Con la llegada de los españoles al territorio peruano la activa producción de elementos simbólicos-representativos andinos (al que hoy en día llamamos arte prehispánico) sufrió un revés sin precedentes. La incompatibilidad entre las percepciones españolas (basadas principalmente en el realismo) y las tradiciones andinas (basadas en el simbolismo) hizo que, ante la incomprensión del mensaje, los españoles destruyeran casi todas las formas de representación local. Las quilcas o tablillas pintadas, los quipus, los tocapus o los dibujos simbólicos de los incas no fueron entendidos por los peninsulares, pues no encontraban ningún elemento cercano a sus tradiciones visuales.
Con este bagaje visual, los españoles utilizaron las imágenes de Cristo, la virgen María, Santos, etc. para llevar a cabo las primeras evangelizaciones en el vasto territorio peruano, ante la estupefacta mirada de los indígenas. Lo que probó ser una medida muy efectiva, pues logró facilitar el entendimiento de la fe cristiana a los vernaculares.
El arte durante los primeros años virreinales fue exclusividad de los religiosos y su uso tuvo un fin práctico principalmente en el adoctrinamiento. No sólo pinturas o imágenes estuvieron presentes en esta tarea. Esculturas de diversos tamaños y retablos fueron herramientas imprescindibles para los misioneros católicos.
La ciudad de Lima jugó un rol preponderante en el desarrollo del arte en el virreinato del Perú. Su rápido crecimiento urbano, la acumulación de riqueza por parte de los encomenderos y la construcción de templos e iglesias fueron motivos para la demanda de pinturas y esculturas de las principales ciudades de los reinos españoles. Especial preferencia se tuvo por las obras provenientes de Flandes e Italia, aunque las obras sevillanas y andaluzas tuvieron igualmente gran demanda.
Lima como centro político del más importante virreinato durante el siglo XVI fue plaza importante para destacados artistas que no dudaron en venir y ofrecer su arte a la iglesia.
Destacan Angelino Medoro, Bernardo Bitti, Mateo Perez de Alesio, entre otros.
Otro rasgo importante en la evolución de las artes durante la colonia lo constituye la exquisitez de la arquitectura religiosa. Los templos fueron encomendados a alarifes que dominaban las técnicas de la edificación en piedra y barro, por lo que erigieron obras de buena factura, muy superior a las realizadas en otras partes del continente. Tan solo mencionar a los conventos e iglesias de Santo Domingo, San Francisco el viejo, San Pedro, Las Trinitarias o La Merced para dar cuenta del refinado gusto estético de los alarifes limeños.
En el interior del virreinato la situación no fue diferente. En Cuzco, Arequipa, Cajamarca, Huamanga, Puno y Trujillo hubo una clara tendencia hacia la búsqueda de lenguajes propios, basados en la utilización de elementos locales. La utilización del sillar en Arequipa o la Piedra en Cuzco es muestra clara de la adaptación del arte europeo y su transformación para el uso local.
Otro punto a resaltar en el derrotero de las artes en el virreinato peruano es la llegada del barroco. Como parte de la contrarreforma de la iglesia, el barroco buscó sensibilizar al espectador a través de los sentidos antes que por la razón. Es por ello que este estilo se caracterizó por la gran concentración de elementos y ornamentos (mayormente vinculados a temas religiosos) y también por la meticulosidad que tuvieron los artistas en colocarlos de tal manera que crearan una atmósfera mística y ascética.
El barroco dominó casi por 200 años las artes en el Perú e impuso su sello en la pintura, escultura, arquitectura, música y literatura. Hubo una gran influencia externa, aunque la respuesta peruana fue a todas luces autóctona. El barroco se reinterpretó, y el resultado fueron obras de excelente calidad, que no dejaron de plasmar los elementos simbólicos y realistas que el barroco exigía.
El siglo XVIII se caracterizó por la llegada de nuevas tendencias procedentes de Francia, Austria y Alemania. Las artes ya no fueron exclusividad de los religiosos, por el contrario, fueron los civiles y la corte los principales compradores de estas tendencias. Uno de estos estilos fue el rococó. Impulsado por los reyes borbónicos, este estilo manifiesta un gusto exquisito y refinado, mostrándose principalmente en la pintura y la arquitectura. Destaca la torre de la catedral de Santo Domingo, bello ejemplo de rococó en el Perú y atribuida al diseño del mismo virrey Manuel Amat y Juniet.
Los moldes neoclásicos llegaron a finales del siglo XVIII, producto de las corrientes ilustradas. Los mejores receptores para esta tendencia fueron los criollos, no obstante en la política virreinal también tuvo acogida. Matías Maestro fue el introductor de esta corriente y manifestó su arte no solo en la pintura sino también en la arquitectura, de la cual fue su máximo exponente.
