November 2023 1 4 Report
AQUELLOS POBRES FANTASMAS

En el planeta Bort vivían muchos fantasmas. ¿Vivían? Digamos que iban

tirando, que salían adelante. Habitaban, como hacen los fantasmas en todas

partes, en algunas grutas, en ciertos castillos en ruinas, en una torre

abandonada, en una buhardilla. Al dar la medianoche salían de sus refugios y

se paseaban por el planeta Bort, para asustar a los bortianos.

Pero los bortianos no se asustaban. Eran gente progresista y no creían en los

fantasmas. Si los veían, les tomaban el pelo, hasta que los hacían huir

avergonzados.Por ejemplo, un fantasma hacía chirriar las cadenas, produciendo un sonido

horriblemente triste. En seguida un bortiano le gritaba: —Eh, fantasma, tus

cadenas necesitan un poco de aceite.
Supongamos que otro fantasma agitaba siniestramente su sábana blanca. Y

un bortiano, incluso pequeño, le gritaba: —A otro perro con ese hueso,

fantasma, mete esa sábana en la lavadora. Necesita un lavado biológico.

Al terminar la noche los fantasmas se encontraban en sus refugios, cansados,

mortificados, con el ánimo más decaído que nunca. Y venían las quejas, los

lamentos y gemidos.

—¡Es increíble! ¿Sabéis lo que me ha dicho una señora que tomaba el fresco

en un balcón? «Cuidado, que andas retrasado, me ha dicho, tu reloj atrasa.

¿No tenéis un fantasma relojero que os haga las reparaciones?»

—¿Y a mí? Me han dejado una nota en la puerta sujeta con una chinche, que

decía: «Distinguido señor fantasma, cuando haya terminado su paseo cierre

la puerta; la otra noche la dejó abierta y la casa se llenó de gatos vagabundos

que se bebieron la leche de nuestro minino».

—Ya no se tiene respeto a los fantasmas.

—Se ha perdido la fe.

—Hay que hacer algo.

—Vamos a ver, ¿qué?

Alguno propuso hacer una marcha de protesta. Otro sugirió hacer sonar al

mismo tiempo todas las campanas del planeta, con lo que por lo menos no

habrían dejado dormir tranquilos a los bortianos.

Por último tomó la palabra el fantasma más viejo y más sabio.

—Señoras y señores —dijo mientras se cosía un desgarrón en la vieja

sábana—, queridos amigos, no hay nada que hacer. Ya nunca podremos

asustar a los bortianos. Se han acostumbrado a nuestros ruidos, se saben

todos nuestros trucos, no les impresionan nuestras procesiones. No, ya no hay

nada que hacer... aquí.

—¿Qué quiere decir «aquí»?

—Quiero decir en este planeta. Hay que emigrar, marcharse...

—Claro, para a lo mejor acabar en un planeta habitado únicamente por

moscas y mosquitos.

—No señor: conozco el planeta adecuado.

—¡El nombre! ¡El nombre!

—Se llama planeta Tierra. ¿Lo veis, allí abajo, ese puntito de luz azul? Es

aquél. Sé por una persona segura y digna de confianza que en la Tierra viven
millones de niños que con sólo oír a los fantasmas esconden la cabeza debajo

de las sábanas.

—¡Qué maravilla!

—Pero ¿será verdad?

—Me lo ha dicho —dijo el viejo fantasma— un dividuo que nunca dice

mentiras.

—¡A votar! ¡A votar! —gritaron de muchos lados.

—¿Qué es lo que hay que votar?

—Quien esté de acuerdo en emigrar al planeta Tierra que agite un borde de

su sábana. Esperad que os cuente... uno, dos, tres... cuarenta... cuarenta mil...

cuarenta millones... ¿Hay alguno en contra? Uno, dos... Entonces la inmensa

mayoría está de acuerdo: nos marchamos.—¿Se van también los que no están de acuerdo?

—Naturalmente: la minoría debe seguir a la mayoría.

—¿Cuándo nos vamos?

—Mañana, en cuanto oscurezca.

Y la noche siguiente, antes de que asomase alguna luna (el planeta Bort tiene

catorce; no se entiende cómo se las arreglan para girar a su alrededor sin

chocarse), los fantasmas bortianos se pusieron en fila, agitaron sus sábanas

como alas silenciosas... y helos aquí de viaje, en el espacio, como si fueran

blancos misiles.

—No nos equivocaremos de camino ¿eh?

—No hay cuidado: el viejo conoce los caminos del cielo como los agujeros de

su sábana...


alguien me ayuda Aser el final​

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