuando despertó se encontró rodeado de beduinos, los cuales le cuidaron. El rey de estos, Amunenshi, le ofreció quedarse con ellos tras explicar su situación. El rey le ofreció la mano de su hija, con la cual Sinuhé se casó y tuvo hijos, además de tierras. Alcanzó gran riqueza y fama, también alcanzando el rango de general e incluso protagonizando un conflicto con uno de los mejores guerreros de la zona el cual le desafió, consiguiendo vencerle gracias a su gran astucia.
Sin embargo y según iba haciéndose mayor Sinuhé añoraba cada vez más Egipto, rezando a menudo para poder volver y morir allí. En su país de origen reinaba ahora Sesostris I, hijo mayor del faraón asesinado, tras varios años de duras luchas con sus hermanos para obtener y mantener el poder. El nuevo faraón fue informado de la situación del antiguo hombre de confianza de su padre, y le mandó llamar a su presencia indicando que podía volver y que sabía de su inocencia.
Feliz y tras repartir sus bienes entre su prole, Sinuhé volvió a Egipto para ser recibido por el faraón, quien le hizo su consejero y le entregó una casa digna de un príncipe, así como una tumba entre los miembros de la familia real. Sinuhé pasó el resto de su vida a su servicio, pudiendo cumplir su deseo de fallecer en su país natal y con gran honor.