A pesar de que no quería asistir a la reunión de la clase sentí mucha curiosidad por saber que había pasado con mis excompañeros de clases en estos 20 años que tenía sin verlos.
Desde el primer momento en el que entré al gran salón de la antigua universidad, supe que todo había cambiado y que nadie era la misma persona que mi mente recordaba. Y quedé impactado cuando comenzamos a pasar, uno a uno, a un gran podio para narrar nuestra historia y contar que habíamos hecho con nuestras vidas durante todo este tiempo, porque todos mis excompañeros ya estaban casados, tenían hijos y ocupaban grandes puestos de trabajo en compañías reconocidas.
Cuando llegó mi turno, me paré nerviosamente delante del micrófono y, tras pensarlo por un momento, me guarde las manos en los bolsillos y dije: "A diferencia de todos ustedes, sigo soltero, no tengo un gran trabajo, y en estos 20 años descubrí la escritura, publiqué un libro y al día de hoy, a duras penas, logro sobrevivir con las regalías que me genera en una pequeña casa en la cima de una montaña."
Al escuchar mi historia, vi como varios de mis excompañeros de clases negaban lentamente con su cabeza y como otros murmuraban cosas ente ellos. Sin embargo, no les presté mucha atención y seguí conversando con mis amigos más allegados.
Después de que terminó la reunión, mientras manejaba montaña arriba, camino a casa, me quedé pensando lo que había sucedido cuando narré mi historia; y justo cuando mi mente empezó a compararse con mis excompañeros y a preguntarse si estaba haciendo algo mal con mi vida, un rebaño de grandes, gordas y lanudas ovejas blancas apareció de la nada y empezaron a cruzar muy lentamente la desolada carretera que transitaba.
A pesar de lo rápido que pasó todo, logré frenar justo a tiempo y ver, por varios minutos, las decenas de ovejas pasar, muy lentamente, frente a mi hasta que pasó la última y pude seguir mi camino, pensando en mis cosas.
Cuando finalmente llegué a casa, me lleve otra sorpresa al encontrar una gran oveja negra acostada sobre mi pequeño jardín, comiéndose, plácidamente, las flores que tanto me había costado cultivar; sin embargo, pesar del enojo que sentía porque estaba arruinando mi jardín, no pude evitar sonreír al ver lo feliz que se veía y, en ese mismo momento, disipé las dudas que tenía durante el camino y supe que no había nada malo con mi vida.
(MICRORRELATO
A pesar de que no quería asistir a la reunión de la clase sentí mucha curiosidad por saber que había pasado con mis excompañeros de clases en estos 20 años que tenía sin verlos.
Desde el primer momento en el que entré al gran salón de la antigua universidad, supe que todo había cambiado y que nadie era la misma persona que mi mente recordaba. Y quedé impactado cuando comenzamos a pasar, uno a uno, a un gran podio para narrar nuestra historia y contar que habíamos hecho con nuestras vidas durante todo este tiempo, porque todos mis excompañeros ya estaban casados, tenían hijos y ocupaban grandes puestos de trabajo en compañías reconocidas.
Cuando llegó mi turno, me paré nerviosamente delante del micrófono y, tras pensarlo por un momento, me guarde las manos en los bolsillos y dije: "A diferencia de todos ustedes, sigo soltero, no tengo un gran trabajo, y en estos 20 años descubrí la escritura, publiqué un libro y al día de hoy, a duras penas, logro sobrevivir con las regalías que me genera en una pequeña casa en la cima de una montaña."
Al escuchar mi historia, vi como varios de mis excompañeros de clases negaban lentamente con su cabeza y como otros murmuraban cosas ente ellos. Sin embargo, no les presté mucha atención y seguí conversando con mis amigos más allegados.
Después de que terminó la reunión, mientras manejaba montaña arriba, camino a casa, me quedé pensando lo que había sucedido cuando narré mi historia; y justo cuando mi mente empezó a compararse con mis excompañeros y a preguntarse si estaba haciendo algo mal con mi vida, un rebaño de grandes, gordas y lanudas ovejas blancas apareció de la nada y empezaron a cruzar muy lentamente la desolada carretera que transitaba.
A pesar de lo rápido que pasó todo, logré frenar justo a tiempo y ver, por varios minutos, las decenas de ovejas pasar, muy lentamente, frente a mi hasta que pasó la última y pude seguir mi camino, pensando en mis cosas.
Cuando finalmente llegué a casa, me lleve otra sorpresa al encontrar una gran oveja negra acostada sobre mi pequeño jardín, comiéndose, plácidamente, las flores que tanto me había costado cultivar; sin embargo, pesar del enojo que sentía porque estaba arruinando mi jardín, no pude evitar sonreír al ver lo feliz que se veía y, en ese mismo momento, disipé las dudas que tenía durante el camino y supe que no había nada malo con mi vida.
Fin.