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Con la llegada de los españoles al territorio peruano la activa producción de elementos simbólicos-representativos andinos (al que hoy en día llamamos arte prehispánico) sufrió un revés sin precedentes. La incompatibilidad entre las percepciones españolas (basadas principalmente en el realismo) y las tradiciones andinas (basadas en el simbolismo) hizo que, ante la incomprensión del mensaje, los españoles destruyeran casi todas las formas de representación local. Las quilcas o tablillas pintadas, los quipus, los tocapus o los dibujos simbólicos de los incas no fueron entendidos por los peninsulares, pues no encontraban ningún elemento cercano a sus tradiciones visuales.
Con este bagaje visual, los españoles utilizaron las imágenes de Cristo, la virgen María, Santos, etc. para llevar a cabo las primeras evangelizaciones en el vasto territorio peruano, ante la estupefacta mirada de los indígenas. Lo que probó ser una medida muy efectiva, pues logró facilitar el entendimiento de la fe cristiana a los vernaculares.
El arte durante los primeros años virreinales fue exclusividad de los religiosos y su uso tuvo un fin práctico principalmente en el adoctrinamiento. No sólo pinturas o imágenes estuvieron presentes en esta tarea. Esculturas de diversos tamaños y retablos fueron herramientas imprescindibles para los misioneros católicos.
La ciudad de Lima jugó un rol preponderante en el desarrollo del arte en el virreinato del Perú. Su rápido crecimiento urbano, la acumulación de riqueza por parte de los encomenderos y la construcción de templos e iglesias fueron motivos para la demanda de pinturas y esculturas de las principales ciudades de los reinos españoles. Especial preferencia se tuvo por las obras provenientes de Flandes e Italia, aunque las obras sevillanas y andaluzas tuvieron igualmente gran demanda.
Lima como centro político del más importante virreinato durante el siglo XVI fue plaza importante para destacados artistas que no dudaron en venir y ofrecer su arte a la iglesia.
Destacan Angelino Medoro, Bernardo Bitti, Mateo Perez de Alesio, entre otros.
Otro rasgo importante en la evolución de las artes durante la colonia lo constituye la exquisitez de la arquitectura religiosa. Los templos fueron encomendados a alarifes que dominaban las técnicas de la edificación en piedra y barro, por lo que erigieron obras de buena factura, muy superior a las realizadas en otras partes del continente. Tan solo mencionar a los conventos e iglesias de Santo Domingo, San Francisco el viejo, San Pedro, Las Trinitarias o La Merced para dar cuenta del refinado gusto estético de los alarifes limeños.
En el interior del virreinato la situación no fue diferente. En Cuzco, Arequipa, Cajamarca, Huamanga, Puno y Trujillo hubo una clara tendencia hacia la búsqueda de lenguajes propios, basados en la utilización de elementos locales. La utilización del sillar en Arequipa o la Piedra en Cuzco es muestra clara de la adaptación del arte europeo y su transformación para el uso local.
Otro punto a resaltar en el derrotero de las artes en el virreinato peruano es la llegada del barroco. Como parte de la contrarreforma de la iglesia, el barroco buscó sensibilizar al espectador a través de los sentidos antes que por la razón. Es por ello que este estilo se caracterizó por la gran concentración de elementos y ornamentos (mayormente vinculados a temas religiosos) y también por la meticulosidad que tuvieron los artistas en colocarlos de tal manera que crearan una atmósfera mística y ascética.
El barroco dominó casi por 200 años las artes en el Perú e impuso su sello en la pintura, escultura, arquitectura, música y literatura. Hubo una gran influencia externa, aunque la respuesta peruana fue a todas luces autóctona. El barroco se reinterpretó, y el resultado fueron obras de excelente calidad, que no dejaron de plasmar los elementos simbólicos y realistas que el barroco exigía.
El siglo XVIII se caracterizó por la llegada de nuevas tendencias procedentes de Francia, Austria y Alemania. Las artes ya no fueron exclusividad de los religiosos, por el contrario, fueron los civiles y la corte los principales compradores de estas tendencias. Uno de estos estilos fue el rococó. Impulsado por los reyes borbónicos, este estilo manifiesta un gusto exquisito y refinado, mostrándose principalmente en la pintura y la arquitectura. Destaca la torre de la catedral de Santo Domingo, bello ejemplo de rococó en el Perú y atribuida al diseño del mismo virrey Manuel Amat y Juniet.
Los moldes neoclásicos llegaron a finales del siglo XVIII, producto de las corrientes ilustradas. Los mejores receptores para esta tendencia fueron los criollos, no obstante en la política virreinal también tuvo acogida. Matías Maestro fue el introductor de esta corriente y manifestó su arte no solo en la pintura sino también en la arquitectura, de la cual fue su máximo exponente.